Se definía como un “zarateño nacido en Campana que eligió Buenos Aires”. Fue parte de la irrepetible legión tanguística brotada de las ciudades de Zárate y Campana, una variopinta y mágica coincidencia en la que confluyeron directores, compositores y cantores de tango-champagne: su hermano Virgilio, Armando Pontier, Enrique Mario Francini, Héctor Stamponi y los hermanos Berón. Homero Expósito debe a la geografía y flora de su origen –el vértice más litoraleño de la provincia de Buenos Aires– las formas de lo que el poeta Martín Mauricio denominó “una lírica de coloratura líquida impregnada por elementos propios del terruño: naranjos, flores de lino, almendros, frutillas...”

Mañana se celebra su centenario y habrá que repetir entonces que Homero Expósito fue un poeta extraordinario. Nadie como él desarrolló el arte de la metáfora y la rima interna. Su hallazgo fue el equilibrio de obra refinada, vanguardista y popular al mismo tiempo. Expósito forma parte de un olimpo habitado por Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo, acaso Alfredo Le Pera. No debe existir música popular en el mundo con el nivel poético del tango. Homero fue un letrista clave de la época de oro del género y en sus obras más audaces –más acá en el tiempo– dejó la mesa servida para que Horacio Ferrer desplegara su estética sesentista con astronautas, Cristos apaleados, lunas que brillan sobre la parrilla y el medio melón en la cabeza. Más allá de cualquier vanguardia, hay frases abismales, monumento a la rima interna, que supieron esquivar sus peligros implícitos. Versos como “era la era primera que apaga la ojera y enciende el rubor / Y una noche –¿te acuerdas?– un beso /debajo del cerezo/sellaba nuestro amor. /Pudo el amor ser un nudo/ mas dudo que pudo /luchando vencer...” (“Absurdo”) han caminado por la cornisa y sobrevivido. Se puede adivinar ahí una escuela de la que se nutrieron artistas de rock argentino, de Miguel Miguel Cantilo a Andrés Calamaro. 

Escribió junto con notables melodistas de su época –Aníbal Troilo, Enrique Mario Francini, Domingo Federico, Chupita Stamponi, Osmar Maderna, Atilio Stampone, Argentino Galván, por supuesto su hermano Virgilio– joyas de muy diferentes registros y ritmos: “Percal”, “Chau, no va más”, “Naranjo en flor”, “Margo”, “Tristezas de la calle Corrientes”, “Flor de lino”, “Qué me van a hablar de amor”, “Yuyo verde”, “Ese muchacho Troilo”, “Te llaman malevo”, “Afiches”. 

Expósito alternó su metafísica callejera con un fundamental paso por la Facultad de Filosofía y Letras, que completó una formación sólida, académica y rea. El poeta Raimundo Rosales enseña en su cátedra “Tango y literatura” de la Universidad Nacional de las Artes que sus riesgos lo hacen deudor de las vanguardias del siglo XX, especialmente del surrealismo y de algunos poetas como Federico García Lorca. “Así como Manzi recibió una fuerte influencia lorquiana de la etapa del Romancero gitano –explica Rosales–, en Expósito habrá de buscarse el vínculo literario en los poemas de su libro póstumo Poeta en Nueva York y en general de sus obras más vinculadas al surrealismo”.

Sin embargo, más allá de la calle o la universidad, quizás la escuela decisiva fue la de su casa, durante su infancia y adolescencia. En Zárate, casi como un juego, se propuso junto a Virgilio inventar canciones a diestra y siniestra. Toda su poética tiene una respiración lúdica. Llegaron a escribir un manual con los análisis de los temas que admiraban. Lo titularon La cancionística. El primer roce de la dupla fraterna con la posteridad fue la composición de un bolero: “Vete de mí”. Homero tenía 18; Virgilio 13. Fue un suceso furibundo en los países caribeños, con más de 350 versiones diferentes. Entre ellas, las de Bola de Nieve, Olga Guillot, Caetano Veloso,  El Cigala y Horacio Molina.

Los hermanos parecían conocer las llaves de la popularidad. A diferencia de aquel quinteto real de la palabra citado más arriba –Manzi, Discepolín, Cátulo, Cadícamo, Le Pera– Homero y Virgilio no tuvieron drama en condescender a la más rancia música complaciente al menos con dos temas que impactaron en la década del 60: “Eso” (“tienes eso eso eso, que me tiene preso”) y “Pity Pity” (escrito para su primo, Billy Cafaro). Homero además hizo, con música de Palito Ortega, “Mi primera novia”.

Ya Homero Expósito había hecho todo. No deja de ser una paradoja o una curiosidad que esas letras pueriles las haya realizado casi de veterano y temas desolados como “Qué me van a hablar de amor” o “El milagro” de muy joven. Mucho se ha hablado de frases paradigmáticas de sus creaciones. “Naranjo en flor” y su “era más blanda que el agua, que el agua blanda” es la más célebre y analizada. Pero hay un tango que sintetiza el extraordinario manejo de la metáfora: “Trenzas”. Con música de Armando Pontier, es de 1944 y dice: “Trenzas, / seda dulce de tus trenzas,/ luna en sombra de tu piel y de tu ausencia...”. Y luego: “Trenzas de color de mate amargo /que endulzaron mi letargo gris”. ¿Cuál es el color del mate amargo? La operación es la misma que la de “tus ojos de azúcar quemada” o “la reja está dormida de tanto silencio” de “Pedacito de cielo”. Una variante surrealista que utilizaron, entre tantos, John Lennon con sus “cielos de mermeladas” de “Lucy in the Sky with Diamonds” y Spinetta con la “muchacha ojos de papel”. 

Homero desplegó en su obra una modernidad apabullante. Era políglota, feroz fumador y amaba tocar el ukelele. Alguna vez escribió “Ya moja el aire su pincel / y hace con él la primavera”. Murió el 23 de septiembre de 1987. Sobrevive en la más profunda memoria popular y, entre miles de grabaciones, en un disco extraordinario de RCA compilado por Aquiles Giacometti titulado Roberto Goyeneche interpreta a Homero Expósito. A 100 años de su nacimiento, no existe mejor homenaje que escuchar una y otra vez esos versos insuperables.