El peso se pulveriza pero hay otra devaluacion que no tiene fondo: la devaluacion de la palabra oficial.

Ya no pueden garantizar ni la hora de emision de un discurso grabado.

Ya no pueden ni siquiera cambiar el equipo.

Ya no pueden convencer a los propios para que los acompañen. 

Hace apenas días Mauricio Macri dijo que estaba todo tranquilo y ahora, que estamos en emergencia.

Lo único que se le ocurre decir es que vamos a ir otra vez a pedirle “ayuda” al Fondo Monetario Internacional.

En el colmo de la incongruencia dice que este discurso lo tendría que haber dado en febrero de 2016. Es un desafío al autocontrol seguir escuchándolo.

Con cadencia infantil explica cómo el mundo, ése que nos había abierto los brazos, atenta ahora contra nuestra grandeza.

Dice, de pronto, que fueron los cinco peores meses de su vida después del secuestro que padeció. Imposible que registre al otro, a los otros.”Para mí no es fácil” repite. Lo dice en los mismos veinte minutos en los que anuncia que “va a aumentar la pobreza”. La Argentina está secuestrada por las consecuencias de sus decisiones.

Grabó el mensaje declamado más de una vez. Lo hizo después de un domingo en que se dio tiempo para jugar un picadito con los amigos en “Los abrojos” y disfrutar los 3 goles de Boca en La bombonera. Las versiones arreciaban, sus laderos ofrecían, sin suerte, cargos a radicales y filoradicales devaluados para oxigenar el gabinete, mientras él se relajaba. Llegó a Olivos al final de una jornada aciaga. 

Lo couchearon para un discurso extenso según sus parámetros. “Aún en los momentos de más dudas, la gran mayoría tenemos una voz que nos dice: ‘esto tiene que salir bien’”, repite y hace un gesto con su mano para graficar esa voz que llega a sus oídos.

No precisa nada, sólo habla de la reducción de ministerios, admite sí que tomará una decisión “mala, malísima”, un simil de retenciones al campo, y dice que estamos en el medio del río y nos está costando llegar a la otra orilla. Lo dice el presidente del país de Santiago Maldonado.