“Cuando uno comienza a escribir un cuento”, señaló Abelardo Castillo, “en realidad lo que empieza en ese momento es la historia escrita; pero ese relato ya comenzó, y el cuento a veces avanza hacia atrás y luego desemboca en el final. Pero si un cuento no empieza cuando ya está empezado, el lector no cree en el cuento porque la idea que debe dar un autor de cuentos es que conoce muy bien la historia que está contando, que aquello que dice es irrefutable y que no se puede discutir, debido que el cuento es un género que admite notoriamente lo fantástico”.  Ahora resulta tentador afirmar que las lecciones de uno de los más grandes cuentistas de nuestro país se grabó a fuego en quien durante años asistió a su taller literario. Sólo que no se trata de una continuidad temática ni mucho menos estilística sino en  haberse insertado deliberadamente en una determinada tradición literaria. Escritos y corregidos y vueltos a corregir durante años, Personajes secundarios es el primer libro de cuentos de Federico Bianchini, periodista y escritor que ha sido galardonado en múltiples ocasiones con prestigiosos premios y becas, entre ellos el Don Quijote/ Rey de España y la beca Michael Jacobs de la Fundación García Márquez, por su labor como cronista. Y es justamente a partir de su trabajo en la crónica, materializado en libros como Antártida, 25 días encerrado en el hielo,que Federico Bianchini logró un estilo depurado y a la vez íntimo en estos cuentos que se articulan entre sí como un mecanismo precioso y delicado. O tal vez se trate de algo mucho más complejo, difícil de sostener y muy logrado como artificio literario: generar en el lector la ilusión de que no había otra posibilidad que apelar a la ficción para dar cuenta de experiencias reveladoras, zonas de la realidad que, al igual que en una trama secreta, incluyen lo fantástico y el pensamiento mágico, lo más recóndito e inconfesable que puede caber en un deseo  y las reglas del universo onírico. Porque como afirma el narrador en “Los sonidos del sueño”: “En los sueños el tiempo no pasa. Transcurre distinto, como el agua de la profundidad de un lago que se mueve aunque no sigue una pendiente sino que circula cerrada en un espacio íntimo. En minutos se percibe una historia que llevaría páginas y páginas escribir”. En “Irenita cerraba los ojos”, cuento que abre la serie, se narra la historia de un hombre que recuerda un momento muy concreto de su infancia, una especie de iniciación a algo que no terminó de comprender hasta muchos años más tarde y que comenzó en la época en que se encerraba en el baño para esperar que sucediera algo. “Cuando era chico me encerraba en el baño. Bajaba la tapa del inodoro y me quedaba quieto, muy quieto, esperando que algo se moviera. Podía pasar una hora sentado; esperando que de la canilla  saliera sangre  o que  un pájaro de alas negras surgiera del fondo del espejo y aleteara furioso sobre mí. Pero nunca pasó nada hasta la noche de verano en la que mi madre, frente a una enorme fuente rosa de cerámica, antes de servir los espárragos, me preguntó qué hacía cuando me quedaba solo”. Y será su respuesta lo que haga que sus padres decidan llevarlo a la casa de la tía Irene, la hermana de su padre, una mujer extraña que pronto reconocerá en su sobrino el mismo don sobrenatural que tiene ella. 

Hay varios cuentos donde la niñez es capaz de acceder a niveles muy sensibles de conocimiento; y cuando nos estamos habituando aparece un cuento como “Una virgen en el ojo”, donde Bianchini le da un giro a lo aparentemente fantástico para contar una historia terrible sobre el modo en que el pensamiento mágico configura la realidad de ciertos adultos en detrimento de la vida de un chico.  En Personajes secundarios hay hombres que no pueden soñar porque están inmersos en un sueño constante y al ser tratados por los médicos deciden de manera fatal abandonar las medicaciones cuando la realidad cotidiana resulta imposible de asimilar. O como sucede en el cuento que lleva por título el libro, donde lo que en principio parece un discusión banal de una pareja con un mozo en un restaurante termina en un disparatado y hermoso diálogo para desentrañar si esa situación es real o acaso el producto de un hombre que sueña. Buenos Aires se convierte en una ciudad colmada de mensajes cifrados y el encuentro aparentemente casual entre un hombre y una mujer será el comienzo de una historia de amor efímera y la posibilidad de desentrañar el misterio de las máscaras que aparecen en las puertas de los edificios. Personajes secundarios terminó siendo un libro de cuentos porque no hay bitácora para el universo poético que habita Federico Bianchini.