Al establishment no le fue mal con el PT. Ni con los gobiernos de Lula, ni con el de Dilma. No fueron hostigados, crecieron económicamente los agroexportadores, los productores de alimentos, el sector financiero y los capitanes de la industria. Los monopolios mediáticos hicieron lo que quisieron y se enriquecieron fuertemente. Tenían un lugar en el mundo y voz en la realidad política. Sin embargo, trabajaron intensamente para destituir a Dilma Rousseff. Y luego para perseguir y apresar a Lula da Silva apoyándose en un Poder Judicial despojado de legalidad, mesiánico y arbitrario.

Pero evidentemente no importaba solo el beneficio económico, sino impedir que prosperase un modelo popular, distributivo, comprometido con la ampliación de derechos, que se vinculaba virtuosamente con otros países en la región, que participaba en los BRICS y que discutía en los organismos internacionales desde una posición soberana. Creían que el peligro era que si se afirmaba el proyecto, podrían avanzar sobre sus privilegios. 

El plan parecía sencillo. Luego del impeachment y de meter en prisión al principal líder popular, había que hacer el ajuste y elegir para presidente un hombre de confianza del poder. Uno de ellos. Y parecía que Geraldo Alkmin era el indicado. Dirigente del PSDB, heredero de Fernando Henrique Cardoso, militante del Opus Dei, niño mimado de la élite paulista. Pero no funcionó. Claro, fue percibido como cómplice del brutal ajuste llevado adelante por el presidente de facto Michel Temer, y navegando entre el cuarto y quinto puesto, muy lejos de acceder al ballottage. Tampoco llegó a un lugar expectable el moderado Ciro Gomes. 

Fueron quedando dos candidatos en la contienda, Fernando Haddad y Jair Bolsonaro. Y en los últimos días el establishment no dudó. Excepto aisladas excepciones, operó groseramente a favor del ex capitán. Se lanzó una catarata de “fake news” como nunca se había visto en contra de Haddad y su candidata a vice Manuela D’Avila. La poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios, un factor político y económico, mandó a cada uno de los miles de sus pastores y a su grupo mediático Record a hacer una rabiosa campaña a favor de Bolsonaro. Toda la Red O Globo operó capciosamente en contra del candidato del PT, sugiriendo las desgracias económicas que llegarían si ganaba la presidencia. El mercado bursátil mostró un inocultable optimismo cada vez que Bolsonaro crecía en las encuestas. El juez Sergio Moro filtró declaraciones de delatores premiados que enlodaban a Lula y a sus compañeros.

No importó el carácter fascista de sus declaraciones y acciones, ni el evidente desprestigio internacional que significaría la elección de un ultraderechista para la primera magistratura. Prefirieron el intento de  domesticarle algunas aristas y condicionarlo para convivir con él. No importaron la vergüenza ni el serio riesgo para la democracia y el estado de derecho. Todo valió para evitar que una representación popular vuelva a gobernar.

* Diputado del Parlasur. Integrante de Mundo Sur.