“Mis primeros 40 años fueron barbáricos, atroces, asfixiantes. Quiero que me vaya bien en los 40 por venir. Por mis hijos y por mí misma”, anotaba la resiliente Anne Lorient en Mes années barbares, autobiografía de 2016 donde la entonces ignota damisela relataba la épica de su vida en las calles. Casi dos décadas en las calles, tras huir de su hogar del norte de Francia ni bien orillaba la mayoría de edad. De familia burguesa, tomó la decisión por supervivencia: “Cuando tenía 6 años, uno de mis hermanos me violó por primera vez, y siguió, siguió... A mis 12, empezó a venderme a sus amigos a cambio de golosinas, dinero, estéreos, lo que fuera. Y así continuaron mis días hasta que cumplí los 18, cuando hice mis valijas y me fui a París. Unos parientes habían prometido recibirme, pero, enterados de la situación, temieron que los ‘contaminara’, y de pronto me encontré sin techo”, recuerda la perseverante Anne, que en la más extrema situación de vulnerabilidad, de exclusión, de marginación social, lo sobrevivió todo: insultos, violencia física, abuso sexual. Los primeros tres años enmudeció por completo: “Mi única relación con el mundo eran las latas de comida vencida que sacaba de la basura”. En paralelo, empezó a escribir: en servilletas, pañuelos de papel... borradores de lo que más tarde sería su primer libro.

Parió a su primer hijo en una acera, a la intemperie, y lo llevó durante 3 años escondido bajo su abrigo, por miedo a que se lo quitaran y acabara en un orfanato. Recién entonces empezó a pedir dinero a los transeúntes: para leche, para pañales. Cuando quedó embarazada por segunda vez, recurrió a asistencia social, logró un modesto apartamento (donde todavía reside) y comenzó a laburar como voluntaria en organizaciones que asisten a otros sansabri. “Con mucho esfuerzo, tuve que reaprender a vivir en sociedad, los códigos básicos. Lo que a la mayoría le sale ‘naturalmente’, requirió para mí de mucha energía, concentración. También tuve que volver a aprender la noción de tiempo”, cuenta quien es hoy una de las caras visibles de la causa contra el “sinhogarismo” en Francia. Una de las voces más sonantes que aboga para que se implementen políticas que ayuden a las mujeres –y en general a todos los sansabri– a salir de la situación de calle que vulnera los más elementales derechos humanos. 

De allí que comparta su experiencia en charlas, conferencias, colegios. Y que cada jueves organice sus ya clásicos café des victimes: encuentros con otras muchachas –que han padecido o aún padecen la difícil realidad de no tener residencia– para compartir pareceres, exorcizar historias traumáticas y mirar desde un café en altura, perspectiva superadora, esas calles tan hostiles. No conforme con la labor mencionada, acaba de publicar un segundo libro, Humains dans la rue, donde no solo recaba testimonios en primera persona de gente sin hogar: se propone como petite guía humanitaria que, además de detonar prejuicios, aporte prácticos consejos para que las personas con casa sepan de qué manera acercarse y entablar un vínculo de reciprocidad y confianza con los sansabri. 

“¿Sabés que el 24 por ciento de la gente sin techo tiene empleo, y que solo el 14 por ciento mendiga regularmente? Todos nos sentimos, al menos una vez, avergonzados o indefensos ante la precariedad. Si la idea de ‘dar algo’ es lo primero que te viene a la mente, pensá de nuevo: la necesidad más urgente y fundamental de los sin techo es establecer una relación con otra persona”, introduce el mentado título, escrito por Anne en colaboración con la periodista Lauriane Clément y el entrepreneur social Jean-Marc Potdevin. “Algunas personas, aunque bien intencionadas, infligen su ayuda al volverse insistentes, intrusivas, incluso verbalmente violentas si no respondemos como ellas esperan. Y para muchos de nosotros, que nos ofrezcan limosna es humillante, no es lo que necesitamos”. Recomienda, entonces, los más simples gestos: una sonrisa, un saludo, sentarse a su lado en caso de que quieran iniciar conversación, no hacer falsas promesas. “Con este libro, quise facilitar la relación entre estos dos mundos. Al pertenecer a ambos, me dispuse a dar claves, sugerencias. Porque hay un temor, una aprehensión de ambas partes”, dice Lorient. 

En Francia, el 38 por ciento de los sansabri son mujeres y, a falta de estadísticas certeras, se estima que 1 de cada 3 ha sido abusada sexualmente. Ataques diarios que tienen lugar frente a la indiferencia más generalizada, y que según la propia Lorient probablemente sean aún más: en sus 17 años sin techo, finalmente, fue violada unas 70 veces. Y no solo en la intemperie: también en lugares “seguros” como los refugios mixtos, donde la violencia sexual es lamentable moneda corriente. Ergo, el intento de las sansabri por pasar inadvertidas, por camuflar su condición de mujer. “Usan vestidos largos, disimulan curvas, esconden su pelo, renuncian al maquillaje. No quieren hacerse evidentes, convertirse en presa fácil”, explica la directora de cine Claire Lajeunie, responsable del documental Femmes invisibles, survivre dans la rue. “La gente a menudo me dice que no ve mujeres en la calle. Están pero se esconden, porque ser mujer en la calle es ser una presa sexual”, subraya Lorient. En ese sentido, celebra la reciente iniciativa de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, que se ha propuesto convertir a edificios públicos en refugios permanentes, exclusivamente para mujeres. El Hôtel de Ville, de hecho, albergará desde fin de noviembre entre 50 y 100 muchachas sansabri.

La nota local: en la Ciudad de Buenos Aires, según relevaba un artículo de PáginaI12 de fines de agosto escrito por el periodista Horacio Cecchi, “en el único censo completo existente, realizado en 2017 por las organizaciones especializadas en la cuestión, se registraron en situación de calle a 5872 personas, y según las estimaciones, a la fecha la cifra supera largamente las 7500, a las que habrá que agregar más de las 20 mil en riesgo de calle que detectara el censo del año pasado”. De ese total, el 30 por ciento son mujeres.