“Se fortalece la lucha, pero estar clausurado te debilita”, reflexiona Julieta Hantouch, puesta a pensar sobre los procesos de organización del sector cultural independiente de Buenos Aires. A su lado, Romina Sánchez Salinas asiente. Juntas acaban de compilar el libro Cultura independiente -Cartografía de un sector movilizado en Buenos Aires, coeditado por RGC Libros, Casa Sofía y Tramas Urbanas. El tomo reúne artículos, ensayos y entrevistas con distintos sectores del arte porteño. Sus actores encuentran referentes comunes en el pasado y problemas similares en su origen y en sus posibles soluciones. Pero también encuentran dinámicas parecidas en su forma de trabajo y registran desarrollos de organización que suelen aparecer como resistencia a los obstáculos oficiales a una de las actividades más emblemáticas de la ciudad.

“Estos obstáculos, ponele que fortalecen al sector, porque organizan, te ayudan a definir estrategias y eso te agarra más fuerte para después pedir una ley, pero lo cierto es que el hueco que le hace una clausura a un espacio cultural de esta escala es tremendo”, plantea Hantouch. Referente de Casa Sofía, Hantouch ejemplifica con el caso de las milongas. Muchos organizadores no se planteaban como actores políticos hasta que arreciaron las clausuras. “Entonces se lo cuestionaron políticamente y empezaron a movilizarse, pero me genera una contradicción, porque esto sucede porque no podían trabajar: hubo un momento del año pasado donde todas las semanas levantaban una milonga”, lamenta. La presión del sector tanguero derivó –como desarrolla ese capítulo del libro– en la sanción de una ley de fomento. Y aunque los problemas persisten, también hay un ejercicio más aceitado para lidiar con la burocracia que permite reanudar más rápido la actividad.

El libro ofrece un panorama integral de la cultura independiente porteña. Y la clave aquí pasa por lo de “independiente” porque, como explican sus compiladoras, no todos los colectivos culturales o artísticos se reconocen bajo esa bandera. Las murgas, por ejemplo, se identifican más bajo el estandarte de la cultura popular. Algunos colectivos vinculados a la gráfica o las artes plásticas tampoco se reconocen en ese circuito. Y en el mundillo de los libros, por ejemplo, muchos editores hablan más de “pequeñas y medianas editoriales”. Aún así, el libro ofrece una cartografía poderosa y útil para afianzar al sector. “Había registros periodísticos de un montón de acciones que se venían realizando, experiencias colectivas, pero no teníamos la foto total ni la dimensión que empezaban a tener en la disputa de los derechos culturales con otros sectores, capaz más vinculados a las industrias culturales”, plantea Sánchez Salinas, quien además confía en que el libro sirva como punto de partida para otros estudios y sistematizaciones. “No hay muchos. Sí hay de danza, de teatro, pero no de lo político: ¿cómo se organiza el sector?”

El proyecto, explica Sánchez Salinas, deriva del Mapeo de Conflictos Culturales, creado por el Observatorio de Políticas Culturales del Centro Cultural de la Cooperación. Varios de los artículos surgieron del seno de esa experiencia que además supo registrar todo el fervor de las protestas y acciones en reclamo de los tarifazos y su efecto demoledor en los espacios culturales y el bolsillo de sus visitantes. “El libro busca problematizar mucho lo actual –señala Hantouch– y aunque ya pasaron dos años de esas movilizaciones al ministerio de Energía, cuando empezamos era lo que estaba pasando, por eso queríamos que hubiera un lugar donde pudieras buscar información sobre eso”. Esa información emerge ahora entre los trabajos de Belén Arenas Arce, Julia Ballester, Adriana Benzaquen, Pamela Brownell, Mariel Fernández Curutchet, Pablo Demarco, Camila Mercado, Cecilia Molina, Hernán Morel, Federico Moreno y Luis Sanjurjo.

A la par de los artículos, el libro incluye una serie de “conversatorios” que buscan dar voz directa a figuras del ambiente. “No creemos en una investigación que no sea práctica ni en prácticas que no sean pensadas y problematizadas”, define Sánchez Salinas. “Con ese criterio convocamos, y ese espíritu de que quienes escriben también sean artistas lleva a que esté la voz directa de los protagonistas de las luchas e intervenciones”, plantea. La cuestión –ahonda Hantouch– es que el formato permite conciliar sectores con trayectorias e historias de organización muy distintas y a la vez incluir sectores más inasibles, como el de los artistas callejeros. “O los mediactivismos, que discutimos mucho si darles un capítulo y al final nos pareció que se iba del criterio y decidimos invitarlos a conversar”, comenta. Así también aparecen espacios como Abogados Culturales, transversales a todo el movimiento.

La experiencia de la cultura independiente porteña resulta reveladora no sólo porque desnuda el impacto de distintas políticas socieconómicas en una producción central para el imaginario de la ciudad, sino porque permite pensar en organizaciones más allá de sus fronteras. “El nivel de movilización que tiene nuestra ciudad es inaudito”, observa Sánchez Salinas. “El año pasado, en unas jornadas de investigadores en Francia, había al menos cinco ponencias con estas cuestiones, realmente allá se sorprenden de cómo actividades tan individualistas, si se quiere, se vuelven luchas colectivas”, explica. La potencia asociativa le sigue llamando la atención, sobre todo cuando la compara con su Mendoza natal. “Incluso allá, que es grande y hay mucha actividad cultural, se está muy lejos de una ley, esto nos parecía interesante de ser relatado”.