Celso, el gran médico romano, propuso el primer tratamiento: la dieta y ejercicios. Y Thomas Willis, el neuroanatomista que describió la circulación cerebral, detalló el cuadro clínico. William Cullen y más tarde John Rollo, en el siglo XVIII, hicieron la distinción entre diabetes mellitus y diabetes insípida. 

Frederick Banting, médico canadiense, al volver de la Primera Guerra Mundial decidió investigar el origen de la diabetes, asistido por el joven estudiante de medicina Charles Best. Cuando por los resultados de sus estudios se descubrió la insulina, a Banting se le concedió el Premio Nobel, que insistió en compartir con su ayudante. 

Así comenzó la era terapéutica de la diabetes. Sin la insulina, la muerte era el final inevitable. El aumento en la sobrevida de los pacientes acarreó un aumento en los problemas asociados. Justamente, los problemas oculares de la diabetes eran los que (a veces) permitían diagnosticarla. Gracias al oftalmoscopio de Helmhotz, en 1860, se abrió un nuevo horizonte en la medicina. Un instrumento que requería un entrenamiento especial, condujo al largo camino de la especialización. La oftalmología fue la primera especialidad que se separó de la clínica médica.

En la década del 50, Bernardo Houssay observó que los perros diabéticos a los que les extirpaban la hipófisis no desarrollaban retinopatías. Así abrió el camino al tratamiento de las lesiones diabéticas en la retina y lo hizo merecedor del Premio Nobel (el primero en ser recibido por un latinoamericano).