Tras algo más de un año de intensas negociaciones a dos y a tres bandas, de ultimátums y de amenazas frecuentes por parte de Donald Trump sobre la posibilidad de romper la mayor zona de libre comercio del mundo, de ataques personales a Justin Trudeau, finalmente Estados Unidos, México y Canadá cantaron victoria esta semana tras haber logrado un acuerdo para sustituir al Nafta, el tratado de libre comercio que desde hace casi un cuarto de siglo ha multiplicado por cuatro el intercambio comercial entre ellos.

Trump, Trudeau y Enrique Peña Nieto podrían firmar el tratado el 29 de noviembre en Buenos Aires, coincidiendo con la presencia de los tres en la capital argentina para la Cumbre del G20. En cualquier caso, la rúbrica debe hacerse por esas fechas: el último día de presidencia del mexicano es el 30 de noviembre y el 1 de diciembre asume el izquierdista Andrés Manuel López Obrador.

Firmado el USMCA, como ha sido bautizado el nuevo acuerdo por un Trump deseoso de acabar con Nafta, “el peor tratado en la historia” de su país, el peligro de fracaso no habrá sido conjurado. En Canadá y México, los Gobiernos de mayoría garantizan la aprobación parlamentaria para su entrada en vigor. Pero en Estados Unidos, el visto bueno del Congreso no está asegurado, sobre todo teniendo en cuenta que la votación será ya el año que viene y los demócratas tienen opciones de arrebatar a los republicanos el control de las dos cámaras en las elecciones legislativas de medio mandato que se celebran el 6 de noviembre.

“¿Estarían los demócratas dispuestos a darle al presidente Trump una victoria política que, según la propia Administración, es uno de sus grandes logros y promesas de campaña? Yo lo veo bastante complicado”, apunta Juan Carlos Hidalgo, analista del Instituto Cato, uno de los grandes centros de defensa del libre comercio y el liberalismo económico.

El propio Trump admitió el lunes, al presentar el acuerdo comercial en una rueda de prensa en el jardín de la Casa Blanca, que la aprobación no está asegurada. “Cualquier cosa que se envíe al Congreso es un problema”, dijo.

Tradicionalmente, los demócratas tienden a ser más proteccionistas que los republicanos y el nuevo acuerdo es “un poco más proteccionista que el Nafta actual”, dice Hidalgo, lo que al margen de consideraciones estratégicas podría incentivarlos a apoyarlo.

Pero tras las elecciones de noviembre, todo apunta a que en el Congreso entrarán nuevas figuras demócratas que han asumido la oposición a Trump con gran impulso. A ellos se refirió el mandatario en su presentación del acuerdo. “Toda su campaña es ‘Resistir’. Y ni siquiera saben a qué se están resistiendo”, manifestó, aludiendo a uno de los lemas que emplea el ala más a la izquierda de los demócratas.

A un rechazo al tratado podrían contribuir también más razones que las de estrategia política. “Hay republicanos en el Congreso que son recelosos con los instintos proteccionistas de Trump”, señala Geoffrey Gertz, de la Brookings Institution, un centro de pensamiento de Washington cercano al pensamiento demócrata. “No está asegurado que (el tratado) vaya a obtener la confirmación del Senado”, admitió esta semana John Cornyn, el segundo senador republicano en rango.

El riesgo de bloqueo o ralentización de la tramitación en el Congreso podría llevar a Trump a un movimiento que ya sugirió en agosto: la retirada del Nafta tan pronto como mande el nuevo acuerdo a Capitol Hill, presionando así a los legisladores para que lo aprueben. La salida, en cualquier caso, no sería inmediata: se produce seis meses después de dar nota de terminación a los otros dos socios.

“Si la alternativa a aprobar este acuerdo es el escenario de retiro de Estados Unidos del Nafta, eso podría terminar de convencer a algunas mentes de que hay que aprobar el acuerdo”, señala Hidalgo, el analista del Cato.