La puerta está cerrada, no hay timbre, hay que golpear para que abran. Adentro se escuchan voces. Cruzar ese umbral es comenzar a sumergirse en el mundo surrealista de El deseo atrapado por la cola, una de las obras que Pablo Picasso escribió en la París ocupada por los nazis en 1941 y representada por primera vez tres años después, con las participaciones de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Michel Leiris, Raymond Queneau y Dora Maar, entre otros, dirigidos por Albert Camus. Al ingresar a este lugar los sábados a las 21.30 en Querida Elena (Pi y Margall 1124), los espectadores son recibidos por el Gordo Julio, el dueño y conserje del lugar, y descubren a los personajes deambulando por los distintos espacios. Personajes decadentes, cargados de temores y frustraciones, que buscan rebelarse ante un destino de terror y sueñan con un futuro que, saben, no llegará.

Luego se invita al público a pasar a un cuarto, donde comienza la obra en sí. “Aquí estamos, a punto de decirnos verdades”, les dice a todos (el inquilino bien venido a menos, la prostituta, la señora decente, el visitante, el peludo, las siamesas, la violinista y el botones) el Gordo Julio, y la verdad es la existencia: cómo (sobre)vivir cuando no queda nada más que el deseo (sexual, gastronómico, lúdico) que parece escabullirse y hay que atraparlo como se pueda antes de que huya tal vez para siempre, porque sin deseo no hay vida. Y en esa disputa, sueño y realidad borronean sus límites. ¿Qué fue soñado y qué realmente sucedió? La letra de Picasso hace juego con sus pinturas, sus grabados y sus esculturas, y construyen un ambiente sensual y delirante. El surrealismo invade el lenguaje, los personajes tienen algunos discursos irreales, y el sentido se construye contextualmente: las palabras valen por sus compañías, sus tonos, el lugar en el que se enuncian. Una forma de resistencia contra el horror que a veces es lo real.

Recrear el París de la resistencia en La Boca fue el desafío: la iluminación, el maquillaje, el vestuario y la puesta en escena construyen un ambiente plagado de colores, ambiente de época y espacios prolijamente venidos a menos. ¿Puede esta decadencia ser acogedora? En el afuera está la amenaza, materializada en la sirena, que es el fisco que busca a los deudores, las bombas que caen sobre la ciudad, o el hambre y la miseria que persigue a sus víctimas. Los habitantes de la casona deben protegerse entre ellos antes de que cualquiera de esos terrores los alcance y los haga desaparecer. La esperanza de la resistencia es colectiva. “Abracémonos”, propone en un momento el Gordo. En tiempos difíciles, cuando el exterior es hostil, no parece mala idea.