Camino General Belgrano y calle 812, en Quilmes. En esta esquina, un amplio edificio construido en L lleva el nombre de Agustín Ramírez, militante asesinado en 1988 por un grupo de tareas de la Policía Bonaerense. La construcción es un CIC: un Centro de Integración Comunitaria. Casi todos los barrios hechos con financiación estatal entre 2003 y 2015 los tienen. Los CICs se destinan al uso comunitario de la población: para consultorios médicos, vacunación, aulas de terminalidad escolar, práctica de deportes, talleres de arte y capacitación. Sin embargo, en un giro que lo dice todo sobre las políticas de Cambiemos, la ministra de seguridad de Patricia Bullrich y el chef e intendente Martiniano Molina lo destinaron a una base de Gendarmería. Los vecinos fueron desalojados cuando reclamaron para poner allí un Fines, con el insólito argumento de que eran ellos los que habían pedido seguridad... y que ahora la tenían. ¡Y cómo!

Son las 15, en la calle los chicos juega un picadito. Detrás de las puertas vidriadas del CIC, se ve la presencia de los gendarmes. Cuando el grupo de vecinos que acompaña a PáginaI12 pasa por el lugar, uno de ellos, de lentes negros, con un intercomunicador en la mano, sale a la puerta. Observa el paso del grupo, hace un llamado. Quizás sólo le esté preguntando a su mujer si está bien.

La dotación de Gendarmería en el CIC es actualmente de tres oficiales. Hubo  un impresionante despliegue de camionetas y efectivos inicialmente, cuando los enviaron para controlar al narco, un problema que los vecinos consideran como prioritario. En este momento, dicen, la venta de paco es la mayor de sus preocupaciones, un tema tan grave como urgente. Pero luego quedó sólo esta dotación reducida apropiándose del lugar. No se sabe por qué esos tres gendarmes no pueden estar, por ejemplo, en una unidad móvil.  

Porque el centro se hizo para la comunidad de los dos barrios, a los que vecinos, en honor a su historia, pusieron el nombre de Obispo Novak y La Odisea. Los dos fueron de las primeras urbanizaciones que el presidente Néstor Kirchner inauguró como parte del Plan Federal de Viviendas.

Desde la cuna

En la concreción de La Odisea y Obispo Novak pusieron la vida dos generaciones: levantadas durante el kichnerismo, el empuje que hizo realidad estas urbanizaciones vino de más hondo, de mucho más atrás. Sergio Cardozo (Titi) y Norma Almeyda, que hoy son referentes del Novak y La Odisea, son a la vez hijos de referentes de las grandes tomas de tierras de 1981, un hito en la historia del conurbano sur en el que 4.600 familias –unas 20 mil personas–, ocuparon unas 211 hectáreas de Quilmes y Almirante Brown.

Titi era un niño de un año y Norma adolescente cuando sus padres comenzaron ese movimiento que tuvo de paraguas al obispo Jorge Novak y sus comunidades eclesiales. Un proceso largo que los depositaría, ya siendo adultos, en estas manzanas. 

De esa historia, aunque hay mucho para contar, puede decirse que tras la gran toma del 81 –que se hizo en forma desorganizada, en la que perdieron la vida por la diarrea estival 160 niños, cercados por la policía que les obstruía la entrada de agua potable–, las familias de Titi y Norma estuvieron preadjudicadas para las viviendas de otro barrio. En el 84 empezaron a trabajar con el Fonavi. En el 2000, durante el gobierno de Eduardo Duhalde, cansados de la espera y con la denuncia de haber sido estafados, una parte de los preadjudicados tomó los lotes de aquel barrio. Las familias que quedaron fuera de esta nueva ocupación debieron reorganizarse y armar otro proyecto. Así fue como finalmente, en 2007 pudieron tener estas casas.

La construcción fue licitada a empresas. Titi, como referente barrial, no consiguió que el ministerio de Planificación aprobara el proyecto de construcción de un centro cultural en una parcela que en ese momento era  un basural. Lo hicieron, entonces, armando cooperativas del Plan Trabajar que aprendieron a fabricar sus propios bloques. El Centro Cultural funciona con el nombre de 30 mil sueños. Hay todo un saber de organización, de  gestión, técnico y político, por el que estas tierras contaminadas e inundables se volvieron habitadas.

Tóxicos

Seguidos por otros vecinos, Norma y Titi muestran ahora la esquina donde se realizó el acto de entrega de las llaves. El paisaje es raro, como un rompecabezas que alguien armó con piezas de juegos distintos: por ejemplo, del otro lado del Camino Centenario hay una villa de chapas muy precaria. Pegadas a esas casillas oxidadas se levantan edificios de dos y tres pisos que los vecinos identifican como el dinero del narco. ¿Por qué piensan que son del narco?  

–¿Y quién sino va a levantar una casa con locales y dos pisos al lado de la villa y pegada al arroyo? –plantean.  

A metros de esas construcciones, el 22 de agosto pasado, el arroyo Las Piedras explotó achicharrando todo lo que estuviera en las orillas, por un volcado clandestino de combustible industrial. En el aire se respira el olor ácido de la contaminación. 

En contraste, los dos barrios del CIC, el Novak y la Odisea, tienen casas loteadas, con cloacas, agua potable, electricidad y gas. En 2007 fueron un lujo; ahora los asfaltos están quebrados, abombados por una mala construcción inicial y algunos frentes tienen rajaduras. La basura los está invadiendo debido a que ya no hay cooperativas de trabajo que los mantengan. Pero con todo, son una baza, una conquista, la muestra de lo que se puede hacer aunque sea en un avance entre codazos y caídas. O justamente porque enseñan eso.

Una última pieza del rompecabezas es un tercer barrio, ubicado a tres cuadras de esta misma esquina. Tiene una sola hilera de casas porque los trabajos no fueron continuados luego de la asunción de Cambiemos. En los lotes donde el estado abandonó la construcción, los que pueden, cansados de esperar, construyen igual, individualmente y como pueden.

Seguridad

“¿Ustedes pidieron mayor seguridad?”, pregunta este diario. Norma dice que sí. “Nos habían robado varias veces. Mandaron a la Gendarmería y durante un tiempo trabajamos todos sin problemas”. 

El edificio del CIC es relativamente nuevo. Su construcción fue terminada en octubre de 2015, mes de la elección presidencial. En 2016, el ministerio de Educación habilitó cupos para a abrir un Fines y designó sus docentes.  La Gendarmería fue enviada en octubre de ese año, para combatir la inseguridad y el narcotráfico. Los vecinos confirman que en la zona se había creado un foco de venta de drogas; no están en contra de haya controles. En esos mismos meses el equipamiento para poner en marcha el CIC. Cocina, heladera, balanzas pediátricas, vacunas, jarras térmicas. 

La fecha de inauguración fue fijada para el 20 de diciembre, pero nunca llegó a concretarse, ya que el día anterior los desalojaron. El argumento fue que la Gendarmería no podía compartir el mismo espacio con actividades civiles. El barrio se dividió: una parte denunció el desalojo como una pérdida de derechos, otra reclamó que las autoridades no retirasen a los gendarmes.

Por ahora, parte de las actividades previstas para el CIC se mudaron al espacio del Centro 30 mil sueños, el construido por las cooperativas que coordinaba Titi.

“Este es el lugar para rearmarnos, una trinchera. Hay que aguantar, fortalecerse y reorganizarnos, porque antes teníamos proyectos productivos, las cooperativas de construcción, herramientas para mejorar el barrio y ahora no nos dejaron nada: sólo nos ocupamos de darle de comer a los propios compañeros, y lo que podemos son alitas de pollo. Hay que rearmarse porque tenemos el 2019 a la vuelta de la esquina”.

El salón del 30 mil sueños llegan vecinos de este y otros barrios cercanos, y dirigentes sindicales. “En el barrio La Cañada también nos quejamos de la inseguridad”, dice Eduardo Rodríguez, secretario gremial de la CTA Quilmes. “Vemos que aunque los vecinos denuncien los puntos de ventas, las fuerzas de seguridad los dejan y cuando la situación es grave intervienen. De hecho, militarizaron el barrio, pero la circulación de droga no se redujo. Ahí es donde parece que todo esto tuviese una lógica: dejan hacer y después nos ocupan los lares públicos”.

Para Gabriel Berrospe, integrante del Frente Barrial Obispo Novak y ex candidato a concejal de Unidad Ciudadana, “es un modelo de cómo hacer retroceder al estado, generar crisis e imponer como solución algo que supuestamente es el mal menor, pero que en realidad no lo es, porque hubo una dirección, una voluntad de Cambiemos de ir hacia eso. Porque el fortalecimiento del trabajo comunitario genera seguridad. Si en el CIC hubiera un salita de salud, formación profesional, un jardín, talleres, el barrio estaría mejor. La respuesta de la Gendarmería es lo mismo que ellos generan con la recesión, porque te dejan morir acá, sin trabajo y con el narcotráfico”

Para las organizaciones sociales dar respuesta al avance del narco sobre los barrios se ha puesto al tope de su agenda, porque los pibes, sin trabajo ni proyecto, son cooptados como soldaditos. Este modo de la violencia se roba  tantas vidas como las que se perdieron en las primeras tomas cuando el cerco policial no dejaba entrar agua potable. 

Los movimientos con más espalda o menos desintegrados ocupan el espacio público con actividades culturales,  sociales o deportivas. Los de mejor llegada al Estado han abierto centros de recuperación y contención comunitaria para los jóvenes con consumos de riesgo (que hoy, como todo lo público, también están en peligro de ser barridos por el ajuste). Nadie sabe si será suficiente o cuanto servirá,  pero lo hacen porque es un tema de sobrevivencia. Así como no regalaron las tierras ocupadas, tampoco quieren dejárselas al narco.

El estado ausente de Cambiemos viene suplantando su abandono del espacio comunitario con razzias. En el conurbano ya es cosa de todos los días que un colectivo sea parado por un operativo, todos sus pasajeros bajados,  puestos contra la pared y cacheados. Y hay intendentes que exhiben este modo de intervención policial en las redes, como una receta exitosa contra el narcomenudeo. 

La imagen del CIC copado por la Gendarmería no es un metáfora que describa suficientemente la gestión de Cambiemos. Es mejor mirar todo el proceso por el que un centro de la comunidad es copado primero por un destacamento  y queda luego con una dotación de tres gendarmes que desplazan a los vecinos de su lugar, dejándolos al mismo tiempo sedientos de más seguridad y más despliegue de las fuerzas de seguridad. Divididos en manifestaciones a favor y en contra de esos gendarmes. Convocados a foros de seguridad donde los más desesperados alimentan el discurso de que hay meter preso a todo el mundo, que en este caso es a todo pibe que no tenga trabajo. Un modo de control del territorio tan perverso como efectivo.