La primera firma que llevan sus fotos fue Felka a secas. Después, fabricó un sello que decía “Felka Kornreich” para marcar en el dorso a las que mandaba a revelar. Más tarde, a fines de los 70, antes de divorciarse, fue Ilse Kornreich. Luego, durante algunos años llevó el apellido paterno y se llamó Ilse Wunche. Finalmente adoptó el nombre con el que se la conoce hoy. La muestra que se inaguró el jueves 13 de septiembre en el Centro Cultural de la Cooperación saca a relucir un fragmento de las vidas de Ilse Fuskova. 

En los últimos años María Laura Rosa, amiga de Ilse, curadora e historiadora feminista y fundamental del arte argentino, la ayudó a sacar del placard su archivo, sacudir el polvo de retratos tomados en exteriores, en los que aparecen, casi como si estuvieran de paso, Carmen Gándara, Beatriz Guido, Mabel Rubli, Landrú, la titiritera Mané Bernardo, Carlos Alonso. ¿Qué conecta estos retratos clásicos, para nada reñidos con los cánones de los 50, con la obra de Ilse que todo el mundo tiene en el radar, sus muy conocidos desnudos femeninos con sangre, de hace tres décadas, censurados en el marco de la muestra Mitominas II? Podría ser, como lo explica María Laura Rosa, “la libertad con la que siempre transitó su vida, que encontró la, digamos, la ‘cereza de la torta’ con el activismo de los 90”. 

Es que Ilse anduvo suelta desde mucho antes de declararse públicamente lesbiana con pico de rating incluido en la mesa de Mirtha Legrand, donde se sentó con la teoría de Adrienne Rich bajo el brazo. A mediados de los 40 comenzaba a expandirse la aviación comercial, las naves eran aviones de hélice e Ilse consiguió su primer trabajo en Scandinavian Airlines. La llave fue que hablara idiomas. No se cansaban de decirle que era, en alemán, su lengua natal, una neue frau (mujer moderna). Los primeros sueldos le permitieron comprarse una cámara e incursionar en el fotoreportaje y recorrer la bohemia del brazo de Alberto Greco, de quien abundan los retratos en esta muestra: Greco de perfil, Greco posando con su amiga y su pulóver preferido, Greco en familia -en lo de su tía, donde fue a parar eyectado de la casa materna–.

Beatriz Guido, 1957 y Leonor Vasena, 1957.

¿Cómo se le ocurrió a Ilse salir a la calle con la cámara?

–Empieza trabajando para revistas como Lyra y Para ti. La foto no era un arte de dominio totalmente masculino. Como fue una disciplina tan cuestionada, sufría menos el machismo de las “Bellas Artes”. En la fotografía, no era difícil insertarse. Ilse es una de las mujeres autónomas de esa época que llamamos “mujer nueva”, como lo fueron aquí Anne Marie Heinrich y Grete Stern, que no por casualidad también eran fotógrafas. 

¿Qué dirías de la poética de sus fotos?

–La Ilse de los 50 tiene una mirada de rescate de las mujeres de los circuitos culturales en el marco de una sociedad que recién estrenaba el voto femenino (1949). Muy pocas empiezan a poder transitar solas por las calles sin sospechas. Ella andaba con un varón gay, Greco. Necesitaba de esa compañía para circular en el espacio público con más libertad.

¿El amigo gay como pantalla?

–Y… su pareja no era. No creo que se prestara a confusiones, ni que Greco haya estado en el closet nunca. Aun así, no era lo mismo que una mujer sola caminando por Avenida Corrientes. Mi hipótesis es que Greco le permitía circular por lugares y experiencias a los que no hubiera accedido si no. Se conocieron en Plaza San Martín y empezaron a salir a caminar. Greco le presentó a quien después fue su marido.

El zapallo, 1982.

QUÉ VES CUANDO LA VES

“Hay fotos de niños de la Isla Maciel, en La Boca. Ya ahí aparecen la infancia, la injusticia. Hay un corte abrupto en lo formal en su obra pero no un corte de su cabeza, de su sensibilidad”. La primera foto (1953) es de unos obreros cruzando un puente. El recorrido de la muestra incluye una serie de composiciones experimentales de la época en la que estudió con Horacio Coppola, marido de Grete Stern. Pasa por algunos fotoreportajes y culmina en “El zapallo”, una de sus obras más famosas en la que la preocupación era cómo representar el cuerpo de una mujer visto por otra mujer, para correrse de los estereotipos amoldados por el deseo masculino: ¿Registra lo mismo que un varón? ¿Dónde se detiene la mirada?

¿Por qué hacer este recorte de un pasado, tal vez proto-activista o nada activista, de Ilse y mostrarlo ahora?

–Ninguna vida es plana. Y en el caso de una personalidad tan compleja, si solamente te vas a quedar con que es una gran activista lesbiana, perdés demasiado. Esta muestra ilumina su inquietud por la calle, por ver, conocer gente. Seguro era un germen de lo que luego va a brotar. Por ejemplo, ¿toda esa mirada social que aparece en estas fotos de los 50 nutrió a la Ilse de los 90, que peleaba por la despatologización de la homosexualidad y el lesbianismo? Si sólo me quedo con la Ilse activista, puede ser un relato redondo, pero aplano su vida quitando del medio altibajos, silencios, experimentaciones. Siempre fue alguien de los bordes en el arte. Tampoco buscaba estar en otro lugar.

¿Qué querés decir?

–Sacar fotos no era prioritario. No estaba pendiente de que sus obras se exhibieran en un museo. Mostraba lo que hacía en espacios de activismo en los que se movía. Mucho menos le interesaba vender su obra. Para ella había otras urgencias en ese momento: las luchas por la patria potestad, por el divorcio, la visibilidad lésbica. Aun así, Ilse siempre necesitó de las experiencias creativas, pintar, escribir poesía. El arte es para ella una herramienta de interpretación del mundo.

En el C. C. de la Cooperación, Corrientes 1543.