Hace unos días se entregó el premio “Premio Sveriges Riskbank en Ciencias Económicas en Memoria de Alfred Nobel” a dos economistas. Como es costumbre, el premio fue entregado a dos estadounidenses. La histórica predominancia de economistas de países centrales en el listado de premiados muestra que el desarrollo de la ciencia (o bien, el otorgamiento de premios a científicos) no es ajeno a las desigualdades de poder que rigen entre los diferentes países. Al respecto, uno de los economistas premiados, Paul Romer, lo fue por mostrar que el desarrollo tecnológico genera que las economías ricas sean cada vez más ricas y que, sin una eficaz intervención de política económica, no serán alcanzadas jamás por las economías pobres.

La base de esa divergencia entre el sendero de crecimiento de las naciones se basa en el hecho de que los países que desarrollaron primero sus fuerzas productivas pueden invertir en sectores de ciencia y técnica. Esos sectores permiten elevar la productividad generando un mayor excedente, que permite ampliar el volumen de recursos volcados nuevamente al desarrollo de la ciencia y la técnica.

De esa manera, quienes primero iniciaron el proceso de desarrollo tecnológico tendrán una clara ventaja frente a quienes “llegaron tarde a la historia”. En términos técnicos, la presencia de rendimientos crecientes a escala por externalidades en los sectores de ciencia y técnica hace que la trayectoria de crecimiento de largo plazo no sea independiente de sus condiciones iniciales.

La desigualdad tecnológica entre los países se traduce en diferencias de desarrollo entre las empresas y, por lo tanto, en diferente poder de mercado. Esa dinámica económica lleva implícito una sustitución de la libre competencia por la competencia oligopolística, tal como termina incorporando el propio Romer en su parcial reemplazo del marco teórico marginalista por el schumpeteriano. A decir verdad, el mérito de Romer para obtener el Nobel parece ser haber llevado esas ideas al ámbito académico norteamericano, ya que las mismas eran ampliamente conocidas desde hace siglos. Los economistas mercantilistas, Friedrich List, Joseph Schumpeter, el estructuralismo latinoamericano y economistas heterodoxos como Nicolás Kaldor, construyeron sus planteos económicos sobre la existencia de rendimientos crecientes a escala y la no convergencia en las trayectorias económicas de países y empresas.

Es más, el marco parcialmente ortodoxo desde donde Romer aborda el cambio tecnológico le impide percibir algunos aspectos negativos del mismo. La destrucción de puestos de trabajo a medida que la tecnología incrementa la productividad no es detectada por la miopía que introduce un paradigma que asume el pleno empleo. Tampoco se aborda el déficit externo que generan las innovaciones en países que no las desarrollan y deben importarlas, ya sea en la forma de pautas de consumo o de modos de producción. Ambas problemáticas afectan fuertemente a países como Argentina y deben ser incorporadas a nuestra reflexión económica para evitar que un optimismo tecnológico de importación se transforme en una realidad de desempleo y exclusión.

@AndresAsiain