El protagonista de Crónicas ferreteras merece su inclusión en el panteón de pensadores de la talla de Nietzche, Platón, Sarte y Descartes. ¿El motivo? Sus creadores aseguran que existe una “filosofía ferretera para vivir mejor” y Bruno vendría a ser el exponente cabal de esta doctrina. Hay un argumento de peso para hacerle, al menos, un rincón al fondo. Ni el nihilismo, la teoría de las formas, el dualismo o existencialismo, sirven al momento de entrar a uno de estos locales en busca de un producto del que seguramente se desconoce el término exacto. La serie web de la UN3 –ganadora del concurso del Incaa para este formato– va más allá del mero costumbrismo y refresca su propio formato gracias a un sujeto que vende rufletes, lamparitas y llaves francesas, o mejor dicho, adivina la intención de lo que necesitan sus clientes.   

“¿Se puede ser comerciante y honesto? Centro mi respuesta en el hecho de intentar vender soluciones en vez de productos”. “Las devoluciones por fallas o errores en los pedidos son un molesto engorro donde percepciones, notas de crédito y número de remito son vocabulario común conformando un kafkiano sinfín de pelotudeces contables”. Algunas de las frases que suelta el personaje interpretado por Alejandro Jovic (Un año sin nosotros). Sus pensamientos en cada apertura representan la convicción de un antihéroe frente a situaciones de lo más mundanas. Se trata de un tipo arisco y culto, dueño de un vocabulario exquisito y algo falto de higiene, campechano pero solitario (sus compañeros más fieles son un mate, un dependiente croata y un perro llamado bulón) y aunque lo niegue disfruta pasar cada jornada encerrado en ese local oscuro sin demasiada ventilación. Los nombres de los episodios (“Darwinismo sanitario”; “Telepatía”; “Idealistas del pegar”, entre otros) anuncian el interrogatorio de Bruno a los compradores. “¿Querés remaches pop medianos en diámetro o largo?”, pregunta el protagonista con gesto adusto y listo para la batalla. Y guay de aquel que invente un término como “tornillo autoenroscante con cabeza hexagonal” en vez de pedir una punta mecha. Además del know-how de esta actividad, Bruno debe lidiar con las charlas de ocasión sobre inseguridad, el papa Francisco, series como Mc Gyver, inmigración o el sistema bancario. Entonces arremete contra el sentido común con pruebas tan eficaces como las herramientas de su local.  

La propuesta se corre del localismo más llano gracias a una puesta en escena estricta pues no hay otro espacio más que la ferretería (e incluso no mucho más allá del mostrador). También se destaca su rodaje hecho con un plano secuencia fijo aunque se permite algunos detalles visuales en sus diferentes intros. El detallismo con el que se retrata el oficio, sus modismos y vocabulario es consecuencia de que su codirector y guionista –Leandro Calvo– es dueño de una ferretería, varias de las historias están basadas en sus experiencias y el mismísimo negocio familiar de zona sur sirvió de locación para el rodaje. “Todo es muy preciso, detallado y puntual. El resultado no deja de sorprenderme por lo concreto y redondito”, cuenta Jovic, entrevistado por PáginaI12. 

–¿Cuál es esa “filosofía ferretera para vivir mejor” que propone la serie? ¿Cuánto hay de filósofo real en Bruno? 

–Lo que hace el mundo de la ferretería es exaltar algo, no crearlo. Pasa en todos los negocios y oficios. Con los médicos también sucede pero con los términos profesionales se lo ve como una actividad más compleja. En la ferretería tenés dieciocho mil millones de artículos y tamaños. Se vende de todo y lidiás con todo tipo de personajes. Ir a una ferretería es someterse un poco a lo que supone el ferretero que necesitás. Uno no sabe ni el nombre técnico ni explicar qué necesita. El ser humano común entra a una ferretería y se olvida de todo. Solo ve al ferretero como un enemigo u ogro. Son todos factores para que la experiencia sea detestable, horrible y que no quiera volver a pasar nunca más.    

–¿Cómo se imagina a Bruno por fuera de la ferretería?

–Intenté no imaginármelo. Era tan preciso ahí. Me agarré de lo que se cuenta en la serie, que tiene un auto viejo, que le gustan las carreras, que le gusta leer, que juega al fútbol con el carnicero y verdulero, es alguien solitario. Hace de esa ferretería su mundo, se queja de eso pero se siente cómodo en ese lugar, sabe las respuestas y todo lo que provenga del exterior le molesta. Se siente invadido. Tiene la ferretería abierta todo lo que pueda. Si la cierra es para extrañarla.  

–¿Cuánto influyó el plano secuencia en la composición?

–Es una de las grandes atracciones y características esenciales. Hacer un plano secuencia con tanto diálogo y con lenguaje tan técnico, tenía que sonar creíble porque Bruno sabe todo de la ferretería. Son parlamentos enormes y quería ser convincente, en ese sentido el plano secuencia es adrenalínico. Acá es una situación en tiempo real. No hay elipsis, corte o manipulación de Bruno con o contra los clientes. Es lo primero que asocio con la serie: Crónicas ferreteras es un plano secuencia. 

–¿Alguna recomendación ahora que es federado en ferretería?

–Hay que evitar ir a la ferretería y mandar a otra persona. No hay que pisarlas porque es entrar a la boca del lobo. Si es estrictamente necesario y no queda otra, lo que recomiendo es anotarse todo detalladamente para no pasar papelones. Hay que estar muy atentos a la repregunta. Nunca uno va a pedir algo y el ferretero lo trae, siempre habrá una repregunta sobre tamaño y/o medida. Es como ir a dar un examen. Y además ir con una dosis muy grande de humildad y simpatía para caerle bien a quien va a interpretar lo que queremos y después nos lo va a vender.