Desde Rosario

Es la madrugada del lunes y en algunas casas y alojamientos rosarinos se afinan las cuentas de balances editoriales. Es madrugada en la ruta y algunos historietistas y sus lectores vuelven camino a Buenos Aires, a Bahía Blanca, Montevideo, Córdoba, Mendoza y otras decenas de destinos. Para los más afortunados, el fin de semana comenzó el miércoles o el jueves a primera hora. Otros se sumaron recién el sábado y se acercaban a la rambla de la ciudad directamente desde la terminal. Como si perderse algún minuto de la Crack Bang Boom fuese pecado mortal. Quizás algo de eso haya, de religioso, en el sentimiento de comunidad que consigue generar la convención internacional de historietas de esta ciudad, que –imposible discutirlo– es la más importante del país. Ya en el micro de ida el cronista de PáginaI12 podía identificar sin dificultad a la media docena de pasajeros que viajaban al encuentro. Aun en plena crisis económica, los comiqueros siguen apostando por el evento rosarino. “Esta edición cortamos unas 1500 entradas más que el año pasado”, confió una fuente de la organización a este diario. Hay una cuota de mística en ello, una certeza calibrada con el correr de las ediciones que asegura que más allá de circunstanciales problemas, invitados, novedades editoriales e imponderables la Crack no decepciona.

Esta novena edición, además, suponía una responsabilidad enorme para los organizadores. Comicópolis no dio señales de vida en 2018 y la fecha que se barajó y circuló entre los editores para Viñetas Sueltas, quedó sepultada al poco tiempo. Argentina ComicCon se plantea -más allá de su nombre- como un evento de cultura pop y no de historietas. Y más allá del ultra independiente Dibujados en Buenos Aires, nadie duda de que CBB era la última gran fecha del año para la disciplina.

En ese sentido, Crack Bang Boom cumplió. Sostuvo su oferta cultural de todos los años de charlas, talleres gratuitos por primeras figuras de la historieta local y de invitados internacionales, revisión de portfolios por editores extranjeros (el italiano Antonio Scuzzarello, siempre de buen humor, y la encantadora norteamericana Katie Kubert), el habitual desfile de cosplay en la rambla, exposiciones de buen nivel (la de originales de superhéroes argentinos destacó particularmente), presentaciones de libros y actividades especiales. Ratificó su centralidad en el calendario atrayendo actividades paralelas no oficiales como el escrache al represor responsable de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld o la fiesta anual del colectivo editorial Big Sur, que movió el avispero entre los fanzineros (el ganador del duelo de dibujantes, por caso, agotó toda su producción al día siguiente). Y, claro, también sirvió de vidriera para observar el impacto de la involución económica nacional en este nicho.

La primera observación es una reducción de la cantidad de novedades que llegaron al evento. Eso provocó algunos efectos de desajuste para los cálculos de los editores. Por un lado, porque la merma en la cantidad de eventos anuales concentró la demanda de muchos lectores. Quienes consiguieron llegar a Rosario con títulos nuevos aprovecharon ese impulso. Aun quienes, tras la experiencia 2017, esperaban no vender tanto. Los responsables del stand de LocoRabia, por ejemplo, reconocían haber calculado mal la cantidad de ejemplares de Mirina, uno de sus nuevos títulos. Los que proyectaban para todo el evento se habían agotado para las primeras horas del sábado y el refuerzo que mandaron traer desde Buenos Aires para la jornada dominguera tampoco duró mucho. Pasillo por medio en el stand de Big Sur estimaban sus ventas en términos similares a 2017, pero no incluían en ese balance las preventas de sus dos novedades más fuertes: El aneurisma del chico punk vol.2 y El borde. Entre ambos títulos entregaron más de 100 ejemplares prevendidos. Quique Alcatena, que siempre asegura ventas, repitió con su flamante casa editorial Gutter Glitter y cuando llegó el fin de semana a firmar ejemplares alcanzó filas de 50 personas durante varias horas, sólo equiparables las que podían ostentar el británico Alan Davis o el homenajeado José Luis García López. De continuar el rumbo económico, bien puede intuirse un derrotero inevitable para el mundillo: una contracción en la oferta, una caída de la demanda para los productos más mainstream (ECC, por ejemplo, ya anunció nuevos planes recortando ediciones locales de algunas series de cómic norteamericano), una inflación que impedirá a algunas independientes sostener su volumen de producción y una demanda que, aunque menor, deberá concentrarse en los pocos que consigan mantenerse a flote. Si para los lectores Crack Bang Boom es un acto de fe, una peregrinación para encontrar a sus santos de tinta, para los editores será cada vez más un refugio vital para su supervivencia. Lo que no se venda allí será difícil de recuperar en otro lado.

  Por otro lado y pese a todo, las autoridades del evento confirmaron la realización de “la Crack” en 2019. El mismo Eduardo Risso, su director, lo confirmó en el acto de cierre. Aún no pueden confirmar la fecha porque será año de elecciones (y presidenciales, por añadidura), pero aseguró que ya están trabajando en la organización del año próximo. Además, y cosa inusual entre los organizadores de eventos comiqueros, el multipremiado dibujante recogió el guante por el único desajuste organizativo serio de esta edición. El clima, que tradicionalmente acompaña al evento (al punto que se bromea con que Risso “tiene el celular de Dios”), fue bastante hostil la primera jornada y eso generó barro y algunos inconvenientes en la carpa donde se ubicaba a los fanzines y el callejón de los artistas. Y aunque el tema se solucionó en menos de media jornada, Risso se hizo cargo del problema. Un gesto que no pasó inadvertido en el ambiente, poco habituado a las disculpas de los organizadores. Para el sábado, que el sol recordó la primavera, era asunto del pasado. Y para el domingo, cuando Risso confirmó la décima edición, varios empezaron a planear la próxima peregrinación.

Sebastián Granata
CBB fue la última gran fecha del año para la disciplina.