La mano de una santa hundida en algún misterioso lugar del escenario como si allí, en la hondura de todo lo enterrado, la vida continuara.

Es que el escenario suntuoso de la sala María Guerrero tiene un protagonismo sorprendente en Sagrado bosque de monstruos. El conocimiento de su historia y su materia detonan como el destino que fulmina a los personajes.

Pero antes hubo un prólogo donde Hugo Mujica nos incendió en la pasión por la trama que alguna vez construyó la biografía de la santidad. Teresa de Ávila atrapada por la angustia que le hacía pedirle algo más al mundo es, en esta historia, una mujer inteligente y lectora que encontró en los conventos de la España del siglo XVI alguna libertad, un territorio a donde conquistar poder a fuerza de tenacidad.

Para acoplarse a esa pasión, a ese éxtasis que el cristianismo convirtió en la imagen de la santa enloquecida por el amor a dios, se necesitaba una actriz como Marilú Marini que pueda exaltar y romper con su voz las formas más diversas de la orden de las carmelitas donde irradiaba una desmesura inagotable por la lectura, por el conocimiento, por la liberación inaudita de la inteligencia. 

Porque los conventos fueron la alternativa que muchas mujeres encontraron para escapar del yugo del matrimonio. Como Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila tenía el atrevimiento feroz de su pensamiento. Quería leer y escribir. Como dice Mujica en la conversación con Marini, era astuta para propiciar que le encargaran aquello que deseaba hacer y convirtió a la obediencia en la instancia suprema de la trasgresión. 

La dramaturgia que componen Inés Garland y Santiago Loza es abierta. El texto pasa a ser invadido por registros variados que le dan cierta tonalidad inconclusa. La estructura que propicia la unión de situaciones discordantes se parece al género ensayístico, a la vitalidad de la asociación. Marini, que irrumpe como la actriz que da cuenta de la ficción, evoca al Di Tella. La cita delata una voluntad en la puesta de Alejandro Tantanian de volver a la experimentación, no tanto como novedad sino como yuxtaposición de narrativas, como procedimientos que interrumpen un devenir de la escena y obligan a una reflexión permanente. 

El espacio que el director piensa junto con la escenógrafa Oria Puppo requiere de una cercanía que modifica la experiencia del público, especialmente en ese momento donde la platea se mueve, en el impulso de hacernos saltar hacia el interior de la acción. A la vez, es habitado como un universo donde las diferentes temporalidades se asoman y no pueden parar de multiplicarse, de pegarse unas a otras. Los excavadores que buscan la mano de Teresa de Ávila se mezclan con la mirada gozosa de Marini que ofrece una actuación tan incomparable que nunca debería extinguirse. El expresionismo que ella encarna, casi como un rasgo de carácter o una especie de ideología de la sensibilidad exaltada, tiene la belleza de la autoría que ella le regala a cada uno de sus personajes. Eléctrica, apasionada y también, controladora de la vertiente descomunal que desarrolla, es maestra en la magia de la ficción y en el modo de hablar con el público, de dejarse ganar por ese descubrimiento permanente que le da algo de inocencia. 

En la propuesta de Tantanian los hechos son espectaculares, porque hasta el canto de Julieta Venegas que entra vestida de monja acopla una dimensión que enhebra su propio drama, pero también directos, tienen algo de conferencia, de exposición y de la realidad de ese beso que Marini le estampa a Mujica en el saludo final para demostrarle que descubrió en esa ansiedad sacrificial de su santa la valentía de un cuerpo que se atreve a seguir.

Sagrado bosque de monstruos se presenta de miércoles a domingos a las 20 en el Teatro Cervantes. Libertad 815. CABA.