¿Tod@s, todxs o todes? ¿Qué es y cómo se usa el lenguaje inclusivo? ¿Hay alguna fórmula? ¿Qué opinan los lingüistas?  “El lenguaje inclusivo es no sexista y constituye una apuesta política frente a las relaciones de poder asimétricas”, afirma Javier Gasparri, Profesor de Letras e investigador de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, quien propone abordar el tema desde una perspectiva sexogenérica  y desde la filosofía del lenguaje.

Que el género universal gramaticalmente sea el masculino, no es azaroso ni inconsciente, sino el emergente de un ejercicio de poder sostenido a través del tiempo, explica el docente. Entiende que el lenguaje se configuró histórica y políticamente como un acontecimiento faloegocentrista, es decir que privilegia lo masculino en la construcción del significado.

“Una persona puede plantear que el pronombre masculino la excluye y está en todo su derecho”, sostiene. En este contexto, el lenguaje inclusivo viene a actuar en su función referencial dado que nombra a un cuerpo que no obedece a ningún género establecido.

En su análisis cita a la escritora francesa Monique Wittig que afirma que “la clase de los hombres se ha apropiado de lo universal para ellos y esto no ocurre por arte de magia, es un acto perpetrado por una clase contra otra. Plantea entonces un cambio estructural en el lenguaje, en sus nervios, en su enfoque, aunque cree que este no es posible sin hacer cambios paralelos en filosofía, en política y en economía, porque como las mujeres están marcadas en el lenguaje por el género, están marcadas en la sociedad como sexo.”

La teórica feminista considera que el género en el lenguaje es una marca única en su especie, el único símbolo léxico que hace referencia a un grupo oprimido. Afirma que ningún otro ha dejado su huella en el lenguaje a grado tal que erradicarlo no sólo modificaría el lenguaje a nivel de léxico, sino que transformaría la propia estructura y su funcionamiento, cambiaría las relaciones de las palabras a nivel metafórico y transformaría nuestra realidad política y filosófica.

 

¿Quiénes hacen la lengua?

Ante los argumentos de algunos lingüistas en torno a los límites del lenguaje, Gasparri resalta la arbitrariedad entre los géneros sexuales y los gramaticales y afirma que la lengua la hacen los hablantes a partir del uso y la experimentación. Y para aquellos que consideran al lenguaje inclusivo algo abstracto que no cambia nada, sostiene que el lenguaje hace la realidad y nos constituye como sujetos.

En este sentido, cita los aportes de la filósofa post estructuralista Judith Butler, quien analiza la forma en que el lenguaje, en su dimensión performativa (de acto que produce efectos), juega un papel central en la constitución subjetiva y cómo de este modo está implicado tanto en la reproducción como en la subversión de las relaciones de poder.

Para Butler, el sexo y el género son una construcción, fruto de una repetición de actos que se naturalizan y producen la ilusión de una esencia. Tales producciones se dan en una matriz heterosexual y la performatividad del lenguaje se entiende como una tecnología, como un dispositivo de poder social y político.

De esta forma surge el ejercicio de desautomatizar algo que tenemos muy incorporado: los modos de plantear el masculino como universal. “Esto implica una continua autoreflexión y autoescucha, estar alerta y no dar por sentado”, dice Gasparri.

El Profesor aclara que en esta postura no hay un desdén por la gramática o la regulación lingüística, sino una apuesta por apropiarse de este lenguaje. En tal sentido, considera que reflexionar metalingüísticamente y tomar elementos de la filosofía del lenguaje, ayudan a que no se banalice la propuesta.

Reconoce que hay una demanda de alguna fórmula para involucrarse de una manera más cercana. Y si bien cree que es deseable la reflexión gramatical, al mismo tiempo tampoco se puede hacer una receta del lenguaje inclusivo, ya que lo volvería a normativizar  que es justamente de lo que quiere salir.

“No hay una sola manera de expresarlo, no se impone el uso de la “x” o la “e” porque las transformaciones no pueden forzarse. Eso se da de acuerdo al modo en que los hablantes lo van utilizando, las combinaciones posibles y la creatividad. No se trata de un uso impuesto, sino de algo que se está irradiando y empleando por deseo propio a partir de experimentar desde una perspectiva más lúdica.”

En este sentido la Real Academia Española manifestó: “No es esperable que la morfología del español integre la letra “e” como marca de género inclusivo, entre otras cosas porque el cambio lingüístico, a nivel gramatical, no se produce nunca por decisión o imposición de ningún colectivo de hablantes.”

Y agregó: “El uso de la @ o de las letras “e” y “x” como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género.”

Frente a este argumento, Gasparri dice que “la apuesta inclusiva es una micropolítica del lenguaje que se está expandiendo como una suerte de revolución y por eso molesta.”

Javier Gasparri es Magíster en Literatura Argentina y Profesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Se desempeña como docente de Literatura Argentina en la Facultad de Humanidades y Artes y como Secretario Técnico del Instituto de Estudios Críticos en Humanidades (UNR-Conicet) así como también del Doctorado en Literatura y Estudios Críticos.

Integra los Centros de Estudios de Literatura Argentina y de Teoría y Crítica Literaria y el Programa Universitario de Diversidad Sexual de la UNR. Desarrolló una investigación sobre sexualidades y género en literatura argentina y latinoamericana, con especial atención a la obra de Néstor Perlonger.