Una buena estrategia para escapar de la opresión es cambiar de tema. Pensar, por ejemplo, que si la maternidad tradicional recibe tantas presiones eso se debe a que hay xaternidades lgbtiq que socavan el sistema. Otra estrategia es ampliar el foco, y pensar, como dice Lina Meruane, que la exigencia de una gran “abnegación materna” es una respuesta represiva de la sociedad heteropatriarcal ante una mayor libertad. O, como dice Beatriz Gimeno, que en el desplazamiento de la figura del amor romántico la mujer pasa de amar románticamente a un hombre para amar románticamente a su hijx.

Pero hay maneras de lidiar con la opresión que están equivocadas. Creer que porque tomamos la decisión “personalísima” (¡!) de ser madres firmamos un contrato que dice que estamos dispuestxs a tolerar las gravísimas consecuencias que atraviesan nuestra vida y nuestro cuerpo está mal. Porque ser madre sigue siendo obligatorio: por lo tanto, nadie ha decidido demasiado. Y haber querido tener hijxs, no debería obligarnos a tolerar ninguna opresión. ¿No es el colmo de la injusticia que nos echemos la culpa a nosotrxs mismas por las violencias que recibimos? 

Para poder escapar de esa “trampa de la decisión”, acudí, rudimentariamente, a mi propia biografía para poder borrar mi firma de ese contrato tramposo. Así, llegué a pensar que ser madre es un accidente. Algo parecido a como yo nací, sin plan, sin reflexión. Melliza, en segundo lugar, no esperada. Y para colmo, el ecógrafo se equivocó y dijo que sería varón, así que fui doblemente inesperada. Rápidamente me cambiaron de nombre y es probable que haya estrenado algún conjunto celeste en mis primeros días de vida. ¡Qué bien me hizo todo eso! Casi diría que me salvó, porque siempre me sentí una pieza que no encajaba en la familia... (Última vez que escribo esa palabra). Y eso fue una fortuna.

También, mi crianza en un contexto rural y humilde me hizo notar, al ser madre, que lxs niñxs son tratados como proyectos en los que cada decisión tiene un correlato de consumo. Es triste: actuamos como empresarixs que calculan la vida de sus hijxs como si fueran un producto. El capitalismo nos sitúa en la obligación de consumir, y, oh, casualidad, tener un hijx es una de las cosas que más consumo producen. Otra vez estamos en la trampa de la decisión: decidimos tenerlx, por lo tanto debemos decidir qué bienes y servicios consumir para criarlx y que el día de mañana pueda ser buen oficinistx.

Pero además, pienso que tener un hijx es un accidente en el sentido de que no tenemos idea de qué puede resultar de eso. Las cosas que nos pasan al ser xadres nos superan para bien y para mal, traen hallazgos nunca imaginados. A veces me pregunto: ¿si no hubiera tenido un hijx, sería hoy lesbiana? No hay manera de saberlo. Pero lo cierto es que tener un hijx provocó una apertura tan grande en mí que no puedo dejar de conectarlo con el hallazgo más grande de mi vida, la lesbiandad, que vino con un pan bajo el brazo, es decir, junto con la conciencia de estar abonando a un feminismo de la disidencia.

Lo mismo se aplica al aborto. Quedar embarazadx y querer abortar es algo que puede pasar, es también un accidente, y si nos abstraemos de la opresión heteronormativa que indica que ser madre es obligatorio, lo cierto es que no hay que pensar tanto para “decidir abortar”. Cada cuerpo sabe si quiere y puede llevar adelante un hijx. Y si tiene alguna duda, catorce semanas parecen un término más que suficiente para pensarlo.

El voto del Senado por el aborto clandestino mostró que la presión del sistema es directamente proporcional a la desestabilización que está generando el movimiento feminista y de la disidencia sexual. Nos ajustan la cincha por todos los lados posibles: y uno de los lados más esclavizantes es el de la maternidad tradicional. 

Nunca olvidaremos: nos negaron la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, la ley que más necesitábamos y que pedíamos de mil maneras posibles y eso nos dejó en la intemperie. Ese quiebre aún nos tiene pensando y penando sin poder dormir: la vigilia continúa. Pero en estas horas robadas al sueño está empezando a quedar claro cuál es la estrategia: cambiaremos de tema y redoblaremos la apuesta. Iremos entonces por nuevos caminos de la disidencia: nuevas xaternidades, comunidades de crianza lgbtiq, infancias trans. Si la infancia es un divino tesoro, llegaremos a él a través de un arcoíris.