Cuando la escucharon cantar “Avellaneda Blues”, los dos mentores del tema,  Javier Martínez y Claudio Gabis, no tardaron en estallar en elogios. Vía bien viva –nada muerta– para que Adriana Varela se cargue entonces el nombre del barrio en que nació y, entre ambas franjas (la musical y la identitaria), conciba forma y contenido de su nuevo disco: Avellaneda. “Se nota, y me encargo de que se note, que nací y crecí en Avellaneda, porque el motor es la identidad, el barrio, los otros, la música, esas cosas que nos informan, nos forman y nos hacen ser. Fue en ese barrio donde empecé a escuchar a The Beatles, a Jimi Hendrix, a Led Zeppelin, a Spinetta, a Nebbia, a Vox Dei, en fin”, enumera ella, acerca del motor inicial del trabajo que presentará en vivo hoy a las 21.30 en el ND Teatro (Paraguay 918). “Me emocionó mucho cuando me llegaron los mensajes de Gabis y Martínez, dos ídolos eternos. Manal era el grupo que iba a ver asiduamente cuando venían a mi ciudad, y “Avellaneda Blues” siempre me pareció el mejor tema de ellos”, sigue enmarcando la Gata, atrapada en la intención de conjugar los diferentes caminos que confluyeron en su muy buen disco rockero. 

Un disco que, entre sus doce piezas que revisitan el escenario histórico argentino, contiene además dos de Luis Alberto Spinetta (“Hoy todo el hielo en la ciudad”, de Almendra, y “No te busques ya en el umbral”, de Spinetta Jade); dos de Charly García (“Total interferencia”, como solista, y “Mientras miro las nuevas olas” de Seru Giran), y una de cada entre los que siguen: “Mañana en el Abasto” (Sumo), “La despedida” (Fito Páez), “Himno de mi corazón” (Los Abuelos de la Nada), “Adiós” (Gustavo Cerati), y una impresionante versión –tal vez la mejor– de “Todo un palo” de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, introducida por un extracto en off de 1984 de George Orwell. “La intro de Orwell fue una sugerencia de la madre de mis nietos. Después Rafa (Rafael, su hijo, productor del disco) la usó en la voz de mi amigo Bobby Flores, también como un homenaje a su historia con el rock. Creo que eso le da misterio al tema justamente por el peso poético del escritor”, comenta ella. La versión del tándem Solari-Beilinson no solo brilla en las voces de Varela y Flores, sino también en los teclados del uruguayo Gustavo Montemurro, el bajo de Luis Volcoff, y la percusión bien ensamblada de Juampi Francisconi y Gonzalo Rujelman. “La propuesta de hacer esta versión fue casi un imperativo de Rafa, porque el tema es muy fuerte y muy vigente. Y además es uno de los temas de los Redondos, enormes íconos nacionales, que más fácil y más fuerte me pega, sobre todo hoy. Otro trip”. 

–¿Por qué hacer un disco de rock hoy, Adriana?

–Tal vez me lo venía guardando inconscientemente, no sé. De cualquier manera, en mis comienzos, cuando cantaba en boliches por placer, el público que iba a verme grababa mis temas rockeros en casetes. Incluso, así me descubrió Juan Alberto Badía y me llevó a cantar a su programa en la televisión. Y allí no canté tangos, sino temas rockeros con la orquesta de Oscar Cardozo Ocampo, bandoneón incluido. Pero no fue solo esto. También pasó algo casi profético en ese debut en la tele, que es que el tema elegido fue uno de Alejandro Del Prado: “Tanguito de Almendra”. Quiero decir que el tango y el rock ya estaban en mí, conviviendo en la cabeza y en el alma, desde ese temprano momento. Lo que pasa hoy es que, después de un camino en que el motor fue la identidad, vuelve mi personalidad musical más primaria.

Adriana Varela también armó el repertorio junto a su hijo. Pero mientras en éste primó el factor estético, en ella lo principal fue la emoción. Desde esta dimensión parte la cantante para hablar de otros temas que la pueden: “La despedida” (de Fito Páez, que participó de la grabación), y dos que están en los bordes del género: “Qué te pasa lobo”, canción infantil de la dupla Hugo Midón–Carlos Gianni, y “Margherita”, de Cocciante–Luberti, grabada con Pedro Aznar en voz, guitarra, piano y bajo. “Este tema es uno de mis caballitos de batalla en reuniones de amigos. Lo eligió Pedro Aznar, porque sabe que de pendeja viví en Italia”, detalla la cantante, que no tuvo demasiados pruritos en reorientar su voz hacia la clave rocker. “No fue dificultoso, porque mi hija Julia fue mi coach. Ella me sacó la tensión del tango, de algún modo me ‘aflojó’ para volver al rock. Todo queda en familia”, se ríe ella. 

–A propósito, ¿qué lazos encuentra entre tango y rock, y qué distancias?

–Lazos, todos. Y las distancias para mí no existen... es algo que siento por mi propia historia.

–¿Cuánto tuvo que ver su larga labor junto a Jaime Roos en términos de difuminar estas distancias?

–¡Todo! (risas). Sus orígenes, su tango, su rock, sus candombes y murgas y fundamentalmente su vinculo inalterable. Jaime me develó la música uruguaya, y fue como un puente hacia un mundo que luego se tornó determinante.

–¿Charly o el Flaco? Hay dos temas de cada uno en el disco.

–¡Pero por favor! Los dos, sin duda... ellos son necesarios, siempre. No puedo olvidar el día que prendí el televisor siendo una adolescente, y quedé pegada a la imagen y a una canción que me elevó: era “Hoy todo el hielo en la ciudad”, de Luis Alberto. Siempre dije que era uno de mis temas preferidos. Recuerdo que cuando se fue el Flaco, PáginaI12 tituló con ese nombre, y acompañó mi llanto.

–Y más allá de esto, ¿cómo sigue su vínculo con el tango?

–Muy bien. Lo sigo disfrutando muchísimo, sigo viajando y llevándolo a los lugares del mundo más reconocidos.

–Es inevitable tocar el tema. ¿Cómo ve la situación cultural y política en la Argentina de hoy?

–Triste, angustiante. Saber que el pueblo se está muriendo de hambre, literalmente, es desgarrador. Que la clase media haya bajado su nivel adquisitivo es, por lo pronto, preocupante. Y lo digo por los que votaron este gobierno. Me resulta todo muy triste.