Aznavour es de los recuerdos más maravillosos que tengo en mi vida de espectador. Tuve la suerte de verlo en el Olympia, como tres veces, y una vez junto a Liza Minnelli en el Palacio de Congresos de París. La primera vez, entró y dije: ¡qué chiquito que es! Yo no lo conocía físicamente, y me sorprendió que fuera físicamente pequeño. A la media hora, medía dos metros. Se volvía un gigante en el escenario. 

Todo pasaba por la emoción de sus canciones y la calidad de las letras, hay muchas de ellas que están en el corazón de la gente para siempre. Pero lo que me importó además es que ha sido un luchador, un militante de la causa armenia. Fue el hombre que produjo a su costo, con un buen sacrificio personal, la película Ararat, de las mejores que se han hecho para entender lo que pasó entre los turcos y los armenios, una gran testimonio fílmico sobre lo que sucedió allí. Desde Aznavourian, todo su nombre y la música de su nombre remite a su origen armenio. Y fue un armenio luchador, comprometido, lúcido, que estuvo toda la vida con la causa de su pueblo. Yo paso muchas veces en radio un himno que se llama “Por toi, Armenie”, que lo tiene a él como protagonista y autor.

Ha sido una personalidad completa, que atraviesa sesenta años de nuestra vida musical. Fue un buen amigo además de América latina. No sé demasiado de su vida personal, acaso porque la mantuvo bastante al margen de lo que era su vida pública. Un personaje admirable, una emoción muy grande y el responsable de esa melancolía, la sensación de tristeza que te deja la partida de un tipo que ha sido parte tu vida. Aznavour es una emoción que no se muere nunca más.