Serafina Falagán tiene 82 años y sigue día a día trabajando en el comedor que inauguró por los años ‘90 y que comenzó con diez chicos y hoy alimenta a casi 300. Además, es la mujer que logró que sean relocalizadas trescientas familias que vivían en la cuenca del riachuelo.  

–¿Cómo llegó a vivir a la antigua Villa 26?

–Soy de Santiago del Estero y vine cuando tenía 16 años, en 1954. Vine por un familiar a conocer Buenos Aires, y por esas cosas del destino me quedé acá. Yo era una persona de campo, en Santiago del Estero trabajaba con mi padre en la agricultura. No era una chica criada en una ciudad, allá iba a una escuelita de campo.

–¿Cómo estaba compuesta su familia?

–Cuando tenía 17 años me casé, tuve cuatro hijos, más tarde tuve otro. Justo en la villa nació el que falleció a los 14. Ahora tengo a mi única hija mujer viviendo en Santiago del Estero. Con los años me separé porque mi marido era muy picaflor. 

–¿Cuándo se fue del ranchito a la nueva Villa 26?

–Un día fui a la Comisión Municipal de la Vivienda, me presenté, me mostraron un mapa y me dijeron: “Esto es donde vivís, la Villa 26”. Me dijeron que teníamos que elegir un representante para que se pudiera gestionar todo lo que necesitábamos. Les expliqué a los pocos que vivíamos ahí y me eligieron a mí, aunque yo no quería ser la representante. Ahí fue cuando empecé con todo esto, ellos fueron los que  me enseñaron. Primero empecé a gestionar el agua, después la luz. En el Riachuelo no había nada, era todo pasto. Para nosotros era un sueño, siempre alumbrados con Kerosene, o un farolito, no lo podíamos creer.

–¿Cómo surgió lo del comedor?

–Surgió después de muchos años. Había crecido la villa porque los jóvenes se casaron y vivían ahí mismo. Yo trabajaba con los chicos en deportes, en colonias, también repartía alimentos. En los ‘90, la gente me decía por qué no pedía que me pongan un merendero. Yo tenía mucho contacto con la gente de promoción social porque era la coordinadora de villas, entonces nos nucleábamos todos en un solo lugar. Ahí gestioné el comedor. Yo tenía una pieza que no usaba y le dije a un albañil de arreglarla para que los chicos puedan comer. Y ahí empecé con el comedor. De nombre le puse Los Ángeles. 

–¿Con cuántos chicos empezó?

–Empecé con poquitos chicos, casi diez, ahora son como 260. 

–¿Y cuándo fue la relocalización?

–En 2017 terminé de relocalizar a todos. Una parte fue a Luzuriaga, como 108 familias. Después conseguí otro espacio en San Antonio, en el barrio de Barracas, y también se trasladó gente a Lugano, en Lacarra. Acá somos 60 los que estamos en San Antonio. En total las familias relocalizadas fueron más de 300.

–¿Que fue lo que la movilizó a hacer todo esto?

–A mí me gustaba mucho trabajar con la gente, con los chicos. Todo lo que me daban lo ponía en la villa. Me gustaba mucho. Fui aprendiendo de la nada, con compañeros que me enseñaban.

–¿El comedor sigue?

–Sí, aunque me lo corrieron de lugar, ahora está en Santa Helena al fondo. El otro día se nos quemó el comedor. Es todo muy precario. No tenemos un cuarto para guardar la mercadería como teníamos y estamos cocinando a los ponchazos y tenemos más de 220 personas que llevan viandas. Lo hice siempre y lo voy a seguir haciendo, hasta la muerte.

–¿Qué se lleva con usted de todo lo que hizo por la gente?

–Al lado adonde yo vivía hicieron un mural, está mi comedor dibujado, el río, los barcos. Cuando se tiró mi casa quedó un pino que tenía, un laurel, y una parte de la higuera, abajo pusieron bancos y una mesita y el mural. Esa es la historia que queda ahí. En esta vida hice todo esto, pero en la otra voy a estar ahí donde fue mi casa, y a donde está el pino. Siempre voy a estar ahí. Así que cuando me quieran nombrar, quizás los pueda ayudar porque siempre voy a estar ahí.