Es un hermoso edificio de líneas racionalistas que podría pasar desapercibido en medio del bullicio de la avenida Santa Fe, a menos que se alce la vista desde la vereda de enfrente y se lea lo que dictan en el noveno piso grandes letras art decó: Casa del Teatro. Una entidad fundada en 1938 como albergue de artistas jubilados con necesidades económicas. En otro contexto de ciudad pero allí mismo vivieron cineastas emblema como Hugo Fregonese o Luis Moglia Barth, director de ¡Tango!, la primera película sonora argentina. Hoy residen alrededor de cuarenta artistas ancianos, entre ellos Oscar Brizuela, protagonista del documental que lleva el nombre de este edificio misterioso, herencia de un pasado benéfico, donde las glamorosas voces del espectáculo se oyen como susurros fantasmales en pasillos trapeados con lavandina.

Casa del Teatro es la segunda película de Hernán Roselli, después de su singular y celebrada Mauro (2014), ganadora del premio Fipresci y el premio especial del jurado del BAFICI de ese año. Así como aquella era una ficción con mucho de registro documental de personas y lugares, aquí tenemos un documental de observación en el que se filtran algunos componentes de ficción. Y no por atribuciones de guión que fuercen el relato o rompan con el pacto de lo fehacientemente ocurrido, sino porque sus personajes son actores. Viejos actores que no renuncian del todo a su oficio y despuntan el vicio en escenarios o cualquier otro lugar que se preste al advenimiento de los recuerdos de canciones, poemas o parlamentos alguna vez aprendidos. 

El film comienza con un plano cerrado de Brizuela, su cabeza calva y redonda en la penumbra de su cuarto, como un Marlon Brando en Apocalypse Now. Revisa una vieja agenda donde busca y luego marca números equivocados. Intenta volver a hablar con amigos o familiares de Estados Unidos, donde vivió veinticinco años, pero con los que ha perdido todo contacto, incluso con su hijo Maximiliano, del que no tiene noticias desde hace una década. Prueba hasta que finalmente alguien atiende: el actor se presenta y cuenta que estuvo muy enfermo pero ahora está bien y que solo trata de recuperar el contacto, recibir novedades, ayudar a que se ordenen las piezas sueltas de una historia que lo condujo a estar en ese lugar, esa habitación y ese teléfono.

De Brizuela vamos a los pasillos y espacios comunes de la Casa del Teatro. Allí la cámara recorre pausadamente comedor, sala de recreación, ámbitos donde se combinan ecos de las otras habitaciones y residentes, un fuera de campo sonoro plagado de extrañeza, música y voces de viejas películas mezcladas, al borde de lo inaudible. Porque hay algo que asedia pero no se deja escuchar y es justamente el pasado de Brizuela, la razón por la que está en ese pensionado. A raíz de un ACV, los últimos seis años de su vida están confusos. Nuestro protagonista no recuerda, confunde los episodios cercanos, ha perdido la memoria y sus pensamientos dan vuelta en torno a un episodio traumático sin poder acceder a él. 

Entonces, como suplemento de ese pasado perdido, de esa memoria borrosa, aparece el cine. Una película dentro de otra, pero que tiene a Brizuela de joven galán, un gigoló americano que se pasea por la costanera, seduce chicas con la excusa de retratarlas y termina envuelto en escaramuzas callejeras y revoleo de puños y tacones. El filme es Póquer de amantes, filmado en 1969 por Ramiro Cortés y Francisco Tarantini, una rareza total para la época, jamás estrenada por sus escenas eróticas. Una película real, y a la vez una ficción dentro de un documental, pero que ocupa el lugar del documento, de la constatación de esa vida pasada de Brizuela, en la que fue joven y hermoso, y que funciona como soporte y contrapunto a la voz off del protagonista que contesta preguntas y relata episodios de su vida en Utah.

Pero el eje, el agujero negro sobre el que gira el relato, es el hijo ausente al que Brizuela intenta desde un primer momento contactar. En su pesquisa llega a contratar a un detective privado para que lo rastree. La presencia de esta figura y sus prácticas detectivescas, se suma a un continuo de elementos que parecen extraídos de la historia del cine: el personaje del viejo actor con un pasado dorado, los escenarios Art Deco, el trauma inaccesible, el misterio a develar. Texturas que componen un documental como un policial negro desafectado, resonancias de Sunset Boulevard de Billy Wilder, pero con las particularidades del contexto masculino y local.

Casa del Teatro registra además de la vida cotidiana de Oscar Brizuela un mosaico de otros personajes del asilo. El film camina por el delgado filo de mostrar estos personajes sin volverlos simpáticos o entrañables viejecitos, pero tampoco adquirir hacia ellos una mirada irónica. Sin subrayados, con discreción, somos partícipes de la incomodidad y a veces del delirio de algunas escenas que registran el binomio arte & ancianos: una ex cantante popular que hace una versión de Un Estate Italiana (La célebre canción del Mundial Italia 90), un enano con problemas de presión arterial que no renuncia a la bohemia, una profesora de teatro que coordina arriesgados ejercicios grupales, un bailarín flamenco que recita Shakespeare. Algunos de ellos ensayan una obra que se verá en ese mismo edificio unos pisos más abajo, en el Teatro Regina. Oscar ensaya y los problemas de pérdida de memoria afectan su trabajo. ¿Cómo actúa un actor que no puede recordar la letra? ¿Cómo canta un cantor que mezcla las estrofas de los tangos? ¿Lo que un actor dice cuando es filmado es siempre un texto ficcional? ¿Lo que un actor dice en una Casa del teatro es siempre parte de una obra?

Estas preguntas del presente se suman a otras que vienen del pasado, formando una trama audible pero opaca, como quien se despierta con la TV encendida. El documental deja entrar estos ecos sin aclararlos del todo, porque allí donde el relato no es completamente explícito, ni tampoco completamente oscuro es donde las preguntas dejan de ser sólo sobre una vida y empiezan a ser sobre todas. La voz en off de Brizuela se interroga si acaso algo de lo que crea recordar no sea en realidad falso, si no lo habrá inventado, por que borró algunos nombres y algunas caras, porque elige a veces, ciertas cosas, callar.

Casa del Teatro se estrena este jueves en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530.