Octubre, la exposición individual de dibujos site specific y objetos que puede visitarse hasta el 24 de noviembre en la planta alta del Espacio Cultural Universitario (San Martín 750, Rosario) presenta, en todo sentido, muchas facetas. Su autor, Luis Rodríguez, viene experimentando desde hace un tiempo con espejos teselados que fragmentan la imagen reflejada. En piezas recientes pasó de la taracea de espejos sobre un plano recto a desplegar esos recortes azogados reflectantes en soportes cóncavos o convexos.

“Las expuse en Buenos Aires, en la galería Cecilia Caballero, las vio ahí Hugo Cava (director del Espacio Cultural Universitario) y me invitó a exponer en el ECU”, contó Luis Rodríguez durante una pausa de su trabajo en Buenos Aires como asistente del artista plástico Manuel Ameztoy. Nacido en 1983 en Rosario, Luis Rodríguez es licenciado en Bellas Artes por la UNR y fundó junto a Franco Vico y María Luque el espacio Cordón Plateado, que funcionó en Rosario entre 2004 y 2008. Va y viene entre Rosario y Buenos Aires, ciudad donde expuso en lugares como el Centro Cultural San Martín y el Palais de Glace. Sus dibujos site specific se vieron en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y otros prestigiosos ámbitos.

Andres Macera
Las piezas espejadas se dirimen entre pintura y escultura.

Tanto los dibujos como las piezas espejadas (objetos inquietantes estos últimos que se encuentran en un borde indefinible entre la escultura y la pintura) encuentran su inspiración en propuestas innovadoras de los años ’60: el arte cinético y el op art o arte óptico. Los dibujos, trazados directamente en la pared o en el panel, exhiben un trazo gestual que no tenían aquellas obras ópticas de borde neto por aquel entonces. De ambas categorías de estas nuevas obras sorprende y agrada un rasgo estético que los diseñadores italianos de aquel momento llamaban semplicitá. Que no es la lisa y llana simplicidad, sino una economía formal donde se llevan los elementos materiales al mínimo para provocar los máximos efectos en la percepción del espectador. Al igual que sus precursores de hace 50 años, Rodríguez trabaja una estética de la recepción. Una vez oyó decir a un profesor en una clase que las obras de arte no existen con las luces apagadas, sin nadie presente. Esa frase le quedó resonando. Es aplicable a lo que hace hoy. Ni la sutil ilusión óptica de movimiento vibratorio que sus dibujos producen en la retina, ni el juego infinito de reflejos abstractos que se multiplican en sus espejos fragmentados son algo que pueda suceder en ausencia de público. La función empieza cuando el espectador llega, y lo observado se altera al observarlo. Reflejos e ilusiones ofrecen un espectáculo evanescente; la materialidad de la obra se enmascara bajo el camuflaje de aquello que refleja o simula dar a ver a cada momento.

Podría decirse que son cosas invisibles, y a la vez son obras de arte filosóficas, ya que no hay forma de verlas tal cual son. La experiencia fascinante de verlas cambiar en sus superficies mutables nos lleva desde el placer sensible a un límite de lo inteligible y desde ahí a una reflexión: ¿acaso vemos algo tal cual es?