La final de la Copa Libertadores de América tendrá como protagonistas a los dos equipos más populares de la Argentina, una dupla cuya histórica rivalidad excede por largo el ámbito deportivo: escuela, trabajo, facultad, familia, arte, y política no escapan a la pasión que despierta el clásico de los clásicos. En este caso la expectativa es tan enorme que muchos hinchas de uno y otro equipo se encuentran afectados al punto de padecer insomnio, descomposturas y diversos cuadros de ansiedad o angustia a causa de la inminencia del partido. La cuestión amerita alguna reflexión. Por empezar, no hay mucho que ahondar para colegir que el deporte constituye una de las más legítimas vías de sublimación de los aspectos primarios del ser hablante. “El deporte sirve para expresar el contrato humano”, dice Roland Barthes. En términos freudianos: la pulsión de muerte –que solo ve al semejante como un objeto de goce o explotación–, encuentra en el amor por una divisa una de las tantas maneras para canalizar la agresividad que la caracteriza. Así, muerte y erotismo se encuentran en ese poderoso artilugio simbólico llamado juego sin el cual la vida en común no sería posible. Quien desprecie esta condición que hace a la convivencia está muy mal orientado. Las pasiones más acuciantes del ser hablante también encuentran una vía de expresión en el perímetro de una cancha de fútbol. Luego la portentosa capilaridad del discurso hace que la rivalidad deportiva se haga presente en temas alejados de lo que sucede en las canchas: hay que tener cintura; se abrió de piernas; me la dejó picando; te mandaron al banco; no me da pelota; yo toco al costado; me metió en un arco; me patearon; tirame un centro; no caza un fútbol; me la puso en un ángulo; paremos la pelota; a ese le faltan un par de jugadores; pifiaste feo; y muchas otras que testimonian el vibrante matrimonio que las palabras y el cuerpo conforman para tramitar dramas y afanes a través del artilugio simbólico por excelencia: el juego. Como no podía ser de otra manera, en tanto fiel termómetro de las pasiones que agitan la polis, el fútbol también sabe ilustrar la violencia institucional que hoy amenaza la convivencia: basta citar la descabellada propuesta del presidente de la Nación que intentó sacar un rédito político con su propuesta de habilitar la concurrencia de la hinchada visitante. Lo cierto es que en un país saqueado por políticas que sumen en la miseria a vastos sectores de la población, en estos días el fútbol sin embargo ocupa la preocupación de muchos argentinos. Toda la pregunta es hasta dónde esta pasión constituye una genuina y necesaria sublimación o más bien distrae la atención de les trabajadores del peligro que corren sus necesidades básicas. El “homo ludens equipara al homo faber” observa Huizinga, para quien el juego ocupa en la cultura un lugar tan nodal como el trabajo o la reflexión. Desde esta perspectiva, elijo considerar que los componentes lúdicos y agonistas puestos en esta pugna deportiva demuestran que aún contamos con la pasión necesaria para sostener los antagonismos que preserven el proyecto inclusivo que soñaron nuestros libertadores, hoy amenazado por un régimen que solo reporta hambre, miseria y exterminio. 

* Psicoanalista.