“Ningún hombre mira jamás el mundo con ojos prístinos. Lo ve a través de un definido equipo de costumbres e instituciones y modo de pensar.”
Ruth Benedict

Son tiempos en los cuales el derecho a la información veraz está en peligro. La mayoría de los ciudadanos del planeta desconfía de medios de comunicación y redes sociales y dicen estar al tanto de los efectos del deterioro de la libertad de expresión sobre la vida democrática, la paz mundial y hasta la supervivencia planetaria. 

Sin embargo, y aún descartando el porcentaje de quienes mienten a sabiendas; pocos aceptan responsabilidad o registran las contradicciones entre enunciadas preferencias éticas o políticas y sus elecciones concretas.

El mero señalamiento provoca incomodidad y justificaciones en contradicciones… ajenas.

Hábitos, prejuicios, preferencias de consumo, elecciones (de pareja, profesionales, electorales) y hasta argumentos, dependen en buena medida de decisiones mucho más inconscientes y automáticas de lo que creemos pero, rara vez detectamos los factores socioculturales que condicionan opiniones y decisiones personales, desde las más íntimas a las comunitarias.

Quizá porque solo aceptamos en teoría, que el proceso de socialización moldea patrones de conducta, creencias y rutinas sociales pero, nos creemos inmunes a los fenómenos colectivos y a sus efectos económicos y políticos sobre cuerpos y comportamientos.

Según Ruth Benedict construimos nuestra identidad dentro de un modelo cultural y cada civilización selecciona y utiliza apenas un segmento del gran arco de potenciales (y contradictorios) propósitos y motivaciones humanos. Su comparación de los pueblos Zuñi de Nuevo México, Dobu de Nueva Guinea y los Kwakiutl de la costa noroeste americana, continúa siendo reveladora.

En apretada síntesis. Los Zuñi eran muy religiosos, valoraban la cooperación y no entendían la idea de guerra; los Dobu consideraban a todo hombre un enemigo y sus mayores virtudes la agresividad y la traición; los Kwakiutl eran famosos por los Potlacht, grandes fiestas donde cada hombre destruía todas las riquezas que había acumulado en el año para demostrar su propia grandeza individual y la inferioridad de los otros.

Los tres pueblos construyeron pautas de comportamiento individual completamente diferentes, partiendo de actitudes presentes en todas las sociedades.

La agresividad y la competencia, la solidaridad y la cooperación son tendencias humanas pero su presencia conductual depende en buena medida, de los criterios de valoración que hacemos como comunidad a lo largo de la ¿evolución?

La coexistencia de los diferentes patrones de vida que la humanidad ha creado con las materias primas de la existencia requiere del cultivo inteligente de cada comunidad para continuar eligiendo los propios para una buena vida. Una elección que exige el reconocimiento sobre la poderosa influencia que hoy ejercen redes, medios, instituciones y referentes culturales para direccionar los cambios culturales en favor de mezquinos intereses.

Cuando, por ejemplo, Mario Vargas Llosa dice “la opinión pública ha llegado al convencimiento de que la política es un quehacer de personas amorales, ineficientes y propensas a la corrupción” construye opinión pública.

Acompañado por el eco mundial de repetidores seriales y eludiendo amplios y profundos debates, la idea alcanzará a cada persona hasta imponerse como principio de la vida social.

La manipulación mediática de quienes abusan del poder económico para comprar casi cualquier cosa (herramientas tecnológicas incluidas), está edificando mundos subjetivos a su triste imagen y semejanza.

Mientras se multiplica y reproduce a sí mismo en espejos de odio, miedo y violencia; no es casual que las invitaciones a individuos aislados a habitar exclusivos refugios tengan éxito.

La capacidad de reflexión y el auto cuestionamiento, un rasgo pedagógico incentivado por numerosas y antiguas culturas y sin duda, por la educación pública nacional (y descartado por todos los autoritarismos) cuestiona los objetivos del Gran Hermano; el cual ya ha demostrado su poder para construir un mundo hostil e inhabitable y, al mismo tiempo, su incapacidad para crear culturas cooperativas e integradas donde las personas puedan desarrollar sus mejores potencialidades.

El pensamiento crítico que ha dado frutos gigantescos, tales como las ciencias y las artes, es herramienta imprescindible para que una cultura utilice sus propios saberes y experiencias para interrogarse e investigar los resultados de sus acciones y para elegir entre felicidades personales edulcoradas, solitarias y abstractas o alcanzar desarrollos precisos en sus libertades y derechos individuales y colectivos.

* Antropóloga, Universidad Nacional de Rosario.