En la recorrida por el Museo Sitio de Memoria, ante decenas de personas que recorrieron lo que durante la dictadura fue un centro de tortura y exterminio por el que pasaron unas cinco mil personas, Mercedes Mignone describió la noche de horror vivida cuando se produjo el secuestro de su hermana Mónica y el peregrinaje de la familia por tratar de encontrarla. Para dar una idea precisa y cercana del pensamiento de su hermana desaparecida, Mercedes leyó algunos de los textos que escribió cuando se sumó al trabajo barrial.

“Los chicos me ven de lejos, tienen una vista increíble, corren y se tiran a mi cuello para darme un beso”, dice uno de los textos escrito por Mónica y leído por Mercedes. En el recuerdo de las vivencias de Mónica, surge la imagen que describió de los chicos descalzos pisando el barro y del baldío que era la cancha de fútbol “siempre ocupada los sábados”, con sol o con lluvia, porque “el equipo siempre se presenta y también la hinchada”.  Cuando los padres tienen que salir a trabajar “los chicos siempre se quedan en la casa de alguien” y cuando hay un enfermo “siempre aparece alguien para dar un consejo o un remedio”. 

Otro dato de un pasado solidario y lejano es el del “almacenero que fía” porque sabía de las necesidades y del compromiso de pago de los clientes de la villa. Una de las presencias temidas, como hoy en los barrios pobres, era el de “la cana (la policía) que pasaba seguido. Una vez me asusté porque los vi pasar, pero después me dijeron que venían al almacén para manguear” mercaderías. Si el almacenero se negaba “lo hacen pasar por quinielero” y le arman una causa. La conclusión de Mónica es la que en estos tiempos trata de ser modificada, muchas veces sin éxito: “El villero está destinado al silencio, la ley no lo ampara, solo ampara a los ricos”.