Cuando todo hacía suponer que la reunión de Suárez en 2016 (a quince años de su último recital) había sido una cuestión meramente nostálgica, concebida para respaldar la salida del documental Entre dos luces, el grupo icónico del indie argentino sorprendió nuevamente al anunciar su regreso a los escenarios. “Esta vuelta tiene que ver con la segunda parte del documental”, justifica Rosario Bléfari, cantante del quinteto, antes de reencontrarse este sábado, a partir de las 19, con el escenario de la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). “De hecho, pensamos tocar el año pasado, pero como Fernando (Blanco, director del film) estaba haciéndolo, nos pareció que lo mejor era esperarlo”. Si bien la primera parte del documental abarca los dos primeros álbumes de Suárez, esta nueva entrega cubre sus otros dos discos. “Esto nos dio la oportunidad de ampliar el repertorio. A pesar de que en el Konex que hicimos en 2016 no sólo tocamos temas de los dos primeros, rescatamos algunos pocos de Excursiones (1999) para que no nos maten”.

–Aunque mucha gente se quedó con las ganas de que Suárez se mantuviera en actividad, en aquella vuelta se mostraron solventes, sintonizados y contundentes sobre el escenario. ¿Qué balance hicieron tras ese recital? 

–En la banda, muchos teníamos ganas de volver a tocar y hasta estuvimos a punto de subir una fecha. Pero esperamos a la película. Recién ahora, después de este recital, está la idea incierta de salir a actuar sin ninguna otra excusa más que la de presentarnos en vivo. Queremos mostrar cómo nuestras canciones siempre son distintas, que era algo característico del grupo. Si hay futuros shows, tienen que ser otra cosa. Hoy se nos presenta una página en blanco, que nos permite tener una visión renovada de la banda.

–Durante ese show, ¿sintieron que la escena y el público los estaban esperando? 

–Cien por ciento. Por eso nos dio también vértigo. Nos preguntamos si daba para seguir tocando o si se trataba de un interés pasajero. Nos debatimos entre la sorpresa y la inseguridad de no saber. Por eso nos aferramos todavía al documental. La mínima duda de uno anula la convicción de los otros. Los cinco tenemos que sentirnos seguros. En lo particular, yo sería feliz si seguimos tocando, e incluso si hacemos cosas nuevas.

–¿Les llama la atención que hoy tengan más posibilidades de hacer lo que desean que en los ‘90? 

–También está el tema de las relaciones, que es muy delicado. Es como una pareja que está separada y que de pronto se vuelve a juntar. Hay una cosa de medirse un poco a ver si surge algo en común. Tenemos que estar todos de acuerdo. Si alguien tironea para un lado o para el otro, se produce un desequilibrio.

–Este año se cumplen tres décadas de la creación de Suárez. ¿Cómo fue aquel momento de ebullición de los ‘90?

–Esa ebullición la vivimos, pero haciendo un camino al margen. No había una comunión con el resto de las bandas, aunque sí con algunos artistas con los que compartimos fechas como La Nueva Flor y (Adrián) Paoletti. En ese momento, la figura del músico de rock era más la del “star”, que venía de los ‘80. O al menos ésa era mi lectura. Y nosotros no teníamos mucho esa onda. Durante mi carrera solista o con mi otro proyecto, Sue Mon Mont, me di cuenta de que la camaradería entre los músicos se dio más tarde.

–Estaban en la vereda de en frente de la movida sónica, que comandaron grupos como Babasónicos y Los Brujos... 

–Era cada uno haciendo la suya. No existía esa sensación de comunidad. En el caso de Los Brujos, que eran un poco más cercanos, ellos estaban en su trabajo más teatral. No había mucha circulación de una conversación artística. No la reconozco. O quizá fue que nosotros éramos los apartados. La sensación que tengo de esa época, con respecto a las relaciones, es áspera.

–Daniel Melero fue uno de los primeros artistas de renombre que apoyó a Suárez. ¿Cuánta importancia tuvo en sus inicios?

–En nuestro primerísimo momento, me relacionaba con su mujer de aquel entonces, Vivi Tellas. Actuaba en sus obras de teatro, iba a la casa y también veíamos a Los Encargados. Era una circunstancia bastante familiar con ella y Daniel. De hecho, a Fabio (Suárez, bajista del grupo, pareja de Rosario y padre de la hija de ambos, Nina) lo conocí mientras trabajaba en una obra de Vivi. El empezó a tener amistad con Daniel, al punto de que lo ayudó en una grabación asistiéndolo. Cuando empezamos a hacer música juntos, se la mostrábamos. Era alguien que estaba cerca de nuestras actividades y ésa fue la aproximación.

–Antes de que El Mató a un Policía Motorizado conquistara España, Suárez, en 1997, se convirtió en el primer grupo del indie local que giró por ese país europeo. ¿Qué recuerda de esa experiencia? 

–Fue raro debido que éramos independientes. En ese momento, (la revista española) Zona de Obras creó un sello por el que circularon varios artistas sudamericanos. Su idea era generar un diálogo entre España y América latina, y nosotros fuimos una de las bandas que entró ahí. Para nosotros era insólito porque, con excepción de Bahía Blanca y La Plata, nunca habíamos tocado fuera de Buenos Aires. Además de vivir la experiencia del festival y de enfrentar a un público que no nos conocía, actuábamos en pueblitos donde trabajábamos de músicos. Terminábamos la lista de temas y tocábamos de vuelta porque éramos la única cosa encendida de ese lugar el sábado a la noche. Eso está en la parte dos del documental.

–Al principio de su carrera solista, ¿por qué se resistió a tocar los temas del grupo?

–Cuando saqué mi primer disco solista, Cara (2002), no sabía que nos íbamos a separar. Para mí era algo paralelo. En Estaciones (2004) ya no existía Suárez y no toqué los temas del grupo porque estaba en otro universo. Recién en mi tercer trabajo, Misterio relámpago (2006), empecé a incluir alguna canción dentro del repertorio, y dejó de ser algo completamente apartado. Comencé a ver que ésas también eran mis canciones. Pero al reunirse Suárez, sentí que la licencia por suplencia se había terminado.

–Hace unos meses, su hija Nina abrió un recital suyo en el Centro Cultural Recoleta. ¿Sigue los pasos de sus padres?  

–No tiene carrera sino más bien canciones. De pronto las canta o las deja de lado para tocar la batería. Está en una etapa de exploración. En casa la escuchaba con esos temas, estaba encendida, y le propuse que los tocara. La invito a cantar porque me gusta que sienta la desenvoltura con el público. Esa es mi manera de ayudarla. Si alguien está dispuesto a escucharte, podés seguir adelante.