A qué se habrá referido Diógenes de Urquiza Anchorena cuando declaró que “el deporte le va a traer más alegrías a Cambiemos que cualquier otro tipo de actividad”. Lo dijo en Olé y queda claro porque enfatizó ese sujeto, una fuerza política que cogobierna con el FMI y está asociada a los capitales de rapiña. Fue un sincericidio. El futuro secretario del área tal vez piense que el deporte deba proporcionarle más satisfacciones al poder ejecutivo que conduce su amigo Mauricio Macri, que a los legítimos destinatarios: el pueblo en su conjunto y los deportistas que provienen de él. Es muy posible. El dirigente del pádel –la disciplina que practica con asiduidad el presidente– da con el perfil exacto para emprender la última temporada de caza en el Estado antes de las imprevisibles elecciones de 2019. 

El deporte no escapa al radar del mercado y sus representantes. De Urquiza Anchorena es uno de ellos, aunque camuflado de funcionario. Hoy como coordinador del Enard y a partir de noviembre lo será desde el cargo más alto. El deporte que administrará se practica en el alto rendimiento sobre tierras fiscales de valor inmobiliario muy apetecible para los grandes desarrolladores. El Cenard es una mina de diamantes para los depredadores del patrimonio del Estado. Se estima que el valor de las hectáreas donde se levanta, en Núñez, rondaría los mil millones de dólares. 

La ciudad tiene hoy otro potencial centro de entrenamiento para los atletas en la Villa Olímpica que se construyó para los Juegos de la Juventud. Hacia allí se pretende transferir toda la actividad deportiva porque, como ya lo había adelantado Gerardo Werthein, el presidente del COA y otro amigo de la Casa Rosada “nuestro actual centro olímpico está en una zona central de la ciudad. Tierras caras. Tal vez en el futuro tenga otras aplicaciones”. 

La teoría del aprovechamiento de las instalaciones en Villa Soldati justificaría –según De Urquiza Anchorena y Werthein– la venta de las 12 hectáreas en una zona próxima al Río de la Plata donde el precio del metro cuadrado no tiene techo. El cierre del Cenard sería un mazazo sobre la espina dorsal del deporte argentino en su conjunto. Incluso superior al que le asestó la autodenominada Revolución Libertadora en 1955, cuando le entregó el predio a la División de Remonta y Veterinaria del Ejército. En ese momento, aunque se desvirtuó su propósito, no pasó a manos privadas. De Urquiza Anchorena seguramente realizará esa faena.

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