“Mi bisabuelo nació acá en 1850, el papá de mis bisabuela era querandí”,  contó Guillermo Gómez, descendiente de una de las familias más antiguas de Villa Riachuelo, el barrio donde nació, creció y sigue viviendo. A sus 69 años, este integrante del Colectivo Ribereño es quien pone en las caminatas exploradoras por el Cauce Viejo sus recuerdos de infancia y memorias familiares enlazadas con ese territorio alguna vez inhóspito, y quien ata esas imágenes arrancadas al pasado para darles un sentido histórico, porque “todo tiene que ver con todo”, dirá, pero eso será después, avanzada la charla.

Su familia fue una de las primeras en poblar la zona hacia la mitad del siglo XIX. Llegaron a tener chacras, y en los campos de su bisabuelo, según contó que se contaba en la familia, “se instaló el Ejercito Grande de Urquiza antes de la batalla de Caseros”, donde derrotó a las tropas de la Confederación de Juan Manuel de Rosas. “Tenían tanta plata que la guardaban en los tarros de leche que enterraron en corrales, pero cuando llegó el ejército era tanta la caballada que les borraron todos los hitos que habían puesto como marcas”, relató que contaba la familia sobre ese dinero que nunca se encontró.

“El papá de mi bisabuelo fue lancero y estuvo en el cruce de los Andes, pero como eran rosistas le sacaron todo”, explicó y como quien va tirando hilos de la urdimbre nacional señaló que “mi bisabuela, Dominga Villarruel, era querandí”. Sabe que puede cifrar en una familia la historia del país.

“Lo que quedó del Riachuelo después de que se rectificó era el lugar donde veníamos a jugar y cazar pajaritos”, recordó y explicó que “el lugar cambió pero se mantiene”.

“El cauce es mucho más angosto, pero conserva los meandros naturales, y lo mismo pasa con la flora y la fauna. Salvo los ciervitos de pantano que podían verse, se conserva la vegetación típica rioplatense. Mucha tala, camambú, alfalfares, cañas criollas”.

Muy cerca del Cauce Viejo trabajó como encargado del antiguo Puente de la Noria –que divide el río en Matanza y Riachuelo– su bisabuelo Hércules Pontiroli, trabajo que continuó el padre de Gómez hasta finales de la década del 40. “Ellos encontraron restos de querandíes en la zona. Cuando esto no existía como parque sino que eran pajonales, una zona agreste, que se parquizó en la época de Illia y que después Cacciatore (el intendente de la dictadura) transformó en el Parque Ribera Sur”.

“Si bien ha cambiado queda el relicto de lo que fue el Riachuelo y tenemos que conservarlo, sacarle la basura y limpiarlo porque el río tiene vida, ha habido tortugas y mojarras”, explicó el activista que no llegó a bañarse en ese parte del cauce, pero que conserva fotos de su madre, su padre y tíos bañándose en ese río, que hoy es otro y el mismo.

“Para mayo el Riachuelo empezaba a crecer, y tenías crecidas que eran naturales para esa época, y cuando crecía, la pucha. Las últimas grandes crecidas fueron en el 65, en el 67, que llegó hasta la avenida Roca y la gente tenía que refugiarse en los altos de Lugano, y en el ‘85, otra tremenda donde sacábamos a la gente en bote del barrio Almirante Brown. Porque el Riachuelo como río de llanura tiene una corriente laminar muy suave, pero cuando se pone loco, agarrate”.

“Esta zona era semirrural hasta el ‘60, acá había vacas y caballos, y prácticamente tomabas la leche al pie de la vaca. Se veía pasar la majada de ovejas que iban al matadero, no las llevaban en camión. O las tropillas de caballos”. De ese mundo desaparecido, Guillermo guarda memoria y recuerdos familiares que desgrana durante las caminatas con el Colectivo, al mismo tiempo que se encarga de recuperar la historia del barrio a través de la Junta Promotora Histórica de Villa Riachuelo. 

Durante una de las caminatas por el cauce viejo con el Colectivo, cuando llegaron a un lugar al que denominan el mirador, el cruce entre el Riachuelo rectificado y el natural, decidieron que le tenían que poner un nombre al lugar. “Nos juntamos y votamos ponerle Paso de los Querandíes (ver aparte). Y después las chicas hicieron unas baldosas cerámicas con la flora y el nombre y se pegaron sobre la pared que oficia de contención del cruce”. “Tenés que poner hitos porque si no se va olvidando, si no hay un nexo entre nuestra historia y la comunidad, si la realidad no la mostrás, todo pasa a ser una anécdota con el tiempo”, advirtió con el ánimo docente y verborrágico que lo impulsa.

“Un día estaba caminando en el parque de la Ribera y me crucé con muchos estudiantes frente al monumento a (almirante) Brown, y les pregunté si sabían qué era esa parte del río, y no tenían idea. Ni el maestro sabía. Les fui contando y los pibes demostraban mucho interés y preguntaban todo”, recordó al mismo tiempo que sostuvo que “la tierra te fusiona y los olvidos no son buenos. Hay que hacer que la historia no se pierda y se cuente como debe ser. Ya que tenemos este pedazo de río natural hay que salvarlo, porque el día que esté seco le tiran tierras encima. Y el Riachuelo es un río que se niega a morir”.