Ella ofrece su personaje masculino con una sinceridad desconcertante. Pilar Gamboa crea a Carlos en sus particularidades como si investigara a todos los hombres con la espátula del drama y los reinventara. Entonces el público no puede evitar reírse como un modo de señalar su precisión y asimilarla. La risa es un aplauso sostenido y permanente. Ella abre el camino para que sus compañeras, que también construyen con eficacia a estos mineros amontonados en el tráiler de un yacimiento petrolífero, puedan hacer de esa masculinidad que ahora es apropiada por el cuerpo femenino, una zona a la que se accede sin esfuerzo. Si los actores suelen ir por el lado de la exageración al momento de asumir una caracterización femenina, Petróleo es una demostración que la mujer, al tomar los movimientos y la voz de un hombre, lo hace con una sabiduría que, tal vez, se funda en esa capacidad de comprensión, en esa observación a la que durante tanto tiempo se vio obligada.

La obra que el grupo Piel de Lava dirige y escribe junto a Laura Fernández, podría ser una pieza de realismo social. De hecho no faltan las condiciones de opresión, la mirada del obrero que aquí se multiplica porque no responde a un a priori sino a una noción que se funda en la práctica. Las diferentes posiciones que cada uno asume frente a los conflictos inmediatos demuestran cierta vacilación al momento de reconocerse como una comunidad de trabajadores. 

Pero al decidir que estas cuatro mujeres habiten la escena desde una masculinidad sobre la que se experimenta y discute, el género sobresale como la materia política por excelencia de esta época. Como esa zona que ha ganado una manera nueva de abordar tanto los problemas sindicales, las desigualdades de clase, como una estética en los hábitos que ya no puede entenderse desde los límites sino desde la ambigüedad. 

Elisa Carricajo se vale de la sutileza para instalar pequeñas contiendas frente a una masculinidad que consigue atenuar como diferencia. El Palla no tiene el menor pudor en ponerse un saco de piel para defenderse del frío bajo cero de la Patagonia. Puede ganarle una pulseada a Carlos con un suéter de peluche con brillos y después llevar a su contrincante a sacar su tarjeta Falabella para pagar la apuesta.

En la atracción por la ropa que El Palla guarda y ostenta en ese retiro de varios días y que evoca a la figura de su mujer desde cierto travestismo, se juega un dejarse ganar por las formas y los deseos de ese compañero nuevo que los descoloca. Hacia el final, los cuerpos empiezan a develar su feminidad, a declarar el falso pene de Carlos como parte de un artificio escénico que se propone pensar los géneros desde la acción y no desde una aseveración declamativa. Hacer de lo masculino un efecto de la actuación implica mostrar la construcción, volver extraño un comportamiento normalizado. La experiencia ensambla la empatía y la posibilidad de distanciarse, de señalar la hechura de aquello que se acepta como masculino.    

Valeria Correa y Laura Paredes abordan a sus personajes en toda su vulnerabilidad. Tanto Formosa como Monto son hombres que luchan por una expresividad que se sale del género, como si en ellos se viera el dolor de ajustarse a los moldes. La humanidad que las actrices producen en su trabajo solo podría lograrse desde esa valoración por los detalles que es en Petróleo el sostén ideológico de la dramaturgia. Un modo de ir hasta el fondo de lo masculino, al igual que ellos fantasean ser tragados por ese pozo vacío que deben explotar como otra mentira del capital, y sacar de allí esa sensibilidad que alguna vez vieron como su contrario pero que está en ellos dispuesta a animarse a un pogo con lentejuelas y tacos altos. ,

Petróleo se presenta de jueves a domingos a las 21 en el Teatro Sarmiento. Av. Sarmiento 2715. CABA.