Muchos fueron los vaivenes de El Reloj desde su hora cero (1971) hasta hoy. Cuarenta y siete años, nada menos, en los que la agrupación originada en Lomas del Mirador bajo el mandato de Fernando “Willy” Gardi y Eduardo Frezza, atravesó alejamientos, satisfacciones, torbellinos y tristezas. Siete discos largos, por empezar, más dos sencillos que la marcarían a fuego de entrada: “El mandato” + “Vuelve el día a reinar”, el primero, de 1973. Y “Alguien más en quien confiar” + “Blues del atardecer”, publicado un año después. Ambos van en el haber positivo, claro. En el de los torbellinos, en cambio, hay que anotar el receso de seis años, que ocurrió entre los dos Luna Park llenos de 1976 y el retorno de 1983 con un disco estoico y tenaz llamado La esencia es la misma. Breve reverdecer que duró poco, hasta que en 1989 la máquina de hardrock intentó ponerse nuevamente en funcionamiento con dos miembros fundacionales (Luis Valenti y Juan “Locomotora” Espósito), más Claudio Marciello en viola. Pero el destino se repitió: nuevos desencuentros que, con intermitencias varias de por medio (edición de Santos y verdugos, en 1994) se pronunciaron con la muerte de Gardi en 1995, la de Valenti en 2004, y la de Espósito –pionero del doble bombo en la Argentina– en 2016. 

 “Personalmente, siento que en cada tema que tocamos estamos evocando a los tres. Ellos nos están inspirando, nos están dando energía, nos mantienen erguidos en el escenario”, inicia Osvaldo Zabala, otro histórico que ha decidido el enésimo regreso de la banda, junto a Frezza. “Es una responsabilidad enorme, además, porque quedamos nosotros dos haciendo algo que hacíamos cinco. Por suerte, contamos con músicos buenísimos como Richard Arena, un ex seguidor de la banda que se sumó en teclados, y Junnior Sic Faraón, baterista que tocó conmigo en Cronología… son dos tipos en los que, como dice el tema, se puede confiar. Los cuatro somos fieles a los conceptos de los temas: tratamos de respetar hasta el último arreglo original”, coincide Frezza, anudando pasado y presente. E intentando sanar heridas. 

La manera que ambos encontraron radicó no solo en juntarse y tocar, sino también en grabar un muy buen disco en vivo que versiona piezas clave de los primeros tiempos del grupo. Zabala, Frezza y elenco se hicieron cargo de temas emblemáticos como “El viejo Serafín”, “Vuelve el día a reinar”, “El blues del atardecer” y “Alguien más en quien confiar”, entre otros. “La idea fue y es recordar el hardrock de nuestros principios, que fue el que nos convirtió en un grupo de culto. Y también el de la etapa inmediatamente posterior, cuyos temas con desarrollo instrumental respiraban la impronta progresiva de la época, la de Emerson, Lake & Palmer o Yes”, enmarca Frezza, días antes de presentar el trabajo (viernes 28 de septiembre en Casa Rock, Juan B Justo 1477). “En este regreso nos pusimos a tocar lo primero que salía, y lo primero que salió, como decía Osvaldo, fue el primer disco... fuimos por ahí porque creemos que la base de todo es hacer lo que uno siente, y tener pasión, porque a la larga la gente valora más lo auténtico que lo oportunista. Creo que esos temas representan bien ese sentimiento”, asegura el bajista, a gusto con las medialunas saladas y dulces que María Maratea, histórica prensera del rock argentino, entregó para amenizar la charla con Página/12.  

–Entre esos viejos y genuinos temas hay dos que, pese a no haber tenido el “cartel” que tuvieron los que ustedes nombran, son marca reloj. Sobre todo las versiones de “Hijo del sol y la tierra”, con un solo de guitarra de enorme densidad rockera, y “La ciudad desconocida”, con una introducción de Ricardo Soulé en violín que no tiene desperdicio.

Osvaldo Zabala: –“Hijo del sol y la tierra” es un tema cuyo solo de viola original lo hacía Gardi, y era más clásico, no tan extenso como el que grabamos ahora.  

Eduardo Frezza: –La letra le pertenece a la madre de Willy, y la música nació como tantos otras, zapando en la sala de ensayo. Respecto de “La ciudad desconocida”, es el tema que genera algo diferente dentro del show, por su clima barroco, es una atmósfera que nos lleva a recordar a los amigos que ya no están, porque cuando lo tocamos en el Luna, Gardi quedó iluminado y solo tocando el violín como si fuera Paganini, porque encima se parecía, y Valenti al lado suyo, haciéndole el colchón de teclado. Es una imagen imborrable… el Luna estaba lleno, y no se sentía un solo ruido entre la gente.

–¿Cómo hace para conservar la voz, Frezza? Por lo que se escucha en el disco, no hubo que bajar tonos “a la Plant”...

E. F.: –No, porque tengo una forma de respirar que me ayuda a modular como en los setenta. Se trata de respirar, mandar el aire al estómago, y sacarlo con la fuerza que lo saca un cantante de ópera. Además hago vida sana, no fumo y, antes de cantar, no tomo. No hago desastres. No la voy con eso de un trago para ver mejor, porque si tomás un trago la garganta se te empasta y no podés cantar. Lo que tomo, en vez de cerveza o vino, es yema de huevo… eso te estira la garganta y resulta infalible. Y otra cosa que aprendí de George Harrison: darle al vinagre de manzana con jengibre… es riquísimo (risas). 

Frezza y Zabala se volvieron a juntar a principios de 2017. El bajista y cantante venía de una experiencia fortuita, junto a una banda que llamó igual que uno de los compilados de El Reloj (Cronología), y Zabala, de algunos intentos de reflotar la banda (Hombre de hoy, 1999, Mercado de almas (2002), que colapsaron tras la muerte de Valenti. “Mejor no hablar de eso”, vuelve Frezza, queriendo esquivar las malas esquirlas del recuerdo. “Lo que sí está bueno recordar es que otro de los temas que volvimos a grabar es ‘Haciendo blues y jazz’, que yo le había escrito a mi vieja para que se quedara tranquila porque en Buenos Aires no me estaba drogando, sino cantando blues y jazz. Era como una carta hecha canción”, se ríe el músico, nacido en Rosario. 

–“El viejo Serafín” es otro de los temas de culto. ¿Cuál es su historia?

E. F.: –Siempre me pegó ese tema porque es muy espiritual. Lo hizo Gardi, pensando en un maestro que tenía él, que también se dedicaba a la música. La letra habla de dos dimensiones: la de un guía onda arcángel que nació en la tierra para hacer reír a la gente y contar sus historias, y otra dimensión, oculta en este caso, que es tenebrosa. Es un tema que me pega por todo eso.

O. Z.: –Sí, claro. Yo agregaría que es el tema más representativo del lado sinfónico de El Reloj, que siempre fue, más bien, una banda de rock duro.