El domingo se cumple un siglo del fin de la Primera Guerra Mundial, que terminó a las hora once, del día once, del mes once de 1918. La conmemoración se va a centrar en Francia, escenario de los combates de trinchera en lo que fue el primer holocausto mecanizado de la historia. El presidente francés Emmanuel Macron pasó la semana de ceremonia en ceremonia en los campos de Verdún e Ypres, en el inmenso osario de Douaumont, y en varios de los monumentos que salpican la línea de 1914-1918. Ayer recibió al presidente norteamericano Donald Trump, con el que va a visitar hoy el cementerio militar norteamericano de esa guerra y con quien va a participar el domingo de la ceremonia principal junto a jefes de estado de todos los países participantes. Tanta actividad no oculta que el mandatario francés se encuentra en un estado de soledad política impredecible cuando fue electo: casi todos los presidentes y premiers que lo visitan están más en el campo nacionalista y aislacionista que en el del proyecto europeo de fronteras abiertas. 

Macron repitió en cada ceremonia un mensaje muy destacado por los paisajes de interminables tumbas, que el nacionalismo mata. Pero sus visitantes incluyen a Trump, a la británica Theresa May -en la foto, en el cementerio aliado de Thiepval- que pilotea el Brexit, y a una serie de políticos de Europa del Este cada vez más volcados al autoritarismo y la xenofobia. La excepción es Angela Merkel, en un punto validora de Macron, debilitada habiendo anunciando que no se presenta a la reelección.

El francés es cada vez más impopular en su país y parte de esa debilidad puede explicar la notable urgencia de su lenguaje. Por ejemplo, cuando dijo que “el momento que vivimos ahora se parece mucho a la entreguerra”, cuando “Europa estaba atrapada entre la destrucción por la lepra del nacionalismo y ser manejada por poderes externos”. Como se sabe, el período fue el del ascenso del fascismo y el nazismo, rumbo a una guerra todavía peor que la que se conmemora ahora. Para Macron, el nacionalismo “está en alza, el nacionalismo que exige cerrar las fronteras, que predica rechazar al otro. Juega con nuestros miedos”. El presidente terminó confesando que teme que estos setenta años de paz y prosperidad en Europa sean “apenas un paréntesis dorados en nuestra historia”.