La promesa mutua de bajar decibeles dentro de Cambiemos parece un acto reflejo de supervivencia: la coalición de gobierno cruje y sus protagonistas buscan evitar que se rompa. Al menos por el momento, el miedo a una dispersión de votos en 2019 disciplina. Es el espanto. La regla vale para Mauricio Macri y Elisa Carrió pero también para María Eugenia Vidal.

A veces el folklore hace olvidar los intereses y los juegos de poder. Es el caso de la diputada Carrió, a quien muchos funcionarios, incluso del oficialismo, con frecuencia analizan con criterio psicológico. Cualquiera es libre de hacer su propia interpretación sobre las personas. Pero la gente que se dedica a la política suele ir más allá. Hasta es capaz de utilizar el folklore en provecho propio. 

Resortes

El costumbrismo puede impedir el análisis de qué quiere cada uno. Y sin embargo, los objetivos de Carrió son públicos: quiere controlar resortes de poder del Estado o neutralizar a quienes considera adversarios o enemigos dentro de ese terreno del aparato estatal.  “Es como un Pac-Man”, dijo a PáginaI12 un ex funcionario. Y explicó, muy técnico: “No es un insulto, es una descripción”. 

La Justicia, la seguridad, la inteligencia y la información que brinda la maquinaria impositiva son claves en el manejo político. Tanto en su lado visible como en el invisible, el de los sótanos de la política.

Por eso Carrió contribuyó a erosionar el poder de Ricardo Lorenzetti como presidente de la Corte Suprema. 

La misma razón conduce a su buena relación con la ministra de Seguridad Patricia Bullrich. 

Y ese motivo le hizo poner el grito en el cielo ante el desplazamiento de funcionarios de la Dirección General Impositiva. Se trataba nada menos que el jefe, Horacio Castagnola, de Jaime Mecikovsky y de Carlos Bo. Bo tiene en su haber una acusación, al final no probada en la Justicia, por supuestas filtraciones informativas en favor de Carrió. 

“Sacar a tres héroes de la AFIP por mi apoyo equivale a aliarse con Echegaray y su gente”, dijo Carrió por Twitter en alusión a Ricardo Echegaray, el jefe de la AFIP durante el kirchnerismo. 

Castagnola no fue siempre un funcionario afín a Carrió. Ya había sido director de la DGI en 2002 y 2008, durante los gobiernos de Eduardo Duhalde y de Cristina Fernández de Kirchner. 

La búsqueda de alianzas en áreas sensibles del Estado explica el apoyo que Carrió le dio en su momento a Juan José Gómez Centurión en 2016, cuando fue suspendido en su cargo de jefe de la Aduana por el propio Macri. “Es un hombre honesto”, dijo después de un encuentro calificado de informativo en el que significativamente hubo foto. En su momento dijo que las sospechas sobre Gómez Centurión habían sido sembradas por traficantes de efedrina. Mayor del Ejército, el aliado de Carrió fue un participante activo de los alzamientos carapintadas contra el régimen constitucional de la Semana Santa de abril de 1987 y de Monte Caseros en enero de 1988. Funcionario de Macri en el gobierno porteño, ocupó la Dirección General de Aduanas de diciembre de 2015 a agosto de 2016 y de octubre de 2016 a octubre de 2017. El nervio de los movimientos carapintadas se alojaba en la inteligencia militar, sobre todo en cuadros que habían sido mandos medios durante la dictadura. Algunos de ellos habían tenido participación en los interrogatorios a secuestrados en campos de concentración, como Ernesto Barreiro en La Perla, Córdoba.

Fuego

Dos funcionarios del Gobierno que pidieron reserva de su identidad atribuyeron las idas y vueltas de Carrió sobre el número uno y la número dos de la Agencia Federal de Inteligencia, Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, a su necesidad de tejer alianzas o generar desplazamientos que le permitan colocar propia tropa. De ahí viene la agresividad que despliega contra el presidente de Boca, y macrista influyente, Daniel Angelici.

Como se informa en esta misma edición de PáginaI12, las preocupaciones mayoritarias de los encuestados giran sobre cuestiones económicas. Y el empeoramiento de la vida cotidiana desgasta siempre más la imagen de quienes tienen responsabilidades en los poderes ejecutivos, sobre todo en el Poder Ejecutivo Nacional pero también, aunque en menor medida, en el bonaerense que ejerce Vidal.

Carrió es al mismo tiempo diseñadora de Cambiemos junto con Macri y su aborrecido (por ella) Ernesto Sanz y una dirigente que mide la popularidad propia y ajena y se mueve en busca de mayores espacios de poder. Algo natural aunque el folklore que la rodea, y que jamás ella se encarga de desarmar, recubra con psiquiatría de café. 

Cuando juega con fuego, como cada vez que nombra a Angelo Calcaterra, el primo y socio histórico del Presidente, sabe que el fuego quema. También lo sabe cuando pide la remoción del ministro de Justicia Germán Garavano solo porque dijo que es malo para una democracia que un ex presidente (se refería a una ex presidenta) esté preso con preventiva. 

La estrategia de Carrió, conocida en la política desde hace por lo menos 24 años, cuando participó de la Constituyente de 1994, se parece a la de Macri. Consiste en ser percibida como una figura que combate el sistema político tradicional aunque pertenezca a ese sistema. Una estrategia de moda: Jair Bolsonaro la utiliza a pesar de que lleva más de 20 años como diputado nacional por Río de Janeiro.

El punto es que los otros también son sensibles al fuego. Pueden pensar que si entregan una porción de poder decisiva quizás terminen cortando la rama en la que están parados. Todos los presidentes y presidentas creyeron que los sótanos del Estado eran manejables para siempre. Todos y todas experimentaron que cuando los vientos cambian esos sótanos que antes abrían sus puertas comienzan a cerrarlas. De descifrar enigmas pasan a convertirse ellos mismos en un enigma.

Hasta ahora, Macri prefiere seguir en la suya. Por un lado mantiene su relación con el arco de intereses que no abandonó en ningún momento de estos 34 meses de gobierno. Sigue en pie el vínculo con las energéticas y con el sector financiero. Por otro lado no aparece como alguien dispuesto a entregar ni dentro ni fuera de la alianza oficial zonas del aparato del Estado que puedan ser utilizadas en su contra o que puedan profundizar su caída absoluta y relativa dentro y fuera de Cambiemos.

Las alianzas y las contradicciones tienen distintas caras de acuerdo con el tema. La posición de Garavano interesó favorablemente a buena parte de la dirigencia política tradicional, incluyendo al peronismo no kirchnerista y al radicalismo, más allá de la simpatía o antipatía por la ex presidenta. Las cacerías sin pruebas suelen acabar con los partidos e instalar un clima inestable. Puede tornarse explosiva la combinación de recesión, incertidumbre económica personal y colectiva, miedo a caer socialmente o a hundirse en la indigencia, según los sectores. El temor a un nuevo eje que se apropie de resortes de aparato estatal alertó a dirigentes del Pro renuentes a transformarse en un remedo actual de Fernando de la Rúa. Ya sería suficiente con un país parado y atado a permanentes acuerdos con el Fondo Monetario Internacional. Otro condimento más con sabor a 2001 acercaría a Macri todavía más el abismo y le quitaría una porción de lo que hoy más busca: tiempo.

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