Uno de los cinco robots tiene ruedas y un sensor que le permite diferenciar los colores blanco y negro. Un ingeniero lo apoya en el suelo sobre una pista que tiene un circuito trazado con una línea negra. El robot, Tomy para su familia, se movió sobre la pista sin salirse de ella. Ayer se celebró el Workshop de Robótica Experimental en el Centro Cultural de la Ciencia (C3). En el marco del Simposio Internacional de Robótica Experimental (ISER), exponentes de la robótica nacional e internacional expusieron sus investigaciones sobre el desarrollo tecnológico en el área. Además, emprendimientos argentinos pusieron stands donde mostraban sus producciones robóticas.

Frente al primer stand, ubicado en la planta baja, hay dos robots. Ambos son color naranja con detalles en negro. “Ese es Omni, un vehículo de carga omnidireccional”, dijo a Página|12 Leonel Quevedo, diseñador industrial de la empresa Alto Estudio. Omni tiene forma de plataforma con ruedas que se puede mover en cualquier dirección y está diseñado para soportar cargas de hasta 300 kilos. “Esta fue nuestra tesis en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Es un prototipo y está pensado para reemplazar la cinta transportadora”, agregó Quevedo. El robot tiene un láser que censa el espacio y, una vez que lo programan, puede moverse de forma autónoma.

El otro robot que tienen se llama Krill. Es un explorador todo terreno que recopila datos y está pensado para uso científico. “Se le cambian las ruedas para que se adapte al terreno. Es muy ligero y se enfoca en la investigación”, contó Mariano Sánchez, otro de los integrantes de Alto Estudio. Sánchez destacó la interdisciplinariedad del encuentro. “Hay gente de robótica y gente de diseño como nosotros. Y todo esto pasa porque tiene que ver con políticas estatales de Ciencia, Investigación y Tecnología”, afirmó. Asimismo, lamentó que, si bien ellos exportan diseño, es notoria la falta de mercado interno. 

Al lado, tres mujeres están sentadas detrás de una mesa con un banner del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). Marisabel Rodríguez es ingeniera electrónica, magister en telecomunicaciones y dirige el proyecto Robotito. Este es un curso gratuito de 4 clases que ITBA ofrece a niños y niñas de entre 8 y 10 años en el que trabajan en equipos y aprenden a programar con robots diseñados específicamente con esta función pedagógica. Robotito funciona desde 2006 y ya han pasado por él más de 300 niños.

“La idea es que los chicos se acerquen a la programación de una forma lúdica”, contó Rodríguez a este medio. Milagros Marcone, estudiante de ITBA y voluntaria en Robotito señaló que uno de los objetivos del proyecto es incentivar que las mujeres se acerquen a la ingeniería. “A nivel mundial, solo el 20 por ciento de las estudiantes de ingeniería son mujeres”, informó Rodríguez. En Robotito fomentan que niños y niñas trabajen en forma conjunta para pensar, jugar y resolver problemas. En la primera clase, los chicos construyen un robot con cajas. Luego, tienen que programar a través de una computadora a un pequeño robot para que haga los movimientos necesarios para salir de un laberinto de cartón.

Un grupo de niños se agolpaba frente al stand de la empresa argentina RobotGroup. “Nos dedicamos a robótica educativa y ofrecemos kits para armador tecnológico que incluye placa programadora, sensores y material para lo mecánico”, dijo a PáginaI12 Miguel Silva. En la mesa había al menos cinco robots armados. Uno de ellos tiene ruedas y un sensor que le permite diferenciar los colores blanco y negro. Silva lo apoyó en el suelo sobre una pista que tenía un circuito trazado con una línea negra sobre la cual el robot se movió.

Mientras tanto, en la sala 1 del C3, referentes nacionales e internacionales de la tecnología disertaron sobre sus trabajos en robótica. Yoshihiko Nakamura, profesor de la Universidad de Tokyo, expuso una investigación que realizó para detectar, mediante el uso de tecnología, qué músculos mueven los deportistas. Nakamura mostró filmaciones de luchadores de diversas artes marciales en las que se veían sus esqueletos y los músculos que utilizaban aparecían de color verde flúor. El fragmento que más impresionó al salón fue el de un bailarín de tap japonés. Salvo la cabeza, todo su cuerpo se veía flúor y se movía a gran velocidad, apenas tocando el suelo. “Para él, bailar tap es como volar. Puede golpear el suelo 16 veces por segundo”, señaló Nakamura ante una multitud asombrada.

Informe: Ludmila Ferrer.