El día anterior al debate en el Congreso por el presupuesto odioso del FMI –como la deuda externa tomada por el gobierno de Cambiemos que se alzó con el Estado en 2015– aparecieron unos montoncitos muy alineados de piedras en todo el espacio interior de la Plaza de los Dos Congresos que ya estaba vallada desde ese día en dos cuadras a la redonda. Todo anticipaba la estrategia oficial. No había intenciones de disuasión. Sólo mostrar las cartas de lo que sería en principio el guión de la telenovela: una provocación de los encapuchados de siempre bajo órdenes y la tentación de cuanto desprevenido corriera a cascotear contra las tortugas ninjas de la Gendarmería y policías varias. Entonces: ¿cuál era el objetivo de insistir con grandes columnas sobre ese juego con cartas marcadas sin dirigentes coordinados por walkie talkies que se comunicaran con los suyos para redirigir la protesta? La ingenuidad, en política, es mala consejera. Ocurrió lo inevitable: provocación y represión pero no al boleo sino sobre objetivos claros a muchas cuadras del Congreso: dirigentes sociales rumbo a las comisarías durante horas y unos extranjeros desprevenidos apresados. La reflexión no tarda sobre este escenario. ¿Qué ocurrió luego? Una semana de agitación mediática que impulsó: (1) la culpabilización de la oposición como violenta; (2) estableció que esa oposición era mayoritariamente K y no de miles de obreros, nucleados en sindicatos, empleados, estudiantes, científicos, jubilados... o sea, la sociedad toda agredida por las políticas económicas y sociales de Cambiemos; (3) incentivó la xenofobia, condimento sagrado del odio al extranjero y el diferente, básico en la conformación de ideologías totalitarias como son, por supuesto, los dictámenes del neoliberalismo a escala planetaria o por lo menos, allí donde desembarca. El objetivo central de la reproducción durante una semana y por horas y horas de programación en la televisión y en la radio y en los medios gráficos más consumidos fue el diseño de una gigantesca mentira programada. Lo importante no era el reclamo, el debate de un presupuesto que dejará sin aliento y base a los argentinos, sino dirigir el odio de la gente hacia otro objetivo y responsables: la violencia de la oposición. Después vino el cálculo dramático... cuánto cuestan los destrozos de los capuchitas oficiosos en la Plaza. Unos 10 millones dijeron a coro los funcionarios de la Ciudad. Genial cómo lo tenían calculado.

Entonces, muchísimos argentinos odiarían así tener que pagar unos bancos destrozados pero, en tanto, el barullo del pedregal no les permitirá saber, porque los medios jamás les contarán, del saqueo diario, silencioso, violento sobre el que se baja este presupuesto odioso que de sus bolsillos, de sus hijos y padres y abuelos, salen mil millones de pesos diarios para pagar los intereses de los Leliq, esa deuda que toman los JPmorganboys que hoy manejan el Estado como una caja registradora centrífuga hacia los grandes fondos de inversión radicados en Greenwich, por ejemplo, con los que el capitalismo se apresta a transformar el mundo en un espantoso pantano medioeval. Eso sí, con muchos wasap, muchos tuiters, muchos instagrams. Una última reflexión: la ceremonia de construcción del odio y de derivar las culpas a un enemigo activo es la vieja lección del surgimiento de los fascismos europeos. Chivos expiatorios y xenofobia, fakenews (noticias falsas) como esta: “Cristina Kirchner se bañaba en sangre de niños”, dijo un pastor de una de las iglesias pululantes desde el Chaco. “Los judíos son los culpables de la desocupación en Alemania”, dijo Hitler. Y tan cerca, o tan igual que aquí, las guerras híbridas –noticias falsas, más persecución mediática y judicial a los opositores al neoliberalismo– que torcerán el destino de Brasil hacia el abismo neoliberal excepto que ocurra el milagro de los peces y las mieses en la conciencia de millones.

En momentos en que el valor del trabajo humano es arrumbado por la codicia del capital financiero por lo tanto se mata a los obreros en nuevas guerras o se los reduce sólo a la reproducción vital; en momentos en que el dinero es considerado fuente de valor para dar más dinero; en momentos en que el capitalismo financiero global –como ocurrió en la etapa previa a la Segunda Guerra Mundial– se lanza a una reconcentración feroz de la riqueza pero no a través de los territorios sino del saqueo –vía la deuda externa, por ejemplo– de los recursos naturales; en estos momentos, entonces, en que nada podrá dar el neoliberalismo a las sociedades como la nuestra, sus delegados necesitan más que nunca consolidar a sus seguidores en la ciencia del ocultismo: odiar para dominar. Ergo, retomo: el objetivo de la militarización en el Congreso no era la represión sino la difamación y el redireccionamiento del odio al opositor.