Deudólares, deudócratas, deudarcas,  deudólatras, deudoloridos,  deudoliberales y demás deudas  ¿qué pasó?

A casi una semana de las elecciones en Brasil, no pude encontrar un científico, una estudiosa, une especialiste, uni teóriqui, unu versadu que me pueda dar pistas sobre el fenómeno que hace que decenas de millones de personas voten a quien les promete que los va a transformar  a ellos y a su país en algo que no podemos nombrar sin caer en la más vulgar escatología.

No hay antropólogo, enóloga, entomólogue, politólogu, economisty,  sociologui, psicoanalistólogo ni mucho menos inexplicablóloga que me haya podido dar algo que no sea una excusa, de esas que dan los directores técnicos luego de haber perdido por goleada ante un equipo  de categoría inferior, intentando agarrarse del iceberg infructuosamente en un postrer intento de mantener su categoría, su prestigio, o, de mínima, su sueldo.

Un amigo que sabe mucho, aunque no se sabe bien de qué, me decía certeramente que el problema es que Brasil no tiene remedio. Me lo dijo mientras intentaba, aquí en Buenos Aires, conseguir el remedio que su anciano tío necesitaba con urgente descuento, ya que su precaria salud a nivel bolsillo le hacía imposible adquirir la medicación y  a la vez compensar económicamente a la empresa de gas que no terminó de hacer el duelo por la devaluación del peso, o de la política, o de las mismísima condición humana.

“Brasil no tiene remedio”, me decía mientras cerraba los ojos a su próxima factura de luz, o de ABL.  Su amada esposa contaba con angustia que en la calle habían querido asaltarla y sacarle el kilo de tomates que acababa de comprar. Por más que ella tentara al ladrón ofreciéndole su celular de última generación, el malhechor insistió y finalmente, viendo que se acercaba un policía, aceptó llevarse solamente medio kilo. El otro medio, quedó en la comisaría como prueba del delito.

En las últimas cuatro elecciones presidenciales brasileñas (desde 2002 a 2014), el PT se impuso, en segunda vuelta. Dos veces Lula, dos veces Dilma Rouseff. Hasta hace un mes, Lula ganaba cómodo, con el 40% de los votos.

¡Y en eso, llegó Jair!

Sus consignas: reivindicar la tortura y la muerte, denigrar a mujeres, gays, personas con un tono de piel diferente al suyo y demás variantes que nos ofrece, por suerte, el género humano. Lo suyo remite a la Alemania de la década del 30, con el horrible agregado de que el mundo ya pasó por esa experiencia y algo podríamos haber aprendido.

Esas consignas consiguen, sin embargo, que decenas de millones de brasileños, o sea “nuestro país de al lado”, lo voten.

Acá nuestro mejor equipo contrario de los últimos 50 años ha entrado en una fase de ternura, tal vez vinculada a que solamente falta un año para las próximas elecciones y teme que surja de las tinieblas algún Bolsonaro que muestre que todo puede ser aún peor, y se gane paradójicamente el voto mayoritario electrónico.

La ternura tiene que ver con cierta sensibilidad hacia sectores que han quedado descompensadas respecto del resto, han ganado demasiado dinero en estos últimos años, lo que seguramente les provocó “la tristeza de los niños ricos” de la que ya hablara nuestro ex Sumo Carlífice (AKA Better don’t call Saul) en los 90, y para compensarla, nos ha pedido a todas y todos que les demos un pesitos, o unos dolarcitos, a nuestras queridas empresas de gas, quienes a cambio de esto nos seguirán prestando el mismo servicio de antes, pero más caro, o sea, más valioso.

Como la gente está llena de odio, no los entiende y  se resiste a tamaño gesto de amor, entonces nuestro Sumo Maurífice ha decidido hacerse cargo el mismo y pagarla con nuestro propio bolsillo, o sea, el del Estado. Cuanto odio

Bueno, no todo es así. En algunos círculos está pululando un nuevo hit en materia de “sexo fashion”: el poliamor. Consiste en una especie de gran joda gran donde todos y todas se dan con todo y toda a la vista y el conocimiento de todes y tudis. Quien esto escribe, siempre en minoría, es de los que creen que el amor, y sobre todo el sexo, siguen perteneciendo a la vida privada, y por ello íntima, de sujetos, sujetas y sujetes.

Pero en Brasil, siempre tienen algo con qué carnavalear. Quizás por estar celosos y celosas por este poliamor porteño, resolvieron votar por un candidato que promete tratar muy mal a casi todos y todas, sin cuestión de, o con cuestión de géneros, razas, colores, clase social, recursos económicos y tamaño.

Están, querida deudora, dejándose llevar por el poliodio

La seguimos.

@humoristarudy