Vivimos tiempos del G-20. De paisajes confusos y de caras extrañas como dice  el tango de Gardel y Le Pera. Muchas veces hablados por imágenes donde lo colectivo y la construcción de los lazos sociales parecieran ya no funcionar como ejes convocantes y con capacidad transformadora.

En esos contextos proponerse interpelar las coordenadas comunicacionales por donde el neoliberalismo articula con lo popular, no pareciera ser una tarea menor. 

Las dificultades de ese ejercicio muchas veces oscilan –con sus matices– entre dos posiciones aparentemente irreconciliables. 

O seguimos pensando lo neoliberal solo en clave macro a partir de los cambios institucionales y particularmente aquellos que se producen en la dirección del Estado producto de esta nueva forma de acumulación global del capitalismo o como contrapartida continuamos discutiendo las miradas ideológicas más totalizantes desde las nuevas lógicas de la gubernamentalidad, donde  el peso de lo simbólico en diseños más particulares y singulares se vuelve central para entender los modos en que se configuran ciertas prácticas y saberes que se desarrollan en los territorios. 

Así la imprecisión aparece –no exenta de cierto cinismo– en imposibilidad de aprehender que entendemos por lo propio y lo ajeno, el texto y el contexto, el centro y la periferia. Donde lo topológico y las identidades no suponen ya un recurso eficaz –más allá de cómo se configuren– para problematizar la noción de lo popular. Donde los cambios en el papel que históricamente jugó el  trabajo como ordenador de la vida social entró en crisis. Y abre signos de interrogación sobre la potencialidad y el impacto que sobre la trama política, social, jurídica y subjetiva pueden llegar  a tener otros modos de conceptualización de lo laboral. 

Pero, ¿no será qué a través de la aceptación acrítica de esas porosidades inmanentes es por donde se filtran los discursos de las corporaciones mediáticas qué hacen sentido resignificando las prácticas para qué terminen siendo leídas en clave neoliberal?

Entre la consigna que dice: En todo estas vos a aquella otra que propicia que El único héroe es el héroe anónimo no parecen haber puentes posibles. Interrogaciones que vayan más allá de los argumentos esgrimidos por uno y otro campo. Para considerar esas escenas no alcanzan con los dispositivos más amigables que imprimen las teorías marketineras. Tampoco parecieran ser suficiente las categorías que siguen recurriendo -casi como única respuesta- a rescatar en clave fotográfica los restos de las opacadas miradas unicistas.

Sin embargo seguimos sosteniendo que lo público sigue teniendo un valor estructurante para construir subjetividades. Qué no se reduce el conflicto solo a la confrontación de opuestos sino a la ampliación de la percepción de las necesidades, los derechos y las responsabilidades. Que nos interesan las diferencias pero nos preocupan sumamente las desigualdades. Y frente a eso deberemos -más temprano que tarde- replantear algunos tópicos y problematizar ciertos recorridos específicos en que se resitúan nociones como inseguridad, extranjero, narcotráfico, en el orden popular. 

Se trata de desmontar el discurso neoliberal en esas temáticas sobre todo cuando estas se dirigen principalmente a generar empatía y complicidad con los ciudadanos de a pié.  Hay que confrontar con el neoliberalismo en términos ideológicos, culturales y comunicacionales. No exclusivamente como modelo macro y micro económico.

Y esto no solo pensado en términos de debates pre-electorales sino apostando fundamentalmente a la construcción de una sociedad más justa e igualitaria pero que promueva también relaciones y diálogos con menos pulsión de muerte.

* Psicólogo. Magister en comunicación.