Con asistencia casi completa de las 54 autoras que integran Martes verde, la presentación de esta antología tuvo lugar a principios de agosto en un espacio de Villa Crespo y fue una celebración, tanto para el grupo “Poetas por el aborto legal” que la impulsó, como para todo el colectivo de mujeres que escriben o leen poesía, y que se reunieron en esta oportunidad alrededor de un objetivo político urgente y común. El libro, que cobró forma en tiempo récord, significó un esfuerzo económico, prácticamente inédito, para las editoriales independientes que participaron, ellas son: Paisanita, Mi gesto punk, El ojo del Mármol, Viajera, Pánico el Pánico, Club Hem, Ediciones Presente, Gog & Magog y Color Pastel. 

La movida feminista/literaria donde MV empezó a gestarse (acá sí que coinciden gestación y deseo), arrancó durante los tiempos previos a la media sanción de Diputados, cuando “Poetas por el aborto legal” –que cuenta entre sus organizadoras nada menos que a la histórica activista de la Campaña, María Alicia Gutiérrez, quien escribió el prólogo junto a Juana Roggero– lanzó su convocatoria semanal a las poetas para leer, micrófono y pañuelo en mano, textos propios y ajenos -que obviamente nunca son del todo ajenos- en la puerta del Congreso. Bastión ardiente del antipatriarcado argentino, el aborto no es, sin embargo, un tópico excluyente en estas 70 páginas en las que confluyen muchas maneras de decir feminismo, de exigir el derecho a decidir y luchar por la única potestad que puede tenerse, la del propio cuerpo: “estos cuerpos quieren vivir/ para poder gemir/ sin tener que ir a misa después/ a pedir perdón por estar cambiando el mundo/ desde la cama”, escribió la joven poeta Francisca Pérez Lance (Avellaneda, 1997), anticipando la parte dos de esta imparable arremetida feminista, la separación con la que Iglesia y Estado dejarán de ser entre sí medias naranjas. 

Muchos de los poemas aquí incluidos, al haber sido escritos en primera persona le dan batalla al tabú de la experiencia personal, que nunca, como sabemos, es simplemente íntima. Es el caso, por ejemplo, del poema de Andi Nachon (Buenos Aires, 1970): “Camino/ por el río hermanado en este verde, por Mona/ que murió en el Muñiz, los quince de Teodora  y no// no la dejaron decidir, Higui indómita resiste/ la violación aleccionadora, camino por mí/ a los diecinueve sola/ ese consultorio de Barracas. Marcho y marchamos/ cada quien va con sus lares, su pequeña historia. Legal/ seguro y gratuito, en alto los pañuelos verdes”. Andi, sin dudas una de las voces más potentes y representativas de su generación, aquí consigue una síntesis poco habitual para la escritura poética: hacer que lo lírico y lo político convivan sin desbarrancarse.  El poema “Chicas del 2000” de Celeste Dieguez (Chascomús, 1979), también entra en la serie de versos empuñados en esa primerísima persona que le da voz a la pluralidad: “empecé a tocar en una murga, abandoné la militancia/ me hice un aborto con pastillas/ sin contarle nada al chico con el que me iba los sábados/ se murió Rodrigo, el país se prendió fuego/ me enamoré de un hombre casado/ mi amiga Marie quedó embarazada de Lucía,/ me partí un diente y cumplí 21 años (…) será que si estoy hablando de mis cosas/ no tendrían que venir a decidir los otros;/ será que sobre el cuerpo y la escritura/ siempre hay que reservarse la última palabra”, dice.

La población de poetas antologadas, quizás por una cuestión de cercanía al proyecto que surgió en las calles porteñas, es predominantemente de Buenos Aires, con excepción de Vanna Andreini, nacida en Padova, Italia, en 1970; la patagónica Gabi Luzzi, 1970, que es de Rawson –y autora del conmovedor poema “La montaña rusa del fracaso”–; María Rosa Maldonado, de 1944, catalana, única española de la antología, y María Alicia Gutierrez, de 1954, oriunda de la ciudad pampaeana de Santa Rosa. La potencia creativa y la conciencia de vulneración que habla en todo el espectro de voces de MV es transversal en un sentido generacional: Lucila Colombino, de apenas 20 años comparte el espacio con Cristina Piña, nacida en 1949, o Liliana Ponce, de 1950 y con las nacidas en los ‘60, ‘70 y ‘80 como es el caso de Marian Pessah, Valeria Cervero, Vanina Colagiovanni, Gabriela Bejerman o Flor Codagnone. Esta última -una de las editoras del desesperado Poemas de la resistencia, que salió a la luz en los albores de 2016- es, a la luz de su obra, una poeta poco afecta a los rodeos y, para decirlo en buen criollo, sabe cómo ir al punto. Dice Flor: “es a la vista de todos/ y es lo que todos callan: / la percha, la aguja de tejer,/ la navaja, la jeringa, el desinfectante,/ las pastillas, la sal, los yuyos,/ el alcohol, la Coca-Cola, // el último sueño, perdido,/ en la camilla del abortista / en la que comienzo a convertirme / en una estadística-hemorragia”. También el poema de Carolina Giollo (Haedo, 1982), es otro de los que en este libro traen una secuencia de imágenes de las situaciones de aborto difíciles de elaborar: “Recuerdo/ la sala rosa del consultorio/ el sillón de mimbre/ ese pasillo con puertas blancas/ por donde nunca pasa la luz. / Voy desnuda en mi ropa/ pero igual me desvisto/ Qué abro/ cuando abro las piernas/ y siento el frío de los instrumentos”. No quedaría esta suerte de testimonio poético del lado del realismo sucio sino de una realidad sucia, tapada por el manto de la ilegalidad que condiciona al yo poético al derrotero de la exposición, de la vulnerabilidad, de la violación, no infringida por un individuo en particular, sino por un sistema. El poema de Vale De Vito (La Tablada, 1977), pone al cuerpo bajo la influencia de esas marcas que no van a ceder y que en el contexto de MV pueden leerse como las huellas traumáticas de la experiencia clandestina: “Pero yo no me voy a tatuar. / Me dan escalofríos los pinchazos. / Prefiero sacar una foto y / armar portarretratos / de las imágenes que tengo / en la cabeza y no me puedo borrar”.    

Además de las autoras hasta aquí citadas, a este libro lo integran Aldana Antoni, Carolina Bartalini, Valeria Belén, Flavia Calise, Natalia Carrizo, Ana Claudia Díaz, Tamara Domenech, Celina Feuerstein, Romina Freschi, Paz Garberoglio, Caro García Vautier, Dani Goldin, María Insúa, Virginia Janza, Natalia Leiderman, Blanca Lema,  María Rosa Maldonado, Marcela Manuel, Corina Maruzza, Valeria Melchiorre, Dani Morán, Verónica Pérez Arango, Luciana Reif, Noelia Rivero, Rosa Rodríguez Cantero, Ivana Romero, Victoria Ronsano, Mónica Rosemblum, Samantha San Romé, Nina Schiavone, Ana Luz Vallejos y Melina Varnavoglou. El tono intencionadamente político de sus poemas no es oportunista, como quieren muchxs, sino oportuno.  Se hace evidente que a partir de este extenso muestrario  –que incluye la producción de las agrupaciones poéticas Colectivo de poetas x la verdad, la memoria y la justicia. Poesía ya!, y Máquina de lavar–, ya nada será igual, porque en Martes verde se evidencia un cambio. A veces más elípticamente que otras, de un modo metafórico o con contundente literalidad, pero en toda la antología puede advertirse la fuerza del giro en los discursos líricos producidos por mujeres respecto de las últimas décadas, definitivamente corridos de la inspiración en la domesticidad, en el amor romántico, en la trampa, a esta altura desenmascarada, de la ingenuidad.