En una entrevista al sitio Otroscines.com durante la previa al Bafici de este año, en cuya Competencia Argentina se estrenó La otra piel, Inés de Oliveira Cézar se refirió a su séptimo largometraje como una historia de “encuentros y desencuentros que se pregunta obsesivamente por el tiempo y el lenguaje, que se construye en los bordes, entre la ficción y la realidad”.  Efectivamente, esos tópicos y búsquedas aparecen –a veces de forma tangencial, otras de manera directa– en este relato sobre una mujer que huye con poco más que lo puesto a pasar un mes en una solitaria isla de Brasil. Los motivos de la huida hay que buscarlos en una crisis en principio amorosa pero que lentamente irá develándose existencial, como si antes que un intento de curar un corazón roto se tratara de una pausa generalizada para saber quién es ella, qué quiere y a qué aspira en este mundo. La mujer se llama Abril (María Figueras) y es tatuadora. “Venite y pensamos algo juntas”, le dice a una clienta, mostrando que, lejos del trabajo en serie y automático, piensa en sus dibujos como marcas indelebles de la vida, cicatrices de heridas y recuerdos que no sólo se resisten a cerrarse sino que se eligen perpetuar.

Solitaria en una casa que la oprime, su único sostén emocional es la relación con su pareja, un dramaturgo ocupadísimo con los ensayos de una obra de inminente estreno interpretado por Rafael Spregelburd, quien la planta una y otra vez no sin antes prometerle que pasarán la próxima noche juntos. Indagar, entender y auscultar en los pliegues de los sentimientos y sensaciones de Abril ante ese rechazo crónico es una de las premisas centrales de un film que, además, se propone como una cruza de diferentes planos comunicacionales. La obra en cuestión se llama La terquedad, fue escrita y dirigida por el propio Spregelburd y pasó por la cartelera porteña con éxito durante la temporada 2017 del Teatro Cervantes. Oliveira entremezcla la realidad de los preparativos y las angustias previas al estreno con la ficción construida alrededor de la relación de Abril con equilibrio y paciencia. Ambos planos se amalgaman con tersura y homogeneidad durante la primera mitad del film, pero a partir del Ecuador del metraje algo se quiebra. 

En verdad, hay un quiebre como consecuencia de otro. El primero es el de Abril. Brasil asoma como refugio de contención y potencial terreno de despegue ante la crisis, mientras en la Argentina su ¿ex? pareja y su madre se muestran desconcertados ante la inesperada partida. El segundo quiebre es a nivel discursivo, de lenguaje. Algunos fragmentos de La terquedad son narrados en off por Spregelburd, un recurso presente durante toda la película que permite establecer un diálogo directo entre lo narrado y lo mostrado. En la etapa brasilera, y ante el vacío generado por el ensimismamiento de Abril, el recurso se instala como el único canal de comunicación entre la película y el espectador. Las líneas de esos textos, que antes complementaban, ahora se rigen por una asociación que de tan libre parece arbitraria. Abril, entonces, pasa del laconismo a lo críptico. La película, también.