La imagen resulta irresistible y candorosa. Un juez con tiradores, bigotitos, trajecito gris medio arrugado, bombín y cara de calor perpetuo, siempre dispuesto a hacer cumplir la ley a rajatabla. Y cuando cae el sol, un brillo libidinoso ilumina su mirada y una indisimulable alegría se apodera de su rostro pensando en la recorrida nocturna en busca de placer sexual pago. Los médicos le recomiendan que se calme, porque si sigue así se va a matar. “¡Si pudiera traería el castigo corporal de regreso!”, es la conclusión de “Mr. Apples”, el nuevo simple de los legendarios Madness; una deliciosa viñeta urbana que retrata la doble moral con humor y grotesco. Una especialidad de toda gran banda de rock inglés, desde The Kinks hasta Arctic Monkeys.

Madness es una muy querida institución musical británica, del mismo tenor que Status Quo (el reciente fallecimiento de Rick Parfitt provocó un mea culpa en la prensa especializada por no haberlos valorado en tiempo), y como ellos dedicaron su arte al entretenimiento puro y duro, sin apetencias de bajada de línea, lo que les ganó un fuerte vapuleo cuando sus respectivos tiempos de gracia transcurrieron. Madness, septeto emblemático del ska inglés, conoció la gloria en aquel fértil período musical que se desarrolló a finales de los años setenta y al comienzo de los ochenta. El 2-Tone fue un desprendimiento tropical de aquel fenómeno que sucedió al punk y se llamó new-wave. De buenas a primeras, el ska jamaiquino se encendió en la Inglaterra pre-Thatcher y preparó el terreno para grupos como The English Beat, Bad Manners, The Specials y The Selecter, entre otros.

Pero el reinado de Madness los eclipsó a todos. Siete muchachos vestidos ridículamente con bombines y pantalones anchos, como si el sastre fuera su peor enemigo. Su imagen emblemática  los muestra arqueados, apoyándose entre ellos en feliz estudiantina. Lejos de quedarse en la pureza del revival, Madness se apoyó en el ska para trazar su propio estilo que combinaba grandes melodías en la tradición británica, pero con un piano honky-tonk subrayado con una sección de vientos juguetona. Por sobre ellos, el enorme Suggs (Graham McPherson), un cantante pícaro y buen mozo, estampa del muchacho revoltoso pero bueno en el fondo, liderando la ceremonia de saltos que aún hoy sigue provocando su show. Tuvieron hits enormes: “My Girl”, “It Must Be Love”, “One Step Beyond”, “House Of Fun” y el que más se conoció en Argentina, “Our House”. Entre 1979 y 1984 fueron reyes. Luego crecieron, lo que se advirtió en su disco Mad Not Mad (1985), que los mostraba más reposados y caribeños y con melodías que maduraban a la par (“The Sweetest Girl” y “Yesterday’s Men” fueron lindísimas canciones incomprendidas). De ellos se esperaba cualquier cosa, menos un proceso madurativo.

Con diecisiete canciones en el Top 10 británico y millones de discos vendidos en todo el mundo, no es de extrañar que hayan ejercido una influencia muy importante en toda clase de grupos, sea por lo contagioso de sus canciones, por la originalidad de sus melodías o por su estampa de “nutty boys” (muchachos alocados) que impregnó a grupos argentinos también, como Los Auténticos Decadentes y Los Fabulosos Cadillacs. Y al igual que ellos, llegó el tiempo en que Madness tuvo que enfrentar su propia crisis de crecimiento. 

Se separaron, se cambiaron el nombre, se hicieron solistas, editaron “grandes éxitos” a morir, discos en vivo a granel, y todas esas triquiñuelas funcionaron a la perfección, lo que le daba a los miembros de Madness un buen pasar. Incluso Suggs se convirtió en un exitoso conductor televisivo hasta que mencionó la desafortunada frase: “sepan ustedes que pueden meterse la televisión por el culo”. Era un síntoma de malestar y tal vez por eso regresaron en los ‘90 con su propio festival: Madstock! Si habían pasado de moda, que fuera con alegría.

El problema de toda gran banda que ha conocido la gloria no es el regreso: eso siempre funciona. El asunto es como volver a ser relevante y, sin borrar el pasado, tener un presente que no los condene a la rutina nostálgica. Madness trabajó en serio en esa cuestión y tras algunos discos fallidos, idearon un álbum conceptual que se publicó en 2009: The Liberty of Norton Folgate, la historia de un rincón urbano del este de Londres, que supieron poblar de fantasía y agudas observaciones. Un trabajo maduro que no por eso perdía el estilo mordaz y gracioso que Madness supo forjar. Hubo un problema formal: adolecía de un hit adecuado que les hiciera un lugar al lado de Beyoncé, The Weeknd o Craig David, en la codiciada Lista A de la poderosa (y estatal) Radio One de la eterna BBC. 

“Mr. Apples” de su flamante, delicioso e impecable álbum Can’t Touch Us Now corrigió ese inconveniente. La combinación de la locura urbana con la tradición excéntrica de los ingleses, ha probado ser una fórmula ganadora que hasta le dio resultado a Paul McCartney con “Mr. Bellamy” en 2007, la historia de un loco que no se quiere bajar de donde está. La clave del éxito de “Mr. Apples” está en el video, con Suggs encarnando a un psicólogo que intenta contener la lujuria del saxofonista Kix (Lee Thompson) que se roba la pantalla con su personaje pervertido. “Mr Apples nunca para –explicóSuggs–; de día es un pilar de la sociedad que tiene muy en claro cómo debe comportarse la gente. Estricto, moralista, sentencioso. Pero cuando el sol se pone, se encamina hacia el lado equivocado de la ciudad. Algo agotador. Nos preocupamos por él. Es un chico muy travieso”. 

La buena noticia de esta resurrección no la constituye solo el hecho de que Madness haya vuelto a sonar en la radio a la par de los jóvenes artistas del hoy: Can’t Touch Us Now es un álbum excelente con una consistencia que el grupo de Camden Town no había logrado en décadas. Lo cual es mucho para un grupo que está por cumplir cuarenta años. En lugar de encontrar la gracia al envejecer, el gran triunfo de Madness es no haberla perdido en el camino e ir ganando un peso artístico que les evitó convertirse en parodia de sí mismos. Intocables.