Corría el año 2006 y se realizaba la cena anual de su Fundación en el Hotel Panamericano de Buenos Aires. Tenía apenas 10 años, y no dudé en ir corriendo con un amigo a la mesa del Diego (si, el único Diego) a pedirle un autógrafo en la pelota del Mundial que me había comprado ese mismo día. Dos mesas nos separaban de Maradona, cuando un gigante de 1,98m se interpuso en nuestro camino y nos dijo “chicos, dejen a Diego tranquilo que acaba de llegar, yo se las firmo.” Media hora más tarde pudimos conseguir el otro autógrafo, el que estábamos buscando. Perdón Manu, pero esos niños no iban a quedarse sin la firma del 10. Así es como hoy tengo, en un estante de mi habitación, una reliquia: la pelota del Mundial firmada por los dos más grandes del deporte argentino: Manu y el Diego. En la cena anual de su Fundación, Emanuel Ginobili se preocupaba por el otro. Ese gesto lo retrata.

Once años después, en mayo de 2017, mientras cursaba Econometría en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, lo primero que dijo el profesor al entrar al aula con una emoción que hasta ese momento no le conocíamos, fue “¿¡Vieron la tapa de Manu ayer!? ¡Es como para escribir un paper!”. Se refería a la tapa que le había puesto a James Harden y que le dio el triunfo y la clasificación a San Antonio en las semifinales de la Conferencia Oeste de los play-offs de NBA. Esa es la dimensión de Ginobili.

Todos sabemos cuán grande fue Manu como deportista, pero pasarán muchos años para tomar consciencia del cambio cultural que logró en nosotros. En un país donde el fútbol es una religión, un narigón de Bahía Blanca le demostró al mundo que se puede no ser el más alto, ni el más atlético, ni el más fuerte para poder competir de igual a igual con los mejores. Como  afirmó Gregg Popovich, es el jugador que todo técnico y compañero quiere tener en su equipo.

Sus declaraciones nunca fueron frases hechas ni lugares comunes. “En Argentina pensamos que todo se gana con huevos y no, se gana jugando bien. Después le tenés que agregar huevos y coraje. Hoy ellos fueron mejores que nosotros”, declaró luego de perder ante Lituania en la zona de grupos de las Juegos Olímpicos de Rio 2016. Siempre priorizó los logros colectivos a los individuales y otros grandes jugadores aceptaron su rol de suplentes iluminados por su ejemplo y sus palabras.

Aficionado a los desafíos matemáticos, fue beta tester de varios libros de su amigo Adrián Paenza. Sus apariciones en las redes sociales durante los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y los videos durante su última temporada en la NBA deleitaron a millones de seguidores que pudieron compartir la intimidad de un deportista de alta competición a través de sus relatos.

Aunque esperada, la noticia de su retiro fue como un balde de agua fría. Jugué al básquet federado casi 10 años de mi vida. Comencé de pequeño, luego de que Space Jam me volara la cabeza. Crecí siguiendo paso a paso sus triunfos y sus derrotas. Cada partido de Manu que veía me daban más ganas de entrenar, de superarme, de ser mejor compañero y de jugar con el corazón pero también con el cerebro. Manu Ginobili, uno de los más grandes deportistas en la historia de nuestro país, se retira de las canchas. Luego de conseguir 4 anillos de NBA, un campeonato europeo, un subcampeonato mundial y dos medallas olímpicas, una de oro y una de bronce, sintió que el show no debía continuar. Pero sus enseñanzas de todos estos años las guardo en mi corazón para lo que el destino me tenga preparado.