Con pecado concebido

Pablo Mehanna

El churro como uno de los pecados capitales. Como un desviarse por la senda del mal, puro derrape, pura lujuria. En Juan Pedro Caballero, la nueva churrería de Palermo, se hicieron cargo de esta idea y la usaron a su favor: en las paredes hay imágenes e iconografía religiosa, un árbol con un churro enroscado como si fuera una víbora, santos que se rinden ante él. Porque está claro que nadie lo necesita para vivir... ¿pero cuántos pueden evitar caer en la tentación? El local es encantador. Pequeño, cálido y con cierto aire madrileño. Una mesa alta en el centro y algunos asientos, no muchos, más una barra que da a la calle. En las paredes, azulejos naranjas y madera oscura (el diseño es de Eme Carranza y Alan Berry Rhys). “Se nos metió en la cabeza que teníamos que fusionar la típica churrería española, de churros finitos y largos, con los que se comen acá, rellenos”, cuenta Pedro Peña, que tiene 33 años y es colombiano, pero sabe interpretar como pocos la cocina argentina de hoy, leyendo los gustos del nuevo comensal porteño: de eso dan cuenta sus otros lugares, La Carnicería, Niño Gordo y Chori, cada uno de ellos un verdadero suceso. Como mano derecha eligió a la talentosa Yamilia Di Rienzo, de Alo´s, que armó una primera carta donde están los clásicos y unas apuestas muy bien logradas, que rememoran postres clásicos: por ejemplo, el churro lemon pie ($45) es una sorpresa, igual que el de canolli con ricota, pistacho y toffee ($45). También hay uno carioca (coco, maracuyá y mango), otro de banana split y uno de choco dark con chocolate 70% y peperoncino. Para acompañar, café y chocolate caliente. 

Más allá de los sabores inesperados, el producto es de primerísima calidad: frescos y hechos en el momento en la “ferrari” de las churreras, una máquina que trajeron de España. “No sabíamos que era tan difícil hacer churros: hay que tomarle la mano a la masa, a la temperatura del aceite, estuvimos un tiempo largo haciendo pruebas”, reconoce Peña. Pese a que costó, valió la pena. Y como se lee en la entrada: Churro Rey.  Amén. 

Juan Pedro Caballero queda en Thames 1719. Horario de atención: martes a viernes de 13 a 20; sábados y domingos de 12 a 20. 


Luminoso y dulce

Pablo Mehanna

Ubicado a un par de metros del puerto de Olivos, Malagrino es una de las últimas aperturas del polo gastronómico que se armó en los alrededores de la Avenida Libertador y Corrientes. Al frente del proyecto está la joven cocinera María Malagrino, que además de tener su propio catering se fogueó en Santa Teresita, con nada menos que Fernando Trocca, y en Borneo Coffee, entre otros lugares. 

El local es amplio –tiene capacidad para 64 cubiertos y en breve sumarán 30 más en la terraza cubierta– y luminoso, con ventanales grandes. Flores, lamparas de diseño y mesas y barras de madera clara son algunos detalles de la fresca ambientación.

Malagrino es una propuesta pensada para todo el día: hay desayunos, almuerzos (cada día suman fuentes y ollas humeantes con varias opciones en el mostrador, con mucho protagonismo de los vegetales: buñuelos, ensaladas con legumbres y cítricos) y meriendas, más el sustancioso brunch de los sábados y domingos. Pero sin dudas uno de los puntos altos de la casa es la pastelería, de estilo americano, en la que Malagrino arma dupla con Camila Malvido, que viene de trabajar con Astrid Gutsche en Astrid & Gastón y en 99 con Kurt Schimdt, dos de los mejores restaurantes de Latinoamérica. 

Algunos hits: la chocolatosa y sexy torta Lucifer ($120), inspirada en la Devil´s Cake ($120); la carrot cake, húmeda y especiada ($120); la Coco Borracho ($120); y los alfajores, en especial el de almendras y dulce de leche, a $70. También son deliciosos los cinnamon rolls ($80). Pero cada día se suman cosas nuevas, por lo que es imposible aburrirse. Además, es uno de pocos lugares de la zona con café de especialidad: los baristas usan un blend de Bolivia (Taypiplaya), Colombia (Bruselas) y Brasil (Minas Gerais) y el café también se puede pedir también para llevar.

“Mi estilo es simple, es casero, busco que predominen los sabores”, dice Malagrino, a casi un mes de abrir. Y eso se nota en cada comanda que se despacha de su flamante cocina.

Malagrino queda en Corrientes 321, Olivos. Teléfono: 4528-2221. Horario de atención: lunes a sábados, de 8 a 20; domingos de 9 a 20. 


La mejor terapia

Pablo Mehanna

Desde que abrió Donut Therapy, hace poco más de una semana, no hubo un solo día en que llegaran hasta el fin del día sin agotar el stock. Tan sólo el fin de semana pasada vendieron más de 800. Así le va a este proyecto, que comenzó itinerante, en las puertas de las cafeterías de especialidad, y que ahora estrenó local propio en Palermo. “El secreto de las donuts es la frescura; las que comen los clientes no tienen ni dos horas de hechas”, dice Gustavo Castillo, que llegó hace casi ocho años desde una Venezuela en la que ya “era imposible progresar”. En Buenos Aires tampoco fue fácil: los malos sueldos y las horas larguísimas de la cocina lo agotaron. “Se me quitaron las ganas de cocinar. Después me puse a hacer donuts, se las dí de probar a unos amigos, gustaron. Y empecé a vender. La primera vez hice 75 y las vendí en diez minutos”, agrega. Codo a codo en el proyecto, se encuentra su novia, la crítica gastronómica estadounidense Allie Lazar.

Lo primero que hay que decir es que cualquier idea preconcebida sobre lo que son las donuts muy probablemente sea errónea. En este lugar, las donuts no son un “mazacote”, una masa gomosa e incomible como las que venden algunas cadenas. En cambio, son ligeras, esponjosas, con hermosos alveólos gracias a la masamadre que se suma a la leche, el huevo y la manteca en la preparación de la masa (una especie de brioche). Tampoco tienen saborizantes, conservantes ni cosas raras: solo ingredientes de calidad. Ahí están las clásicas ($50), como la glaseada, la de azúcar y canela o la rosada con extracto de remolacha (¡tan linda!); y las especiales ($60), una variedad infinita. Desde una de chiplote ahumado con chocolate y marshmallows; otra de ananá, arándanos y crumble; o una de yogur, granola y miel. Todos los días cambian según lo que haya en el mercado. 

La onda del local, en una esquina abandonada por varios años, va en sintonía con la de los dueños. Súper relajada, se puede entrar con perros, con el mate, con bebida y hasta con comida. Donut Therapy cura con la mejor terapia: donuts, donuts y, claro, más donuts. 

Donut Therapy queda en Thames 1999. Horario de atención: martes a sábado de 11 a 18; domingos hasta las 19 (o hasta que se acaben las donuts).