Desde Mar del Plata

Con algunos títulos menos debido a la merma de días festivaleros, arrancaron contra viento y marea las exhibiciones de dos de las principales competencias de la 33° edición del Festival de Mar del Plata. Como ha sido usual a lo largo de la historia, al menos desde su refundación en 1996, los doce largometrajes de la Competencia Internacional serán exhibidos diariamente en la enorme sala del Auditorium, cuyos ventanales ofrecen una vista privilegiada de la famosa escultura del lobo marino, que este año no disfrutará de la compañía del tristemente célebre patito inflable que la acompañó el año pasado. A su vez, los diez títulos competitivos de su par latinoamericana verán la luz del proyector de la sala más grande del complejo Cinema, en el céntrico shopping Los Gallegos. La primera jornada de proyecciones presentó en sociedad una coproducción brasileño-portuguesa filmada en el norte del país vecino, el nuevo y esperado opus del británico Peter Strickland y un ensayo docu-ficcional rodado en las playas de un pueblo mexicano.

Chuva é cantoria na aldeia dos mortos viene precedida del prestigio obtenido el pasado mes de mayo en el Festival de Cannes, donde ganó el Premio del Jurado en la sección Una Cierta Mirada. Codirigida a cuatro manos por la debutante Renée Nader Messora (la pata brasileña) y su colega portugués João Salaviza, se trata de un relato que logra equilibrar un más que evidente contenido antropológico con la descripción de la difícil convivencia entre dos cosmovisiones dispares: aquella que baña la vida de la comunidad indígena que habita los montes de Pedra Branca y la de la “sociedad civilizada”. En el comienzo, Ihjac, protagonista casi absoluto, camina en plena noche hacia el arroyo más cercano, allí donde es posible ver y escuchar con fuerza la caída del agua de una pequeña cascada. Su padre ha muerto hace tiempo pero su voz, que parece surgir desde el lecho del río, le pide que cumpla con el protocolo para despedir su alma del mundo de los vivos, faena que incluye la siembra y recolección de alimentos y un festín a puro canto. Ihjac tiene mujer e hijo y las frecuentes visiones de un pájaro le hacen temer lo peor: estar convirtiéndose en un chamán.

Es precisamente ese temor el que lo llevará, a mitad del metraje, a escapar lejos de los suyos y a guarecerse en una casa para refugiados en la ciudad, junto a otros enfermos. Claro que al joven no le encuentran dolencia física alguna –lo suyo es, claramente, una afección espiritual– y rápidamente es diagnosticado como hipocondríaco. Rodada en gran medida en idioma krahô con un reparto de actores no profesionales y en glorioso formato analógico, Chuva é cantoria... le escapa a las trampas del exotismo y narra la historia desde el punto de vista del protagonista, siguiendo su propia comprensión del mundo. A pesar del aparente equilibrio entre vecinos, el recuerdo de un viejo familiar de una masacre acontecida un siglo atrás, a su vez transmitido oralmente por su madre, pone nuevamente de relieve la ardua historia de convivencia entre dos estilos de vida dispares. Cine de ficción con fuertes trazos de documental, en particular durante las escenas de rituales y celebraciones, la de Nader Messora y Salaviza es una película tan clásica en sus modos expositivos como moderna en su cruza de realidad, guion y leyenda.

La ficción más absoluta, con un fuerte componente fantástico, dice presente en In Fabric, la nueva película del director de Berberian Sound Studio y Katalin Varga. El británico Peter Strickland vuelve a beber de las fuentes del cine de terror europeo de los años ‘60 y ‘70, incluido el ahora respetado giallo, pero a lo que más se asemeja la película –al menos en lo que hace a su estructura narrativa– es a algún episodio de la serie Hammer House of Horror: aquí también la rutina de la vida cotidiana de ve alterada de manera progresiva por la aparición de lo sobrenatural. El vínculo entre los dos relatos que integran el film es un vestido rojo que una particular tienda de ropa ofrece a precio de liquidación. Será Sheila (la actriz Marianne Jean-Baptiste, recordada por su trabajo en Secretos y mentiras, de Mike Leigh) la primera compradora del elegante traje, que rápidamente comenzará a dar señales de poseer una identidad y objetivo propios. O bien la de ser el vehículo teledirigido de fuerzas poderosas. En la segunda parte, la tela pasará de las manos de un joven, técnico especializado en arreglar lavarropas, a las de su prometida, reiniciando algo parecido a una maldición de la cual resulta difícil conocer su origen y destino final.

Como ocurría en Berberian..., esa incertidumbre le aporta a la película un notable corrimiento de los avatares del horror cinematográfico producido en cadena de montaje: a Strickland le importan menos los sustos que la construcción de un clima crecientemente enrarecido, por momentos perverso, en otro definitivamente humorístico, siempre sorprendente. De allí que al cinéfilo le suenen rápidamente las campanas de las posibles influencias, del Mario Bava de Seis mujeres para el asesino y Lisa and the Devil al David Lynch más surrealista. Nuevamente, el trabajo visual es deslumbrante y a una paleta de colores vibrante (virada, desde luego, a los tonos rojizos) se le agrega, desde el diseño de arte, una superposición de temporalidades muy particular: la historia transcurre a comienzos de los años 90 pero los pelos y señales de la moda remiten invariablemente a los 70. En el cine del realizador, el sonido es siempre tan relevante como la imagen, y aquí la mezcla de audio aporta sus dosis de amenaza e ironía, apoyada en los ritmos retro kosmische de Tim Gane, exlíder la banda Stereolab. In Fabric vuelve a confirmar el talento de su creador, cuya mirada es una de las más originales (y “enfermitas”, en el mejor sentido de la palabra) del cine de género autoral contemporáneo. 

“Fausto es una película fortuita que comenzó con un regalo de una cámara que ve en la oscuridad, reminiscencias de Faust y un viaje a la playa”, afirma la realizadora canadiense Andrea Bussmann en el catálogo del festival. Su primer largometraje, que viene de ganar el Premio Especial del Jurado en la sección Cineasti del presente del Festival de Locarno y que fue producido por su esposo, el mexicano Nicolas Pereda, retoma muy libremente el tema del famoso mito germano. Tan libremente que, más allá de las melodías compuestas por Mahler y alguna referencia a una leyenda de tintes fáusticos, podría haberse titulado de cualquier otra manera. Bussmann rodó las imágenes en un pueblo costero del estado mexicano de Oaxaca con una cámara de video compacta y luego fueron transferidas a 16 mm; el resultado es una serie de escenas con una cualidad plástica particular, por momentos onírica. Las “entrevistas” a algunos pobladores y visitantes remiten a casas abandonadas que se iluminan durante la noche, el antiquísimo relato de un conquistador haciendo uso y abuso de sus conocimientos astronómicos, y la leyenda de una joven cuyo cuerpo descansa en dos tumbas al mismo tiempo. El objetivo de la realizadora es definidamente poético y, en gran medida, Fausto logra su cometido: las constantes referencias a las sombras podrían referir indirectamente a eso mismo que se mueve, palpita y se oculta en la pantalla de cine.

* Chuva é cantoria na aldeia dos mortos se exhibe hoy a las 14.30 horas en Auditorium. In Fabric se exhibe hoy a las 17 horas en Auditorium. Fausto se exhibe hoy a las 16 en Ambassador 4.