Sí, fui yo. Era yo el que tiró la primera piedra que rompió el vidrio del micro en el que viajaba el plantel de Boca. Llevo grabados para siempre en mi memoria la parábola de mi brazo derecho, el proyectil –como un rezo de justicia– que cruza el aire caldeado, el impacto pleno, el estallido. Yo fui el de la idea, el de los objetos contundentes, el del salto jubiloso. Hasta yo fui la astilla que fue a dar en la córnea del rival, esa que lo dejó con el 40 por ciento de la visión del ojo derecho (siempre que las ventanas hayan sido Industria Argentina).

Lo normal en el mundo es acusar y castigar, de modo que aquí tienen al que desencadenó el proceso que nos mostró normales a los ojos del orbe y, más importante todavía, lo que por lo tanto nos permitió sentirnos normales. Fui yo.

Ni el ministro ni la ministra; ni los presidentes de los clubes; ni los de las instituciones madres del deporte a nivel sudamericano y mundial; ni los encargados de materializar el dispositivo de seguridad; ni los que descerrajaron el gas pimienta que quema en la piel y hace que la persona se doble hacia delante. No, nada de eso: yo solito y mi alma.

Por suerte no somos como esas poblaciones africanas que sonríen o miran lánguidamente, y en cuanto te das vuelta la mitad asesina a la otra mitad. Y, mejor todavía, no somos conscientes de que hay más de una manera de eliminar al otro. Aquí, entre nosotros, alcanza con una piedra, y todo lo demás viene por añadidura. Algunos lo llaman “pasión”. Por mí, que le digan como quieran.

¿Cómo va a ser un resabio despechado de unos pocos, porque las autoridades les decomisaron 300 entradas y varios millones de pesos? ¿O la respuesta a algún deportista que, desde arriba del colectivo, hizo “la gallinita”? ¿O la impaciencia derivada de haber esperado bajo el sol el turno de entrar al estadio? ¿O los modales de la autoridad? ¡Por favor! No busquen más: fui yo.

¿Alguien cree que mi mínima acción puede desembocar en una guerra, como Malvinas, tan aclamada por las multitudes antes de la derrota y tan negada después de no haber triunfado? ¿Cómo vamos a entrar en una guerra de aquel tipo si ya estamos en una guerra all’ uso nostro? Salvo que esta vez los vamos a matar a todos. Esta vez sí. Estamos combatiendo dentro de nuestras fronteras por el alma de los argentinos.

Eso dicen algunos de mis amigos, o decían antes de que yo hiciera lo que hice. “Se la tenemos jurada.” “Los vamos a pasar por arriba.” “No existen.” “Después que no se quejen.” “A llorar a la iglesia.” Ahora no lo dicen tanto, pero bien que lo decían hace unos días. Compañeros de trabajo, de viaje, en la cola del súper, o en la esquina. Con distinto destinatario, pero eso no tiene ninguna importancia. Lo decían, y enseguida se reían abriendo la boca hasta mostrar los molares. Yo sí que sé “lo que siente el verdadero argentino”.

Por eso no hay que buscarle el pelo al huevo en los caballerescos acuerdos de hoy ni en los arrepentimientos de mañana. Ni en los tribunales deportivos o en los jurisdiccionales. Ni en el concepto de “inmediaciones”, ni en el de “incidentes de cualquier naturaleza”. Ni en la extensión de las sanciones ni en el espíritu del castigo. Ni en los periodistas encerrados dentro del corralito o en El Periodista enmancipado fuera del corralito y al lado del requerido del momento. ¡Basta! Termínenla. Fui yo.

Aquí está el culpable. ¡Por una vez, alguien a quien arrancarle la piel! Pedirle la renuncia, hostigarlo, inventarle cuentas en el exterior, hacerlo objeto del repudio colectivo y permanente, sacudirlo, percudirlo, aniquilarlo. Procurar su muerte civil, por culpable.

Porque si no, la culpa la tiene Mengano, Zutano y Perengano. La tienen todos, o sea nadie. ¿A quién se le puede ocurrir echarle la culpa a todos? No la tiene ningún fuerte, y la culpa de los frágiles no entusiasma a las multitudes. Nunca la tienen los que parecen tenerla, o la tienen un ratito y después no la tienen más. Y empezamos con la muletilla de la “memoria frágil”. No sé; ¿no será que somos flojos de recuerdos, porque con todo lo espantoso que tenemos para recordar, lo mejor es olvidarse de todo? De lo contrario esto no sería vida. Por todo esto fui yo.

Les pido encarecidamente una denuncia judicial. Una mediática. Un perro aullando mi atrevimiento a la luna. Un pelotón. Una mutilación. Una crucifixión.

Va a ser muy sanador para los corazones nacionales, siempre raudos para apuntar a otro, encontrar a alguien que de verdad merece ser puesto en evidencia. En esta guerra por el alma argentina, por nuestro ser como Nación, producirá un enorme alivio que el chivo expiatorio no bale su inocencia. Que la víctima propiciatoria ya haya arreglado sus cuentas con la Providencia, y no se haga la víctima. Que la cabeza de turco no se ponga a chillar, desmembrada, que no tiene nada que ver, que es un perejil, que pasaba y vio luz. No sigamos con eso.

Fui yo y sanseacabó. Se me ocurrió, lo pensé, lo ejecuté y salió bien. He aquí un culpable. Esta noche, mientras duerma el músculo y la ambición descanse, entréguense al sueño.

Mañana, ya saben lo que tienen que hacer.

* Ex canciller, escritor.