Algo huele pésimo y no precisamente en Dinamarca: en París, capital de la elegancia, de la sofisticación, del…   pis. Que, de muchas décadas a la fecha, la ciudad de las luces combate la ramplonería de varones que optan por aliviar sus necesidades en las calles, pillando como si el espacio público fuese su baño, no es novedad. Novedad, en todo caso, es el plan antipipí (Le Parisien dixit) que, a comienzos de año, reveló la alcaldía de París. Además de aumentar el número de agentes para detectar y multar a meadores seriales, dispusieron las autoridades un manojo de mingitorios ecológicos en distintos puntos de la urbe, con propósito dual: que los muchachos dejaran de regar las veredas con su lluvia dorada, y que su líquido excrementicio sirviera a propósito verde (ser abono de plantas). “Orinal seco conectado, mini vespasienne sin agua”, reza la web oficial del adminículo, el Uritrottoir: pretendida solución ecológica y pública para “civilizarla salvaje orina urbana”. “El pis –rico en nutrientes– es valioso”, arengan desde la agencia gala de diseño gala Faltazi, responsables del mingitorio, que tras instalar unidades varias en Nantes, fue fichada por el gobierno parisino para que hiciera lo propio allí. ¿Cómo funciona el Uritrottoir? Abajo, una mezcla de aserrín, paja y virutas de madera absorbe la orina, y la mezcla deviene abono orgánico para las plantas situadas precisamente arriba, encima del urinario. Cuando el contenedor alcanza su máximo nivel de llenado (200 “depósitos” aproximadamente), una señal avisa a distancia que es tiempo de cambiar el compost, colmo de la optimización. 

Cuestión que tres Uritrottoir ya habían sido instalados en estos últimos meses en París: en Boulevard de Clichy, en place Henri-Frenay, en le square Tino Rossi. Un quinto está por venir, previsto para Rue Bossuet, en el distrito 10. El cuarto, empero, plantado hace apenas unas semanas en la muy concurrida, muy turística Île Saint-Louis, fue la que detonó la controversia... Algunas voces críticas bramaron por lo horripilante del modelito, una monstruosidad de rojo centellante, indigna para tan lujosa zona, en los márgenes del Sena, frente a histórica mansión (el Hôtel de Lauzun, donde vivió el poeta Baudelaire en el siglo 19); otras se expresaron contra lo impúdico de un diseño demasiado... abierto, tan a los cuatro vientos, que apenas tapa las partes pudendas del varón, en tanto carece de cobertura alguna. Tampoco faltaron quienes señalaron que, al emplazarlo a 20 metros de un colegio primario, el Uritrottoir podía devenir imán para exhibicionistas al acecho.

Activistas feministas, sin embargo, fueron más lejos: no solo cargaron las tintas contra el Uritrottoir llamándolo un emblema del sexismo, una prueba más de que las necesidades de los hombres están por encima de las de las mujeres. Ni lentas ni perezosas, tomaron cartas en el asunto con acciones tangibles, y además de emperifollar los mingitorios con toallitas femeninas, tampones y pegatinas de protesta, ya han inutilizado varios llenándolos con cemento. “¿Sos un perro? 

¿No? Entonces, ¿por qué estás meando en la calle?”, advertía uno de los stickers plantados. Y otro: “A las mujeres que exponen sus senos para amamantar, se les pide que se tapen. A los hombres que sacan sus genitales para orinar, los subsidia el Ayuntamiento”. Vale decir que en otro claro ejemplo depotty disparity, las autoridades no han proporcionado instalaciones adicionales para ladies, dando por descontado que ellas actúan con recato en tanto han sido históricamente educadas para aguantar y aguantar.

Según Chris Blache, antropóloga feminista, fundadora de Genre et Ville –organización dedicada a la planificación urbana con perspectiva de género–, “francamente estos urinarios son una provocación para las mujeres”. “No se trata de mojigatería, se trata de la igualdad de género en el espacio público”. Empero, no apunta la especialista contra la alcaldesa Anne Hidalgo sino contra “el sexismo institucional de los equipos técnicos que evidentemente no ha pensado en el mensaje que está enviando”. Para Gwendoline Coipeault, de la organización feminista Femmes Solidaires, ese mensaje es alto y claro: “Estos mingitorios son discriminatorios, y validan la perniciosa idea estereotipada de que los hombres no pueden controlarse de ninguna manera, incluidas sus vejigas”. Continúa doña GC: “No conozco a ninguna mujer parisina que no haya visto a un hombre hacer pis en público, abiertamente, en las calles, en el metro, algo que hace mella en la sensación de inseguridad que –de por sí– tienen ellas al transitar. Aquello sin mencionar lo obvio: ¿a nadie le importa que quizás no tengamos ganas de ver a tipos meando aquí y allá?”. Considera Coipeault que tantísimo más efectivo sería instar a que los varones usen los cientos de baños públicos cerrados y autolimpiables dispuestos a lo largo y ancho de París; o, en todo caso, alentarlos a aguantar hasta descomprimir en bares, museos, sus casas...

Por cierto, recuerda el diario El País que lo de la capital francesa y los urinarios públicos viene de largo.”Puede que los llamaran por el más elegante nombre de vespasiennes –en honor a Vespasiano, el emperador romano que impuso una tasa a la orina de las letrinas de Roma, muy apreciada por artesanos como los curtidores de pieles– y los llegaran a usar, a la par, como columnas para publicidad. Pero eran meaderos puros y duros. En su momento de apogeo, a comienzos del siglo 20, llegó a haber más de 1200 pissoirs, como también se los conocen popularmente, en todo París”, explica la publicación ibérica sobre la facility de antaño, “un intento de que los hombres dejaran de orinar contra los sufridos muros de la ciudad”. Solo en las últimas décadas, los sanisettes, toilets públicos para hombres y mujeres: 425 bañitos (150 de los cuales están disponibles tanto de día como de noche). Y ahora, sí, sí, el infame Uritrottoir, exclusivo para ellos, sobra a esta altura decir...