Tres años atrás, Norberto Cambiasso publicó un librazo cuyo nombre iba directo al corazón del rock progresivo: Vendiendo Inglaterra por una libra (Una historia social del rock progresivo británico). El fin, a trazo grueso, había sido esbozar un recorrido lo más completo posible por tal género musical –y sus codas sociales– que, según el autor, murió en 1978. “El libro intenta contar la última vez en que cierta experimentación a ultranza, de progreso y sin preocuparse por las consecuencias, fue posible” le había dicho el hombre a PáginaI12. El destinatario “ideal”, para él, era el lector curioso, interesado en general por la historia de la música. Y en particular en el impacto que había tenido el rock progresivo en cierto sector de la sociedad occidental. Dicho de otra manera, aquel trabajo indagaba acerca de cómo cada clímax de época determina o inspira creaciones musicales, y –a veces– viceversa. El recorte espacial, inevitable, había sido Inglaterra y la crítica que hacían los maravillosos Genesis de la crisis del primer lustro de la década del setenta del siglo pasado. Bien. No solo en ese trabajo aparecía el interés de Cambiasso por las intersecciones entre música y mundo social. Por ahí anduvo también junto a otro de su especie (Alfredo Grieco) en Días felices (Los usos del orden: de la escuela de Chicago al funcionalismo), y por ahí anda hoy a caballo del flamante Que cien flores florezcan (Gourmet musical)

“La idea de este trabajo, en general, es que a lo largo de cuatro décadas de música pop hubo relaciones entre las diferentes innovaciones musicales y ciertas transformaciones sociales. Toda música es hija de su época y, si bien no hay una relación directa, de reflejo especular, entre música y sociedad, el punto de todos estos artículos es que no se pueden comprender estas músicas diferentes sin situarlas en la coyuntura histórica correspondiente. Y además, parte de esas músicas acarreaba de por sí una voluntad social específica, a veces declarada, otras, inconsciente”, refrenda el ex director y editor de la revista Esculpiendo Milagros, en coincidencia con lo dicho al principio: los determinismos recíprocos entre músicas y gentes. La diferencia –o una de ellas– es el anclaje geográfico. Cambiasso conservó la pata europea, pero se expandió hacia las Américas. De ahí que el subtítulo sea Innovación musical y experimentación social en América Latina. “El recorte geográfico tiene que ver simplemente con que todos los grupos y artistas de los que hablo en el trabajo provienen de Europa (tanto el este como el oeste), o de América latina y América del norte. La experimentación social se relaciona con ciertas prácticas que proponían muchos de estos grupos, aún en entornos hostiles como la Argentina del Proceso o la Checoslovaquia de la normalización”, esboza. 

En efecto, las casi doscientas páginas del trabajo pendulan entre el Doo wop que curtían las comunidades afroamericanas en Estados Unidos, los orígenes del rock latino, la bibliofilia kraut alemana, nuestros Arco Iris (Santaolalla y elenco), el rock post industrial y los checos libertarios de The Plastic People of the universo, todos ellos divididos por capítulos y subcapítulos que, en verdad, son artículos escritos por el crítico en los últimos veinticinco años. Una compilación, dicho de otro modo, que arranca cronológicamente con “No hay belleza sin peligro” (1993), dedicado a los berlineses de Einstürzende Neubauten, banda industrial que viene mutando sentidos desde principios de los ochenta, y llega hasta Arco Iris época Tiempo de resurrección. “El de Arco Iris lo escribí el año pasado, es el más nuevo, y el de Neubauten lo recuperé de uno de los primeros números de la Esculpiendo… por lo tanto, estamos hablando de una compilación de artículos. Nos pareció, al editor y a mí, que pese a la diversidad de temas, había cierta línea general que ameritaba la compilación”, aclara él, como también lo hace en el libro.

 A fuerza de una sinceridad brutal -es de valiente explicitarlo- Cambiasso pretende devolver los textos a su tiempo, sobre todo los que pertenecen a la época de la Esculpiendo, cuyos veinte números se publicaron entre 1992 y 2001. “Si hoy tuviera que reescribir los textos sobre Neubauten, el post industrial o la electrónica, modificaría radicalmente el enfoque. Pero, apelando a la indulgencia del lector, asumo la responsabilidad de publicarlos en su formato original, y los mantengo como mudos testigos de un tiempo en que las noticias acerca de esos asuntos eran ínfimas… uno se las arreglaba con un par de artículos extranjeros y los discos que podíamos conseguir”, escribe Cambiasso en la página 13 de su libro, y engloba así los artículos que corresponden a ese período. 

 Los otros, entre los que se encuentran “Los pasos perdidos” (sobre Polifemo) o “Rock para el cuerpo y el alma” (sobre las bandas suecas Archimedes Badkar y Trad Gras och Stenar), fueron  elaborados entre 2002 y 2004, época en que este historiador del rock se radicó con su pareja en la costa este de Estados Unidos, y bebió de fuentes casi directas como la Public Library de Nueva York, o de la asistencia a recitales de Love y Patti Smith, o de charlas face to face con el saxofonista Anthony Braxton. “Allí tuve el ocio y los recursos que la agitada vida porteña y la fatídica economía argentina jamás permitirían en ese momento”, evoca él, para luego unir en la diversidad el contenido del libro. “Los artículos no son únicamente sobre músicas progresivas. Conviven el pop, el doo-wop, el prog, el free jazz, el posindustrial y la electrónica, entre otras cosas, y hay un hilo invisible que atraviesa estos desvelos tan heterogéneos… cada uno de esos escenarios propició en los músicos y las músicas que los ocuparon, una suerte de vocación inaugural”. 

 “Por otro lado –sigue– estos artículos no son ´posteriores al rock´ por así decirlo, aunque más no sea porque la mayoría pertenecen a un tiempo en que el rock era tomado con absoluta seriedad, casi un modo de vida para un par de generaciones”, se explaya el también profe de la UBA que fue hasta la China de Mao Tse Tung (puntualmente a la Campaña de las Cien flores) para encontrar una ironía que una en la diversidad. Aquella campaña, también denominada Movimiento, arrancó en la cabeza del líder en 1956 para alertar a sus huestes sobre cierto “aburguesamiento” de funcionarios Partido Comunista Chino. “Permitir que cien flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan es la política de promover el progreso de las artes y de las ciencias, y de una cultura socialista floreciente en nuestra tierra”, había dicho Mao arrojando a su juventud a la brava revolución cultural. “Por supuesto que yo uso la frase de Mao como una ironía. Que cien flores florezcan, que cien escuelas de pensamiento disputen refiere, en el caso de mi trabajo, a la variedad de manifestaciones musicales que se produjeron…  justamente lo contrario de lo que terminó ocurriendo en China con la campaña de las cien flores”.