“Estoy en un proceso de conquista, entonces todos los territorios son igual de importantes porque busco la universalidad. Pero no desde un lugar de prepotencia artística sino a partir de la democratización plena de mi obra: quiero que la escuchen una abuela o un pibe de 11, el sodero o el rugbier. Ese es mi desafío”, revela Juan Ingaramo mientras espera su jugo multivitamínico en un café de Palermo. El cantautor, multiinstrumentista y productor cordobés puso en circulación el pasado 28 de octubre su tercer álbum, Best Seller, que lo acerca más a la música urbana alternativa que a ese pop groovero con el que se hizo un lugar en el indie local. “Si bien tengo fe en que llenaré plazas, ahora me preocupo por cuestiones más estéticas. Un artista construye obra, y la obra genera público. Así que estoy ocupado en lo segundo. Cuando lográs que te vaya a ver mucha gente, te planteás otra pregunta: ¿cómo lo sostenés? Y a mí, paradójicamente, esta instancia me alivia porque tengo todo para ganar; no hay ninguna vara que me exija a nivel números.”

¿Éste es el álbum de la vencida, considerando que es el tercero luego de Pop nacional (2013) y Músico (2016)?

--¿De qué año será eso? El mundo cambió tanto que hay que abolir todas las frases y máximas. A lo mejor ya no hay tres posibilidades sino miles.

Pero “Best Seller” también es un término longevo. ¿Qué significado tiene para vos?

--Lo que me divierte del título es que hace referencia a un tipo de obra que es susceptible a ser popular. Mi disco tiene variables musicales y conceptuales que pueden ser consumidas por el gran público, lo que no quiere decir que será muy vendido. Aunque confío plenamente en la propuesta, y siento que me encontré y me identifica plenamente, no significa que sea algo con lo que me vaya a casar. De la música me divierte cursar nuevas materias: el pop alternativo ya lo aprobé, al igual que las canciones. No deseo recursarlos.

¿Cómo te encontraste con esta nueva encarnación tuya?

--El año pasado me invitaron al Sónar de Barcelona, que es un festival de nuevas tendencias musicales que se jacta de tener artistas que suben a otra categoría. Eso me voló la peluca porque me encontré identificado con una tradición regional. Como bien dijo Hermeto Pascoal, “la música debe ser hija de su tierra y de su tiempo”. Encontrar mi correspondencia geográfica fue un alivio, debido a que me reconocí latino. Por más que mi abuelo sea hijo de italianos, soy del sur del continente, cordobés y proveniente de un país con una historia llena de karmas latinoamericanos. Además, el cuarteto mezcla la influencia europea con la caribeña. Y de eso me di cuenta en Brooklyn, en una fiesta de Remezcla, que es como una especie de Pitchfork latino. Esa fue una verdad sumada a la variable del tiempo, al sonido de hoy, que es mío porque vivo acá. Es el sonido de mi tiempo.

Si bien no resulta un disco obvio, sí es contemporáneo al dejar en evidencia los géneros que lo inspiraron, incluso al mechar el trap y el R&B con la bachata y el dancehall. Esa confusión de estilos, ¿fue tu manera de resolver el mestizaje?

--El dancehall es candombe y tiene claves que son africanas y uruguayas. A Bad Gyal la vi en vivo el año pasado en España: me encantó, y luego me encontré escuchando esa música e investigando, y esto fue lo que me salió. Pero sólo seguí a mi gusto, no fue una síntesis de laboratorio.

¿No te parece curioso lo rápido que se “latinizó” Argentina? En los ‘90 aún había un gran arraigo por la raíz europea…

--Fuimos referentes latinos, incluso en el rock. Es tan fuerte la identidad argentina y nuestra potencia cultural que era cuestión de empezar a salir. Esa redención de nuestra identidad la podés encontrar hoy en estilos como el trap, pero esto recién comienza.

En Lengua universal parece que ahondaras en el egotrip propio del hip hop y la música urbana.

--Preguntale a Charly García sobre el egotrip, y eso que no hizo música urbana… Empecé tocando la batería, se fue el compositor del grupo y comencé a hacer canciones. Luego no quise lidiar con otra idea estética y lo hice solo. Le puse mi nombre y no me di cuenta. Este último tiempo tomé conciencia sobre en qué estaba intentando convertirme: en un solista pop que se para en un escenario frente a mucha gente. Fue un camino muy intuitivo, donde sólo se veía “el corazón” y la necesidad artística. Estas canciones intentan responder a esa situación de preguntarme quién soy. Son posibles respuestas a la interrogante de si hago música popular.

¿Encontraste respuestas?

--Una vez que encontrás las respuestas, se termina el arte. Lo lindo de todo esto es intentar responder y no lograrlo, y en ese intento generar obra. Componer es un lugar en el que me siento muy cómodo. Es mi refugio.

¿Te hacés cargo de lo que componés?

--Sin duda. Haciéndome cargo es como salta ese juego entre el doctor Jekyll y el señor Hyde. La mitad de la canción es mía, la otra no... Es LA forma de hacer catarsis. En mi caso, el pensamiento es lo lírico, mientras que el sentimiento es la armonía, la melodía y esa cosa que no se puede explicar.

¿Y el Auto-Tune lo usás para esconderte? Tomando en cuenta que no lo necesitás, ¿para qué lo usás?

--El Auto-Tune es un retrato tímbrico de nuestra vida social, de la digitalización extrema del vínculo, del día a día, de la forma de comunicarnos. Es una suerte de declaración de principios porque refleja cómo vivimos. Lo defiendo a morir, y a esta altura me encanta.

Dakillah, Ca7riel, Louta, Neo Pistea y la colombiana Elsa y Elmar fueron los invitados de Best Seller. Además, al principio Ingaramo habló con Fito Páez para una posible colaboración, que posteriormente derivó en su recomendación a Andrés Calamaro, quien se terminó copando con su propuesta por más que no se consumó nada en específico. “Hay un disco de Chance the Rapper, Coloring Book (2016), con muchas colaboraciones. Me inspiré en eso: en que cada uno pueda resetear y que el otro comience, y todo eso sucede en el universo infinito de la canción”, describe el artista que se estableció en Buenos Aires en 2008. “Los elegí porque artísticamente la están rompiendo, y eso es lo fundamental. Si hay algo que la bandera del pop me permite es la libertad de hacer lo que se me ocurra, lo que no tienen el rock ni otras músicas. En el pop mezclas sal y azúcar, y puede quedar bien. No quise poner a los invitados en una situación de riesgo ni incomodidad, pero sí de diferencia, para que no sea clásico.”

¿Así como la versión cuartetera que hizo Q’Lokura de Demasiado, del nuevo disco de Bándalos Chinos?

--¿Será qué es algo de los cordobeses?

A propósito, en el nuevo disco hay un cover irreconocible de Fuego y pasión, clásico de Rodrigo. ¿Por qué lo elegiste?

--En Córdoba capital, nací en un barrio llamado San Vicente, que históricamente tiene una influencia cuartetera bien fuerte. Ahí existe una sala llamada Sargento Cabral, que es de las más clásicas de la movida. Recuerdo en mi infancia el sub low del cuarteto. Sentirlo en esas noches de verano en las que dormíamos con la ventana abierta. Mi viejo es jazzero y viene de una formación más fina; no hubo discos de cuarteto en mi casa. Me empapé por mi historia barrial y porque hay una homogenización por parte de este género súper importante que no repara en las diferencias sociales. Es para todos: el cheto, el groncho, el de cole público y el del privado, para cumples de 15, casamientos, boliches o para los que se enamoran con esas canciones. Y eso fue tan fuerte en mí que sentí la necesidad de retraducirlo. Este cover me quedó en el tintero, y siempre se me ocurrió hacerlo en ritmo de reggaetón.

¿Por qué en esa clave?

--En este disco empecé a emancipar esa idea conservadora de que el reggaetón es mala palabra. Tengo formación musical, y para mí es una tela en blanco para pintar y apropiársela. Me pareció que era una idea muy buena. A Nico Cotton, productor del disco, se lo propuse y le encantó. Y para hacer fuerza, llamamos a Elsa. La conocí en el festival mexicano Vive Latino de este año. Es una gran artista con la que me identifico en la intención de traer al reggaetón hacia el lado del Bien.

¿Viste la flamante biopic del Potro?

--Fui al cine con muchas ganas de pasarla bien y de divertirme, como voy siempre. No me sucede lo mismo con los recitales, a los que acudo con el ojo crítico más afinado. Me acordé de muchas épocas. Las actuaciones me parecieron súper dignas para lo difícil que es hacer a alguien que está vivo en nuestra retina.

Y ahí te late la yugular cordobesa…

--Por lo menos te conviene aclarar que sos del interior. Es interesante por el hecho de federalizar los discursos en Argentina, más allá de Internet. Me gusta reivindicar a mi querida Córdoba como una usina creativa.

¿Cómo ves la escena de tu querida provincia?

--Lo más importante de Córdoba es que generó una identidad en otro sonido que no fuera el cuarteto. Es una bandera que llevo, y la considero más prendida que nunca. Me gusta mucho el último de Valdés, así como lo que hacen Hipnótica, De La Rivera, Telescopios y Salvapantalla, el artista revelación de esta época.

Pero la industria musical argentina pareciera que no registra bien este recambio.

--La resistencia es el mejor público, el que todavía no te compró. Mi lucha es justamente con ese que no lo entiende. Si no se busca romper, para mí no hay trascendencia.

* Juan Ingaramo presenta Best Seller mañana a las 21 en Niceto Club, Niceto Vega 5510.