Imaginemos con un poco de liviandad la rutina de un auditor del FMI o de otro organismo financiero internacional que viaja por el mundo, controlando los acuerdos entre los países emergentes o fronterizos y dicho organismo. Podemos verlo salir de Washington, tomar un vuelo en clase business que lo deja luego de varias horas en el aeropuerto de Nairobi, Zagrev o Buenos Aires, en dónde un chofer lo buscará para llevarlo al hotel de la cadena que suele frecuentar, en el cual lo espera una habitación con similares comodidades. Allí dejará su equipaje y partirá raudamente hacia la ronda de reuniones con “técnicos” del gobierno que probablemente tengan títulos de posgrado del nivel de los suyos e incluso hayan frecuentado las mismas universidades. A la tarde, antes de la cena de rigor en algún restaurante turístico de la capital, el auditor abrirá su laptop e ingresará en su planilla excel las 4 o 5 variables económicas obtenidas durante las diferentes reuniones y concluirá su informe.

Entre esas variables podemos suponer, siempre con un poco de liviandad, que incluya la tasa de crecimiento, de inflación, el nivel de reservas, de gasto público, de déficit fiscal y el saldo de la cuenta corriente, y en la misma sintonía podemos imaginar la ausencia de datos sobre la evolución del poder adquisitivo de las mayorías o del nivel de empleo. Es el paradigma del excel incompleto.

Variables

No existe una alarma en el sistema de control de nuestro auditor que se active a partir del aumento del desempleo, la pobreza o de una baja significativa del poder adquisitivo, como sí ocurre con cualquiera de los déficits o de la tasa de inflación, por ejemplo, cuyas subas pueden incluso frenar la asistencia financiera del organismo. El padecimiento social no figura como un límite infranqueable que incita a buscar otro método, a lo sumo formará parte de los famosos presentes calamitosos que garantizan futuros venturosos. Es más, las políticas cruentas hacia las mayorías suelen ser aplaudidas por “valientes” así como la mejora del empleo suele generar sospechas de “populismo”, un término vaporoso que sí enciende todo tipo de alarmas.

Los economistas conservadores suelen emular a ese auditor imaginario y seguir el paradigma del excel incompleto. No es que el empleo o el poder adquisitivo de los trabajadores estén fuera del universo de sus preocupaciones, sino que consideran que, poniendo en caja las variables que sí los preocupan, el resto se ordenará casi automáticamente. Que eso nunca haya ocurrido en Argentina o que se haya salido de la última crisis devastadora oponiéndose a las políticas preconizadas por el FMI no los desalienta. 

Gasto público

Los llamados gobiernos “populistas”, más rudimentarios e impacientes que los economistas serios, prefieren incentivar el empleo y acrecentar el poder de compra de las mayorías de forma directa, con esos instrumentos que para la ortodoxia económica son sólo “artificios” e inclusive pueden llegar a tener la osadía de bajar el nivel de deuda externa. Una crítica asombrosa que presupone la existencia de un “Estado silvestre”, que pudiera no intervenir de una u otra forma en la economía. Si se toma en cuenta que en cualquier país serio, como esos que el presidente Mauricio Macri pide imitar, el gasto público no representa menos del 25 por ciento del Producto cuesta pensar que pudiera no interferir. De hecho, en el famoso modelo australiano que se dijo querer replicar, la participación de la administración nacional representa el 27 por ciento del PIB y, en el caso argentino, ronda el 26 por ciento, según datos del Banco Mundial.

Lo más notable de las directivas que los países en desarrollo reciben de los organismos internacionales a través de funcionarios como el que imaginamos y que ponen el acento en el déficit fiscal mucho más que en el empleo, es que suelen contar con el aval de los Estados Unidos, un país que históricamente se ha despreocupado por su descontrolado déficit (acumula 17 años consecutivos de déficit que ascienden al equivalente de 20 PIB actuales de Argentina) y que pone un enorme énfasis en el empleo. Tal es así que, desde la crisis del treinta, que la tasa de desocupación en Estados Unidos no traspasa la barrera del 10 por ciento (su máximo anual fue en 1982 con un 9,7 por ciento) y, en los primeros siete meses de 2018, consiguió bajar la tasa de desempleo hasta un nivel inferior al 4 por ciento. No es casualidad, aplicaron políticas de estímulo a su producción mucho más proteccionistas. Tampoco es que no existan economistas conservadores en Estados Unidos más atormentados por el déficit público que por el empleo o el poder adquisitivo de las mayorías pero, por suerte para aquel país, no cuentan con el poder de lobby que sí tienen acá. Lo mismo sucede con economías desarrolladas como Japón, Corea, la valorada Australia, Canadá y la gran mayoría de los países europeos que se desea imitar. 

Nuevas amenazas

Es un caso similar a lo que ocurre con la famosa “teoría de las nuevas amenazas”, un concepto vago que incluye desde el terrorismo hasta el narcotráfico a través de la cual el Pentágono busca que las Fuerzas Armadas de la región intervengan en seguridad interior, tal como el presidente Macri lo acaba de anunciar, algo que el Departamento de Defensa nunca plantearía en su propio país. En efecto, así como Estados Unidos jamás permitiría que su ejército se encargue de combatir al narcotráfico dentro de sus fronteras pero busca que los ejércitos latinoamericanos lo hagan dentro de las suyas, también impulsa que los mismos países limiten sus déficits fiscales y sus políticas proteccionistas a favor del empleo, mientras que hace exactamente lo contrario en su territorio.

En rebeldía a esas presiones externas y de operadores locales, los gobiernos kirchneristas patearon la mesa y comenzaron a regular intensivamente el comercio y a preocuparse más en la generación de empleos que en el déficit fiscal. O sea, dejaron de seguir el consejo y empezaron a copiar el ejemplo. 

Así, después de 13 años consecutivos con tasas de desocupación de dos dígitos, recién a partir del cuatro trimestre de 2006 (año en que se canceló íntegramente la deuda al FMI), el desempleo perforó la barrera del 10 por ciento (con un récord de 21,5 por ciento en mayo de 2002) y en un solo dígito pudo sostenerse por más de una década. 

No parece ser un efecto de un fenómeno meteorológico que, tras dos años y medio de políticas mucho más preocupadas en la contracción del gasto público y la liberalización comercial y financiera que por la generación de empleos y mejora del poder de compra de los trabajadores (activos y pasivos), este año se vuelva a registrar un nivel de desempleo superior al 10 por ciento y un profundo deterioro de las condiciones de vida de la población.

Empleo

Al igual que con el desempleo, las políticas orientadas por el excel incompleto también impactaron negativamente en otros indicadores de precarización laboral. Uno muy importante porque revela la desprotección social es el trabajo no registrado. El mismo, en el tercer trimestre de 2003, había llegado a cubrir hasta el 49,5 por ciento de los trabajadores. En ese sentido, las desobedientes políticas K también consiguieron ir bajándolo hasta un mínimo del 31,5 por ciento en 2015. No obstante, el avance de la registración con sistemas alternativos, básicamente a través del monotributismo que no garantiza el acceso a derechos laborales básicos (como aguinaldo, vacaciones pagas, licencias, entre otros) y la estabilidad que sí posee en general un empleo asalariado registrado, erosionó la calidad del empleo. 

Ese fenómeno fue particularmente intensivo en los últimos años. Según los registros administrativos de los sistemas de la seguridad social de la AFIP, el empleo asalariado formal en el sector privado (Cambiemos siempre renegó del empleo en el sector público, igual que los lobbistas del excel incompleto) alcanzó, en 2015, un promedio anual de 6.229.257 empleos y el promedio anual de 2017 fue de 6.228.193. Es decir, sus políticas provocaron la pérdida de 1064 empleos asalariados privados, sin contar el desastre que están originando en los últimos meses. El dato contrasta fuertemente con la cantidad de empleos asalariados creados en el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner: 80.320 empleos en 2012, 45.492 (2013), 2803 (2014) y 114.692 (2015), de acuerdo a las estadísticas del actual Ministerio de Trabajo.

También ha sido muy grave la baja calidad del empleo creado en la gestión de Cambiemos. En julio pasado, Macri en una conferencia de prensa, sostuvo que en 2017 se crearon 700.000 empleos. De ese número, los registros del Ministerio de Trabajo indican que sólo 195.000 fueron registrados, de los cuales 128.000 corresponden a las distintas variedades de monotributo, 43.000 son asalariados privados (de esa forma, se recuperaron casi todos los empleos que se habían destruido en 2016) y públicos fueron 37.000. 

La conclusión de estos datos es que más de medio millón de empleos habrían sido generados informalmente, si lo dicho por Macri fuera cierto (no lo rectificaron). O sea, después de más de una década de bajar el desempleo y reducir la participación del empleo informal sobre el empleo total, se habría dado un vuelco impresionante, gracias a las políticas del excel incompleto, que ni siquiera han podido exhibir una mejora del resultado del déficit fiscal primario (del financiero ni siquiera hablan). En efecto, según los datos publicados por el Ministerio de Hacienda, en 2015, el déficit equivalía al 3,77 por ciento del PIB y, en 2017, fue del 3,83 por ciento.

Ajuste

Ahora bien, con el muy fuerte ajuste reciente del gasto público y los tarifazos y aumentos de los combustibles (bienes y servicios de consumo indispensable y altamente cargados de impuestos), seguramente el Gobierno podrá exhibir una reducción sustancial del déficit fiscal primario tal como sus funcionarios anhelan. Es una historia similar que la de fines de la Convertibilidad cuando en sus dos últimos años, a fuerza de reducciones salariales y de jubilaciones, se consiguió un superávit primario.

Frente a los obstinados fracasos de las políticas defendidas por los organismos financieros internacionales y por economistas conservadores en los últimos 40 años, tal vez haya llegado el momento de reconocer que, en realidad, el excel incompleto no falla jamás: es la realidad que se equivoca.

@rinconet 

@marianokestel