Nos mudamos con Anita, y como antes vivíamos solos, teníamos varios electrodomésticos repetidos, así que los vendimos y con lo que juntamos compramos unos nuevos. Todo empezó bien: compramos un lavarropas con temporizador, un aire acondicionado más grande, cambié mi microondas viejo que tenía el plato roto y la comida no daba vueltas. “El microondas también es Sina” me dijo un amigo haciendo referencias a la falta de campeonatos (vueltas) en Central, y yo me reí, claro, porque me estaba mudando con Anita y porque nada había fallado.

Con la heladera nos dimos el gran gusto. Elegimos una de esas plateadas, con el freezer en la parte de abajo y una tecnología que hace ahorrar mucha energía. “La vamos a terminar pagando con lo que nos ahorramos de luz”, pensamos, y en eso algo de cierto hay: hace treinta días que tengo la heladera desenchufada. Pero no me quiero adelantar, tengo que calmar la bronca. No se puede escribir en caliente (y aunque aquí haya juego de palabras, también hay verdad).

Lo cierto es que la heladera llegó, esperamos dos días para enchufarla porque no sé qué cosa con el motor y cuando lo hicimos, no pasó nada. Hicimos el reclamo y esperamos cinco días más, hasta que vino uno del servicio técnico que nos dijo: “Es la primera vez en veinte años que veo una heladera de estas con la plaqueta rota”. Nos habrá visto preocupados, porque al instante advirtió: “No se preocupen chicos, le cambio la plaqueta y queda de primavera otra vez”. Era buena onda el de servicio técnico, un gordito petiso y con barba, guiñaba el ojo izquierdo cuando hablaba. Tardó una semana más en traer otra plaqueta, que por supuesto falló y ahí nos mandaron a la guerra con una bolsa de pan lactal.

Nos dijo que debíamos comunicarnos con la empresa, cosa que hicimos, por teléfono, por mail, por Facebook, en la sucursal y por carta documento. “Ignacio, Gestiones Especiales está reclamando  tu inconveniente, cuando cuenten con novedades te van a volver a contactar para informarte la resolución. A tu disposición”, era la respuesta que recibíamos. Una respuesta fría, que te dejaba en un letargo, sin poder hacer nada. O sino “Ignacio, pediremos celeridad en la gestión y contacto. ¡Que tengas un buen día!”. Y una carita sonriente al final.

Ayer nos llamaron. Nos iban a hacer un reintegro, “más un ajuste inflacionario”, pero con eso no alcanzaba para comprar la misma heladera. Por supuesto que esto último no nos lo dijeron, me enteré cuando fui al local. Salí con mucha bronca, me estaban cagando, y lo que me daba mas bronca era ponerme así por una puta heladera. La gente que me crucé en la peatonal (porque la sucursal queda ahí) me decía “¿Loco, qué te pasa?” y yo les contaba y algunos no me entendían, otro me dijo “Échale la culpa a Macri”. Uno se puso hablar del sistema capitalista, y de la bronca que tenía, no lo escuché más.

Hoy me levanté a las seis y no llegué a desayunar. Me vestí rápido y manejé hasta Pellegrini y Moreno, donde queda el tribunal. Mientras subía las escaleras, me di cuenta que había vivido toda mi vida en Rosario, y sin embargo, era la primera vez que entraba al edificio. Todo porque, un buen día, se nos ocurrió cambiar la heladera.