Las absurdas heridas de la experiencia humana rara vez son recreadas por voces “anómalas”, la del tonto o retardado, criaturas desplazadas hacia los márgenes que se mueven en un territorio fronterizo y consiguen, desde esa posición periférica, dinamitar las convenciones sociales y políticas. Quizá la frase–insignia de este tipo de personajes–narradores está en Macbeth, de William Shakespeare: “La vida no es más que una sombra andante, jugador deficiente, que apuntala y realza su hora en el escenario. Y después ya no se escucha más. Es un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin ningún significado”. Benjy Compson, con un severo retraso mental, de El ruido y la furia (1929), de William Faulkner, podría ser una especie de abuelo lejano de Azarías, otro retrasado mayúsculo, de Los santos inocentes (1981), de Miguel Delibes. En esta genealogía “disfuncional” no puede faltar la voz de Yuna de Las primas, de Aurora Venturini. Ahora se suma la historia de cuatro primas, Marga, Nati, Patricia y Ángels, con diversos grados de discapacidad intelectual, que comparten un piso tutelado en una Barcelona mestiza y opresiva, asediada por el desempleo, los desalojos, la precariedad moral y económica que se despliega en Lectura fácil, de Cristina Morales, ganadora del 36° Premio Herralde de Novela, dotado de 18 mil euros.

Aunque nació en Granada en 1985, Morales vive en Barcelona. A los 33 años es considerada una de las voces “más punzantes” de la joven narrativa española. Lectura fácil es “una novela sobre la Barcelona que me ha tocado vivir desde que me vine hace seis años”, aclara la escritora que reivindica el tratamiento narrativo de personajes que tienen distintos tipos de discapacidades: “La literatura ha dado poca cabida a voces protagónicas de este tipo y aunque existe tradición literaria en torno a la locura, no así a lo que los castellanos denominaban ‘el idiota’ o ‘el tonto del pueblo’”. Dos referentes para la escritora española fueron Benjy y Azarías, dos personajes que recuerda que “cuando han sido utilizados son vehículo para hacer crítica de clase”. Morales encuentra “una gran potencia en la posibilidad de acercarse literariamente a estos personajes, que en la vida real están en los márgenes de los márgenes”; pero también le interesa confrontar “la retórica institucional con la del supuesto analfabeto” y cita la novela de Delibes y otros dos autores fundamentales: Juan José Millas, en Tonto, muerto, bastardo e invisible; y Daniel Keyes, en Flores para Algernon. 

Anagrama, la editorial que publicará a fines de noviembre Lectura fácil –junto con la finalista El sistema del tacto, de la escritora chilena Alejandra Costamagna–, anticipa algunos aspectos de la novela de Morales. “Esta es una novela radical en sus ideas, en su forma y en su lenguaje. Una novela–panfleto, una novela–grito, una novela–puñetazo. Una novela en la que se entrecruzan voces y textos: un fanzine que denuncia el machismo, las actas de un juzgado que pretende incapacitar y esterilizar a una de las protagonistas, la novela autobiográfica que escribe una de ellas con el método de la lectura fácil... Este libro es un campo de batalla: contra el machismo imperante, contra la opresión del sistema, contra la injusticia. Pero es también una novela que celebra el cuerpo y la sexualidad, el deseo entre mujeres, la dignidad de quien es señalada con el estigma de la incapacidad intelectual y la capacidad transgresora y revolucionaria del lenguaje. Es sobre todo un retrato –visceral, vibrante, combativo y en femenino– de la sociedad contemporánea con la ciudad de Barcelona como escenario”.

La autora del libro de relatos La merienda de las niñas (2008) y las novelas Los combatientes (2013), Malas palabras (2015) y Terroristas modernos (2017) revela que “la que retrato es una Barcelona donde el discurso político adopta cualquier relato que intente ser crítico con ella, la de una política institucional que roba los mensajes que vienen de los márgenes, ese político profesional que se hace pasar por activista”. La escritora ganadora del Premio Herralde se pregunta: “¿Qué es esto de la inclusión o lo de la accesibilidad universal, ese lenguaje institucional buenista ya tan asumido e interiorizado? Es un uso del lenguaje que da risa, te toman por tonto”. La escritora Marta Sanz –integrante del jurado junto al escritor Juan Pablo Villalobos, el librero Rafael Arias, el académico Gonzalo Pontón Gijón y la editora Silvia Sesé– advierte que “Morales impugna un canon de normalidad económico, social, político, moral, educativo. Y lo hace a través de una motosierra estilística que, a su vez, impugna el canon de normalidad literaria”.

En las novelas de Morales aparece la resistencia a la autoridad desde una perspectiva ácrata. “Una escribe de lo que le duele, es decir, desde el lugar y la posición de sometimiento o de poder que ocupa en el mundo. Creo que mi literatura está absolutamente pegada a los condicionamientos materiales de mi vida. Una, por ser una mujer, por tener la edad y el poco dinero que tiene, por hablar como habla y por vivir donde y como vive, es constantemente reprimida y presionada para que se pliegue a la heteropatriarcal ideología del trabajo. Para mí, vivir es luchar contra eso. De qué iba a escribir si no”, plantea la escritora española en una entrevista con El Cultural. “Efectivamente, he tenido la suerte de dar con buenos maestros y maestras ácratas que me iniciaron en el placer de la politización”.