Del queso emmental, archiconocido clásico de agujeritos, se sabe que procede del valle de Emme, en el cantón suizo de Berna; que para su fabricación se emplea leche cruda, de vacas alimentadas con pastos naturales, no ensilados; que su elaboración se remonta hasta el siglo 13. Lo que aún está por verse es si la música afecta al sabor de este delicioso y popular lácteo fermentado: un extraño interrogante que pronto tendrá respuesta gracias a un maestro quesero suizo que se ha planteado la duda, y para despejarla no ha tenido mejor idea que poner parlantes debajo de sus grandes ruedas de emmental, y exponer a cada una a una determinada lista de temas. Para un queso, Mozart; para otro, Led Zepellin; y en otros casos: A Tribe Called Quest, música coral, techno-beats. “Espero que el queso hip-hopero sea el más rico”, se ensueña Ben Wampfler, el quesero en cuestión, convencido de que las canciones agregarán unas notas (de sabor) a sus productos. Hay ciencia detrás de la presunción: “Estoy seguro que la humedad, la temperatura o los nutrientes no son las únicas cosas que influyen en el sabor. Los sonidos, los ultrasonidos o la música también pueden tener efectos físicos”. Especialistas de la Universidad de Berna le dan la diestra; su rector, Michael Harenberg, ha dicho: “Hay un campo llamado sonoquímica que analiza el efecto del sonido en los cuerpos sólidos”. Sólidos como los quesos que estarán listos para la cata el próximo marzo, cuando se descubra si amenizar con musiquita la maduración de los quesos ha surtido el efecto deseado. “Si Wampfler tiene razón, no sería descabellado pensar en Manchegos ‘especiados’ en los Beatles o en un Gouda madurado bajo el influjo del reggaetón”, ya imaginan algunos en voz alta.